/ martes 28 de noviembre de 2023

Amlo, comandante

Para el presidente de México, se ve que poco a poco el frágil control de la realidad empieza a desaparecer por completo. Sus mapas están llenos de dinero, programas y colaboradores que, no sólo están por debajo de los números reales, sino que son sólo fantasmas. Para él, los planes que no dan resultados, siguen bajando la pobreza extrema. Las empresas que han sido destruidas, aún existen en perfectas condiciones. Sin contrastar estudios o estadísticas, desde las Mañaneras envía un torrente de órdenes y promesas a personal que no puede cumplirlas y programas que no sirven.


AMLO (Andrés Manuel López Obrador) espera un milagro, que haga que la alianza conservadora contra él, se derrumbe. Incluso, sus más cercanos colaboradores ya piensan que el caudillo está en el séptimo cielo. “¿Cómo pueden mejorar las cosas a mitad del sexenio si no cambia los planes que no funcionan?” –se preguntan ellos. Un nuevo yacimiento de petróleo, comprar una refinería, le dan esperanzas, y sin inversionistas, se lanza con un nuevo plan para cumplir lo que prometió. La nueva estrategia, semicoherente, basada en las conciencias, es extraña, con supuestos irreales.


Piensa que todo lo que tiene que hacer México es resistir sus fallidos experimentos cubanos, venezolanos o argentinos hasta que el enemigo neoliberal abandone el campo de batalla. Sin duda, está rodeado. Convoca a sus allegados, conforme su gestión se termina, para formar un núcleo cerrado que le permita tener un perímetro defensivo aún más estrecho y delimitado. Esta roca desafiante está destinada a contener todo el poder de las asociaciones civiles, los empresarios, la clase media y la familia. Sin recursos para enfrentar sus decisiones, él podrá envolverlos y vencerlos.


Es absurdo, por supuesto. Las fuerzas, contra las que lucha, son tan efectivas y el fundamento de los supuestos de AMLO es tan falso, que pueden enfrentarlo sin mermar sus fuerzas en otras posiciones. Así mismo, el plan tampoco toma en cuenta la innovación tecnológica, el derecho internacional y las alianzas con países inversionistas, sin duda, neoliberales, que siguen avanzando desde el oeste y el norte. De cualquier manera, el capital político que tenía, ya no existe. AMLO no se moverá del pedestal de las Mañaneras en la batalla final para salvar a la Cuarta Transformación.


Aquellos que no cumplan sus últimas órdenes, serán juzgados o excluidos del presupuesto. Seguro que las órdenes se cumplirán con poco entusiasmo y el resto, preferirá rendirse al enemigo, antes que ser castigados en el acto. Cuando AMLO pierda su guerra personal, ya no estará interesado en obtener la victoria o siquiera en obtener la paz. Estará, tanto como sea posible, decidido a destruir lo que reste de las instituciones de México. Pero, si elige salvar todo lo positivo que aún hay, se rendirá a los conservadores y neoliberales, junto con su sucesora, ¿Tendrá la humildad para hacerlo?


Para el presidente de México, se ve que poco a poco el frágil control de la realidad empieza a desaparecer por completo. Sus mapas están llenos de dinero, programas y colaboradores que, no sólo están por debajo de los números reales, sino que son sólo fantasmas. Para él, los planes que no dan resultados, siguen bajando la pobreza extrema. Las empresas que han sido destruidas, aún existen en perfectas condiciones. Sin contrastar estudios o estadísticas, desde las Mañaneras envía un torrente de órdenes y promesas a personal que no puede cumplirlas y programas que no sirven.


AMLO (Andrés Manuel López Obrador) espera un milagro, que haga que la alianza conservadora contra él, se derrumbe. Incluso, sus más cercanos colaboradores ya piensan que el caudillo está en el séptimo cielo. “¿Cómo pueden mejorar las cosas a mitad del sexenio si no cambia los planes que no funcionan?” –se preguntan ellos. Un nuevo yacimiento de petróleo, comprar una refinería, le dan esperanzas, y sin inversionistas, se lanza con un nuevo plan para cumplir lo que prometió. La nueva estrategia, semicoherente, basada en las conciencias, es extraña, con supuestos irreales.


Piensa que todo lo que tiene que hacer México es resistir sus fallidos experimentos cubanos, venezolanos o argentinos hasta que el enemigo neoliberal abandone el campo de batalla. Sin duda, está rodeado. Convoca a sus allegados, conforme su gestión se termina, para formar un núcleo cerrado que le permita tener un perímetro defensivo aún más estrecho y delimitado. Esta roca desafiante está destinada a contener todo el poder de las asociaciones civiles, los empresarios, la clase media y la familia. Sin recursos para enfrentar sus decisiones, él podrá envolverlos y vencerlos.


Es absurdo, por supuesto. Las fuerzas, contra las que lucha, son tan efectivas y el fundamento de los supuestos de AMLO es tan falso, que pueden enfrentarlo sin mermar sus fuerzas en otras posiciones. Así mismo, el plan tampoco toma en cuenta la innovación tecnológica, el derecho internacional y las alianzas con países inversionistas, sin duda, neoliberales, que siguen avanzando desde el oeste y el norte. De cualquier manera, el capital político que tenía, ya no existe. AMLO no se moverá del pedestal de las Mañaneras en la batalla final para salvar a la Cuarta Transformación.


Aquellos que no cumplan sus últimas órdenes, serán juzgados o excluidos del presupuesto. Seguro que las órdenes se cumplirán con poco entusiasmo y el resto, preferirá rendirse al enemigo, antes que ser castigados en el acto. Cuando AMLO pierda su guerra personal, ya no estará interesado en obtener la victoria o siquiera en obtener la paz. Estará, tanto como sea posible, decidido a destruir lo que reste de las instituciones de México. Pero, si elige salvar todo lo positivo que aún hay, se rendirá a los conservadores y neoliberales, junto con su sucesora, ¿Tendrá la humildad para hacerlo?