/ miércoles 28 de octubre de 2020

Comemos demasiado

Hace muchos años una de las causas de muerte más común era la falta de alimento, pero hoy en día, muchas enfermedades y decesos se deben al exceso de comida que se ingiere por gula, ignorancia, costumbre y/o “antojo”.

Todo empezó con la agricultura, cuando se pudieron almacenar grandes cantidades de granos, cuando se domesticaron y encerraron animales como las vacas, cerdos, gallinas, cabras, ovejas, conejos, etc. y después vino la multiplicación de las industrias alimentarias.

En muchos platillos y productos, se usan una gran variedad de ingredientes que vienen de plantas y animales, además, de que muchas industrias usan químicos, conservadores, endulzantes, hormonas y sabe Dios qué más, para “optimizar” el tamaño, el sabor, y la textura.

¡Realmente ya no sabemos con certeza qué es lo que le estamos dando al cuerpo y al alma por la boca! ¡Alimentos cargados de sufrimiento y ansia animal y vegetal!

Si realmente estuviéramos conscientes de lo que masticamos, estando presentes, comiendo despacio, saboreando cada bocado, comeríamos mucho menos, porque el cerebro tarda un rato en registrar que ya estamos saciados y mientras llega la señal nos atiborramos. Comemos rápido por infinidad de razones y la más común es por el tiempo: ¡No tengo tiempo! Y a deglutir casi sin masticar.

Ha habido casos en que médicos operan y tiene la oportunidad de ver lo que hay en el estómago y se azoran al encontrar alimentos que casi ni se masticaron, como un gran pedazo de pan, un trozo de fruta enorme, un bocado de carne intacto, etc. Masticar es importantísimo para tener buena digestión y aprovechar los nutrientes al máximo, gran parte de una buena digestión se hace en la boca con la salivación ¡Así que a comer más despacio para estar más sanos esperando con calma ese mensaje de: Ya fue suficiente!

Hay que poner en el plato lo que vamos a comer y evitar segundas rondas ¡No necesitamos servirnos otra vez, eso es gula!

Las personas delgadas bien alimentadas son las más sanas, sin duda alguna, con la ventaja de que se pueden mover con más facilidad y no traen cargando ese exceso de peso que lastima tantas partes del cuerpo.

En este país está en grande el tremendo vicio de los refrescos, que son llamados las aguas negras por el gran daño que hacen a medios naturales desde su producción y no se diga las consecuencias de enfermedad que generan a sus consumidores. Tenemos un país rico en productos naturales ¡aprovechémoslos! Son la fuente de salud y energía más sanos, y si supiéramos todo lo que ocasiona la industria de la carne, la dejaríamos o la consumiríamos de una fuente orgánica y en contadas ocasiones.

La oferta de todo tipo de productos desató un exceso en el consumo ¡Se me antoja, me lo trago! Y desde este exceso, el agradecimiento por los santos alimentos queda relegado. Imaginen cómo agradecían los antiguos pobladores de esta Tierra, cuando podían comer algo que les costó bastante obtener, cómo saboreaban el fruto de temporada que tardaba meses en obtenerse, cómo aprovechaban la carne o los huevos de esos animalitos que convivían con ellos.

El ocio es otro mal consejero en cuestión de alimentación: No tengo qué hacer, pues a tragar se ha dicho. En algún momento se instauró que tres comidas al día era lo ideal para estar sano y esa costumbre se adoptó como una manda, pero creo que con dos al día tenemos con el debido líquido (de preferencia agua pura).

¡Provecho con responsabilidad y medida! ¡Y no te olvides agradecer que tienes algo que comer y beber! Saborea lo natural.

Hace muchos años una de las causas de muerte más común era la falta de alimento, pero hoy en día, muchas enfermedades y decesos se deben al exceso de comida que se ingiere por gula, ignorancia, costumbre y/o “antojo”.

Todo empezó con la agricultura, cuando se pudieron almacenar grandes cantidades de granos, cuando se domesticaron y encerraron animales como las vacas, cerdos, gallinas, cabras, ovejas, conejos, etc. y después vino la multiplicación de las industrias alimentarias.

En muchos platillos y productos, se usan una gran variedad de ingredientes que vienen de plantas y animales, además, de que muchas industrias usan químicos, conservadores, endulzantes, hormonas y sabe Dios qué más, para “optimizar” el tamaño, el sabor, y la textura.

¡Realmente ya no sabemos con certeza qué es lo que le estamos dando al cuerpo y al alma por la boca! ¡Alimentos cargados de sufrimiento y ansia animal y vegetal!

Si realmente estuviéramos conscientes de lo que masticamos, estando presentes, comiendo despacio, saboreando cada bocado, comeríamos mucho menos, porque el cerebro tarda un rato en registrar que ya estamos saciados y mientras llega la señal nos atiborramos. Comemos rápido por infinidad de razones y la más común es por el tiempo: ¡No tengo tiempo! Y a deglutir casi sin masticar.

Ha habido casos en que médicos operan y tiene la oportunidad de ver lo que hay en el estómago y se azoran al encontrar alimentos que casi ni se masticaron, como un gran pedazo de pan, un trozo de fruta enorme, un bocado de carne intacto, etc. Masticar es importantísimo para tener buena digestión y aprovechar los nutrientes al máximo, gran parte de una buena digestión se hace en la boca con la salivación ¡Así que a comer más despacio para estar más sanos esperando con calma ese mensaje de: Ya fue suficiente!

Hay que poner en el plato lo que vamos a comer y evitar segundas rondas ¡No necesitamos servirnos otra vez, eso es gula!

Las personas delgadas bien alimentadas son las más sanas, sin duda alguna, con la ventaja de que se pueden mover con más facilidad y no traen cargando ese exceso de peso que lastima tantas partes del cuerpo.

En este país está en grande el tremendo vicio de los refrescos, que son llamados las aguas negras por el gran daño que hacen a medios naturales desde su producción y no se diga las consecuencias de enfermedad que generan a sus consumidores. Tenemos un país rico en productos naturales ¡aprovechémoslos! Son la fuente de salud y energía más sanos, y si supiéramos todo lo que ocasiona la industria de la carne, la dejaríamos o la consumiríamos de una fuente orgánica y en contadas ocasiones.

La oferta de todo tipo de productos desató un exceso en el consumo ¡Se me antoja, me lo trago! Y desde este exceso, el agradecimiento por los santos alimentos queda relegado. Imaginen cómo agradecían los antiguos pobladores de esta Tierra, cuando podían comer algo que les costó bastante obtener, cómo saboreaban el fruto de temporada que tardaba meses en obtenerse, cómo aprovechaban la carne o los huevos de esos animalitos que convivían con ellos.

El ocio es otro mal consejero en cuestión de alimentación: No tengo qué hacer, pues a tragar se ha dicho. En algún momento se instauró que tres comidas al día era lo ideal para estar sano y esa costumbre se adoptó como una manda, pero creo que con dos al día tenemos con el debido líquido (de preferencia agua pura).

¡Provecho con responsabilidad y medida! ¡Y no te olvides agradecer que tienes algo que comer y beber! Saborea lo natural.