/ jueves 4 de febrero de 2021

El arte de lo sagrado

Es difícil olvidar las palabras que parecen haber cincelado con fuego las verdades eternas, como las que Marie Celine Laurent expone en su libro Valor Cristiano del Arte. Pues, tal como ella dice, las cosas sagradas, sean o no religiosas, sumergen al hombre en poderes o fuerzas gigantescas y terribles, como la magia, el Dios del Sinaí o el drama humano, como en el cuadro de Guernica, de Pablo Picasso, o el Cristo doliente y desfigurado, que no se dirige más que a la fe, en el atormentado Dévot Christ de Pepignan o el desfigurado Cristo de Germaine Richier.

El orgullo y la pereza son las razones del divorcio entre el arte y el público, pero las falsas certezas de la hermosura y la holgura de los cuerpos del Renacimiento vacilan al enfrentarse al cristianismo, como Joris-Karl Huysmans diría, al contemplar el Retablo de Isenheim o de Colmar: “Aquella carroña era la de un Dios… entre una virgen fulminada, ebria de llanto, y el san Juan, cuyos ojos calcinados ya no podían verter más lágrimas… rostros tan vulgares… resplandecían… por unos excesos de almas inauditas… arte que sublima la angustia infinita del alma”.

Ahora, comprendemos el principio de lo que no se ve, según san Pablo (1 Corintios 13:12), desde el arte de las catacumbas, que es más propio de aquellos que escuchaban las imágenes del Evangelio, que de aquellos que leían los textos bíblicos, hasta la geometría de las claridades de las catedrales, cuando el arte del hombre es palabra, luz y carne, tal como en el Principio era Dios, por la Palabra se hizo la Luz y el Verbo se hizo Carne. Nadie comprende el pensamiento de la Biblia sin las grandes demostraciones de las catedrales. Su interpretación es social, no individual.

Los temas de las grandes pinturas vinieron de las miniaturas que adornaron las biblias, prueba de que no puede pretender ser sagrado aquello que vive sin tradición. Los hugonotes destruyeron la escultura de las catedrales y mutilaron la Biblia. No hay verdadera religión sin imágenes. El arte impide que cada uno forme una mitología individual, obligando a todos a una expresión colectiva. Ese espíritu colectivo de la cristiandad en las catedrales muere cuando Cristo ya no se dirige a todos, sino a cada uno. El viaje solitario del hombre no conduce a lo absoluto, ni revela lo sacro.

El Covid-19 te aísla. Ningún enfermo debería estar solo, aun si el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) lo eligiera, tal vez sin pensar, a través de sus metas ideológicas, pero sin duda, con los resultados que colocan a México como el peor país para estar durante la pandemia de Covid-19, según Bloomberg (https://www.bloomberg.com/graphics/covid-resilience-ranking/), por delante de Sudáfrica, Colombia y República Checa. Pero puede que, en su soledad, la autonomía moral no domine lo sagrado, y la fe surja en él. Dios lo tenga de su mano estos 17 días.

agusperezr@hotmail.com

Es difícil olvidar las palabras que parecen haber cincelado con fuego las verdades eternas, como las que Marie Celine Laurent expone en su libro Valor Cristiano del Arte. Pues, tal como ella dice, las cosas sagradas, sean o no religiosas, sumergen al hombre en poderes o fuerzas gigantescas y terribles, como la magia, el Dios del Sinaí o el drama humano, como en el cuadro de Guernica, de Pablo Picasso, o el Cristo doliente y desfigurado, que no se dirige más que a la fe, en el atormentado Dévot Christ de Pepignan o el desfigurado Cristo de Germaine Richier.

El orgullo y la pereza son las razones del divorcio entre el arte y el público, pero las falsas certezas de la hermosura y la holgura de los cuerpos del Renacimiento vacilan al enfrentarse al cristianismo, como Joris-Karl Huysmans diría, al contemplar el Retablo de Isenheim o de Colmar: “Aquella carroña era la de un Dios… entre una virgen fulminada, ebria de llanto, y el san Juan, cuyos ojos calcinados ya no podían verter más lágrimas… rostros tan vulgares… resplandecían… por unos excesos de almas inauditas… arte que sublima la angustia infinita del alma”.

Ahora, comprendemos el principio de lo que no se ve, según san Pablo (1 Corintios 13:12), desde el arte de las catacumbas, que es más propio de aquellos que escuchaban las imágenes del Evangelio, que de aquellos que leían los textos bíblicos, hasta la geometría de las claridades de las catedrales, cuando el arte del hombre es palabra, luz y carne, tal como en el Principio era Dios, por la Palabra se hizo la Luz y el Verbo se hizo Carne. Nadie comprende el pensamiento de la Biblia sin las grandes demostraciones de las catedrales. Su interpretación es social, no individual.

Los temas de las grandes pinturas vinieron de las miniaturas que adornaron las biblias, prueba de que no puede pretender ser sagrado aquello que vive sin tradición. Los hugonotes destruyeron la escultura de las catedrales y mutilaron la Biblia. No hay verdadera religión sin imágenes. El arte impide que cada uno forme una mitología individual, obligando a todos a una expresión colectiva. Ese espíritu colectivo de la cristiandad en las catedrales muere cuando Cristo ya no se dirige a todos, sino a cada uno. El viaje solitario del hombre no conduce a lo absoluto, ni revela lo sacro.

El Covid-19 te aísla. Ningún enfermo debería estar solo, aun si el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) lo eligiera, tal vez sin pensar, a través de sus metas ideológicas, pero sin duda, con los resultados que colocan a México como el peor país para estar durante la pandemia de Covid-19, según Bloomberg (https://www.bloomberg.com/graphics/covid-resilience-ranking/), por delante de Sudáfrica, Colombia y República Checa. Pero puede que, en su soledad, la autonomía moral no domine lo sagrado, y la fe surja en él. Dios lo tenga de su mano estos 17 días.

agusperezr@hotmail.com