/ martes 19 de junio de 2018

Envidia y democracia

“Tengo tres perros peligrosos: la ingratitud, la soberbia y la envidia. Cuando muerden dejan una herida profunda”.

Martín Lutero



“La envidia y el odio van siempre unidos. Se fortalecen recíprocamente por el hecho de perseguir el mismo objeto”: frase de La Bruyere. La política es uno de los territorios de la existencia humana donde brota con más frecuencia y fuerza el más deleznable de los sentimientos del hombre: la envidia. El monarca absoluto no era criticado por sus excesos, abusos ni depredaciones, pues era monarca por “derecho divino”. Se entiende que las dinastías se crearon para prolongar el poder de una familia. Las envidias francamente no existían para el monarca, pero en la corte, los familiares, los consejeros y los allegados, consideraban un honor tener cerca el calor del rey. En ese escenario, la envidia era una diversión, muchos hombres y mujeres nos dejaron testimonio de tal hecho. Por mencionar algunos: Richelieu, Mazarino, Madame Pompadour, Madame Du Barry, además de los tenebrosos: Fouché, Talleyrand y más cerca, la Güera Rodríguez”, el canónigo Bataller, en sus inicios Santa Anna, Zuloaga, Miramón, Almonte y el propio Comonfort. La lista es muy larga en todo el orbe y, todos se envidiaban en las cortes.

Pero vivimos un sistema capitalista, que debates van y debates vienen y ningún interesado aspirante de la izquierda dice cómo lo van a cambiar, porque no conocen los elementos fundamentales de las formaciones socioeconómicas. Ignoran cuáles son las fuerzas productivas y menos saben de las relaciones de producción. Todo lo remiten a combatir la corrupción. Nos dice Fernando Savater: “La democracia también fomenta la envidia y la extiende. La envidia también codicia ese bien que es el poder”. Por ello no estamos dispuestos a consentir que quienes detentan nuestra representación en la sociedad posean privilegios indebidos. La propia envidia democrática los señala cuando cometen actos incorrectos. En ocasiones la envidia democrática funciona como un mecanismo de vigilancia política que cubre a los funcionarios, a los grandes empresarios y a los grupos de poder. Surgen luchas de todos contra todos y al final intentan desligarse de sus actos de corrupción a pesar de que forman parte de ellos. Él hizo esto, yo hice más poquito…


“Tengo tres perros peligrosos: la ingratitud, la soberbia y la envidia. Cuando muerden dejan una herida profunda”.

Martín Lutero



“La envidia y el odio van siempre unidos. Se fortalecen recíprocamente por el hecho de perseguir el mismo objeto”: frase de La Bruyere. La política es uno de los territorios de la existencia humana donde brota con más frecuencia y fuerza el más deleznable de los sentimientos del hombre: la envidia. El monarca absoluto no era criticado por sus excesos, abusos ni depredaciones, pues era monarca por “derecho divino”. Se entiende que las dinastías se crearon para prolongar el poder de una familia. Las envidias francamente no existían para el monarca, pero en la corte, los familiares, los consejeros y los allegados, consideraban un honor tener cerca el calor del rey. En ese escenario, la envidia era una diversión, muchos hombres y mujeres nos dejaron testimonio de tal hecho. Por mencionar algunos: Richelieu, Mazarino, Madame Pompadour, Madame Du Barry, además de los tenebrosos: Fouché, Talleyrand y más cerca, la Güera Rodríguez”, el canónigo Bataller, en sus inicios Santa Anna, Zuloaga, Miramón, Almonte y el propio Comonfort. La lista es muy larga en todo el orbe y, todos se envidiaban en las cortes.

Pero vivimos un sistema capitalista, que debates van y debates vienen y ningún interesado aspirante de la izquierda dice cómo lo van a cambiar, porque no conocen los elementos fundamentales de las formaciones socioeconómicas. Ignoran cuáles son las fuerzas productivas y menos saben de las relaciones de producción. Todo lo remiten a combatir la corrupción. Nos dice Fernando Savater: “La democracia también fomenta la envidia y la extiende. La envidia también codicia ese bien que es el poder”. Por ello no estamos dispuestos a consentir que quienes detentan nuestra representación en la sociedad posean privilegios indebidos. La propia envidia democrática los señala cuando cometen actos incorrectos. En ocasiones la envidia democrática funciona como un mecanismo de vigilancia política que cubre a los funcionarios, a los grandes empresarios y a los grupos de poder. Surgen luchas de todos contra todos y al final intentan desligarse de sus actos de corrupción a pesar de que forman parte de ellos. Él hizo esto, yo hice más poquito…