/ martes 14 de noviembre de 2023

Falacia de Otis: Soluciones triviales

Hoy por hoy, a la gente le importa muy poco tener razón filosófica. Más que nunca, todos pueden debatir sobre la naturaleza del hombre, pero la libertad moderna implica que ya a nadie se le permite debatirlo si se pretende tener razones para estar en lo correcto. Si en el pasado, se criticaba a los heterodoxos por ser conservadores porque sólo a ellos se les permitía abordar el tema del desarrollo del país, ahora los que antes criticaban, creen ser los únicos que están del lado correcto de la historia sólo por estar en el poder. El poder impone lo que cree a los que nada creen.

Todos creen lo que sea en un mundo donde no se cuestiona a los gobiernos, porque la gente se ha acostumbrado demasiado a pensar que cualquier idea, por más superflua, banal y trivial que sea, vale lo mismo que una idea brillante, profunda y validada por los hechos. Esto ha generado una raza de hombres de escasa talla en política, y eso ha dado por resultado que cualquier mediocre llegue a ministro de gobierno. Nos encanta hablar de «libertad», «educación» y «progreso», aunque hablar de ello sea un truco para evitar discutir sobre lo que es bueno y de cómo se ayudará a Acapulco.

Se habla más del yate de López Dóriga, la campaña de desinformación de los medios de comunicación y del expresidente Fox, que de dónde saldrán los recursos para reconstruir la infraestructura y los empleos en Acapulco por el paso del huracán Otis, si el presupuesto para desastres sólo cuenta con 17 mil millones de pesos y Pemex tiene 12 meses para cubrir 62 mil millones de dólares, de lo que tan sólo la deuda financiera de corto plazo serán 31 mil millones. Se ha estimado desde un costo de 15 mil millones de dólares para la reconstrucción. ¿Habrá dinero?

Como diría Chesterton, el punto débil de toda utopía es ése, que toma las mayores dificultades del hombre y las considera superadas, para pasar después a relatar con detalle cómo superar las más pequeñas. Primero, presupone que ningún hombre querrá tener más que su parte, y después, demuestra gran ingenio para exponer si esa parte que sí le corresponde le llegará en coche o en globo aerostático. Vale la pena hacer un diagnóstico primero, preguntándose si al presidente se le informó las 6 horas previas a la llegada del huracán cuando ya se sabía que sería de nivel 5.

Hay que preguntarse, como bien dice el analista Pablo Majluf, si se aplicaron los protocolos necesarios, si hubo comunicación efectiva, si se protegió a la población, si se pudieron evitar muertes o si la ayuda es suficiente. Luego de responderlas, se podrá definir si las áreas de oportunidad a resolver se deben a la destrucción de los fideicomisos, si no tenemos suficiente tecnología, si la austeridad republicana se ha excedido, si la militarización ha frenado la respuesta del ejército a desastres naturales o si hay corrupción en la entrega de ayuda.

Pero si en cambio, tratamos de tapar el sol con un dedo, dando espacio a que el fundamentalismo termine con los pocos recursos mentales y filosóficos contra ideologías que se aplican como una receta inexorable contra la desigualdad, el líder se volverá reflejo de Estado y se obligará al ciudadano a ser el reflejo del líder hasta que los recursos disponibles en una economía de “francachela” sean derrochados, y, sin duda, terminaremos sin un centavo en el bolsillo para salvar a una comunidad en desgracia, tal como parece que sucederá.


Hoy por hoy, a la gente le importa muy poco tener razón filosófica. Más que nunca, todos pueden debatir sobre la naturaleza del hombre, pero la libertad moderna implica que ya a nadie se le permite debatirlo si se pretende tener razones para estar en lo correcto. Si en el pasado, se criticaba a los heterodoxos por ser conservadores porque sólo a ellos se les permitía abordar el tema del desarrollo del país, ahora los que antes criticaban, creen ser los únicos que están del lado correcto de la historia sólo por estar en el poder. El poder impone lo que cree a los que nada creen.

Todos creen lo que sea en un mundo donde no se cuestiona a los gobiernos, porque la gente se ha acostumbrado demasiado a pensar que cualquier idea, por más superflua, banal y trivial que sea, vale lo mismo que una idea brillante, profunda y validada por los hechos. Esto ha generado una raza de hombres de escasa talla en política, y eso ha dado por resultado que cualquier mediocre llegue a ministro de gobierno. Nos encanta hablar de «libertad», «educación» y «progreso», aunque hablar de ello sea un truco para evitar discutir sobre lo que es bueno y de cómo se ayudará a Acapulco.

Se habla más del yate de López Dóriga, la campaña de desinformación de los medios de comunicación y del expresidente Fox, que de dónde saldrán los recursos para reconstruir la infraestructura y los empleos en Acapulco por el paso del huracán Otis, si el presupuesto para desastres sólo cuenta con 17 mil millones de pesos y Pemex tiene 12 meses para cubrir 62 mil millones de dólares, de lo que tan sólo la deuda financiera de corto plazo serán 31 mil millones. Se ha estimado desde un costo de 15 mil millones de dólares para la reconstrucción. ¿Habrá dinero?

Como diría Chesterton, el punto débil de toda utopía es ése, que toma las mayores dificultades del hombre y las considera superadas, para pasar después a relatar con detalle cómo superar las más pequeñas. Primero, presupone que ningún hombre querrá tener más que su parte, y después, demuestra gran ingenio para exponer si esa parte que sí le corresponde le llegará en coche o en globo aerostático. Vale la pena hacer un diagnóstico primero, preguntándose si al presidente se le informó las 6 horas previas a la llegada del huracán cuando ya se sabía que sería de nivel 5.

Hay que preguntarse, como bien dice el analista Pablo Majluf, si se aplicaron los protocolos necesarios, si hubo comunicación efectiva, si se protegió a la población, si se pudieron evitar muertes o si la ayuda es suficiente. Luego de responderlas, se podrá definir si las áreas de oportunidad a resolver se deben a la destrucción de los fideicomisos, si no tenemos suficiente tecnología, si la austeridad republicana se ha excedido, si la militarización ha frenado la respuesta del ejército a desastres naturales o si hay corrupción en la entrega de ayuda.

Pero si en cambio, tratamos de tapar el sol con un dedo, dando espacio a que el fundamentalismo termine con los pocos recursos mentales y filosóficos contra ideologías que se aplican como una receta inexorable contra la desigualdad, el líder se volverá reflejo de Estado y se obligará al ciudadano a ser el reflejo del líder hasta que los recursos disponibles en una economía de “francachela” sean derrochados, y, sin duda, terminaremos sin un centavo en el bolsillo para salvar a una comunidad en desgracia, tal como parece que sucederá.