/ martes 11 de mayo de 2021

Hacia una cultura de paz | Los Miserables

Cuando la pobreza y el descontento social convergen, las manecillas del reloj de una bomba de tiempo se apresuran para estallar en una indefectible protesta social. Actualmente en todo el planeta se percibe una tensión escalofriante a raíz de las catástrofes que ha ocasionado la pandemia, como dinamita a la aparente estabilidad que tenían algunas sociedades. Esta década quedará marcada en la historia por los cambios económicos, sociales, culturales a los que nos hemos sometido velozmente y por los repentinos cambios de dirección, como una brújula descompuesta. Los movimientos sociales reflejan cómo está la sociedad y el pensamiento humano en un momento determinado. Cuando nuestra seguridad se ve amenazada, las personas nos unimos para exigir el derecho a una mejor calidad de vida.

Recientemente, miles de personas inconformes con la incapacidad del gobierno para enfrentar la crisis del Covid-19 en Colombia resultó en movilizaciones de diferentes sectores de la sociedad en ese país, sumergiéndolo en una oleada de violencia aunada a las décadas de guerra que ya experimentaba. En este contexto de insalubridad surge la cuestión: ¿protestar o no protestar? El ímpetu de luchar para exigir derechos y condiciones dignas siempre ha sido más grande, que cualquier miedo a contagiarse y quizá morir. Y ¿quiénes son los que protestan?, generalmente son los grupos sociales excluidos con poco poder económico y político, es decir: los excluidos, los relegados, los olvidados, los oprimidos, los humillados, o como escribió Víctor Hugo: Los Miserables. En su novela, considerada de las más importantes del siglo XX, retrata a una sociedad marcada por la rabia y la desesperanza; el malestar social, la tristeza, el clasismo, las injusticias y, sobre todo, es el retrato de una vida muy difícil. El contexto descrito por el autor sigue tan vigente como entonces, a pensar del tiempo, el espacio y el lugar. La conclusión es que la gente simplemente se cansa de tolerar un gobierno que no da resultados.

En las protestas, frecuentemente el gobierno también sale a las vías, pero para reprimir la causa con violencia, provocando que escale a niveles alarmantes; entonces, es cuando se comenten abusos policiales y de pronto las “víctimas” del sistema opresor se convierten en “victimarios” y son señalados como malos y violentos, como justificación para ejercer la violencia y reprimir la causa.

América Latina tiene como denominador común la desigualdad, por ende, surgen las protestas sociales. Viene a mi mente Vargas Llosa cuando dijo en entrevista: ¿En qué momento se jodió América Latina? En nuestro país, si se siguen complicando los problemas, quizá no tarde mucho en levantarse una protesta. Los movimientos sociales tienen el poder de cambiar las prácticas institucionales y sus políticas, e independientemente del éxito o fracaso que tengan, las luchas en sí mismas dejan un precedente hacia la esperanza de un panorama social distinto. En este tiempo sin precedentes, a ver quién repara el “hilo negro” y logra incidir colectivamente hacia un cambio positivo sustentable.

Cuando la pobreza y el descontento social convergen, las manecillas del reloj de una bomba de tiempo se apresuran para estallar en una indefectible protesta social. Actualmente en todo el planeta se percibe una tensión escalofriante a raíz de las catástrofes que ha ocasionado la pandemia, como dinamita a la aparente estabilidad que tenían algunas sociedades. Esta década quedará marcada en la historia por los cambios económicos, sociales, culturales a los que nos hemos sometido velozmente y por los repentinos cambios de dirección, como una brújula descompuesta. Los movimientos sociales reflejan cómo está la sociedad y el pensamiento humano en un momento determinado. Cuando nuestra seguridad se ve amenazada, las personas nos unimos para exigir el derecho a una mejor calidad de vida.

Recientemente, miles de personas inconformes con la incapacidad del gobierno para enfrentar la crisis del Covid-19 en Colombia resultó en movilizaciones de diferentes sectores de la sociedad en ese país, sumergiéndolo en una oleada de violencia aunada a las décadas de guerra que ya experimentaba. En este contexto de insalubridad surge la cuestión: ¿protestar o no protestar? El ímpetu de luchar para exigir derechos y condiciones dignas siempre ha sido más grande, que cualquier miedo a contagiarse y quizá morir. Y ¿quiénes son los que protestan?, generalmente son los grupos sociales excluidos con poco poder económico y político, es decir: los excluidos, los relegados, los olvidados, los oprimidos, los humillados, o como escribió Víctor Hugo: Los Miserables. En su novela, considerada de las más importantes del siglo XX, retrata a una sociedad marcada por la rabia y la desesperanza; el malestar social, la tristeza, el clasismo, las injusticias y, sobre todo, es el retrato de una vida muy difícil. El contexto descrito por el autor sigue tan vigente como entonces, a pensar del tiempo, el espacio y el lugar. La conclusión es que la gente simplemente se cansa de tolerar un gobierno que no da resultados.

En las protestas, frecuentemente el gobierno también sale a las vías, pero para reprimir la causa con violencia, provocando que escale a niveles alarmantes; entonces, es cuando se comenten abusos policiales y de pronto las “víctimas” del sistema opresor se convierten en “victimarios” y son señalados como malos y violentos, como justificación para ejercer la violencia y reprimir la causa.

América Latina tiene como denominador común la desigualdad, por ende, surgen las protestas sociales. Viene a mi mente Vargas Llosa cuando dijo en entrevista: ¿En qué momento se jodió América Latina? En nuestro país, si se siguen complicando los problemas, quizá no tarde mucho en levantarse una protesta. Los movimientos sociales tienen el poder de cambiar las prácticas institucionales y sus políticas, e independientemente del éxito o fracaso que tengan, las luchas en sí mismas dejan un precedente hacia la esperanza de un panorama social distinto. En este tiempo sin precedentes, a ver quién repara el “hilo negro” y logra incidir colectivamente hacia un cambio positivo sustentable.