/ martes 13 de octubre de 2020

Hitos de la independencia (II)

“Los demagogos y los agitadores son las personas menos placenteras”. Disraeli

Los insurgentes derrotados, y muchos de ellos se acogieron al indulto que ofreció el virrey Apodaca, el dominio español se restableció en la Nueva España. La madre patria, retirados los franceses, permitió el regreso de Fernando VII, quien proclamó la monarquía absoluta (1815), anulando la Constitución Liberal de Cádiz de 1812, que festejaron los nobles y el clero católico. Pronto, por toda España, se llevó a cabo una feroz persecución de liberales, muchos encarcelados, torturados y ejecutados con garrote vil. Liberales organizaron guerrillas y enfrentaron la brutal represión de Fernando VII. La Santa Inquisición recuperó el poder que le quitó la Constitución Liberal de Cádiz. La lucha de independencia continuaba en los virreinatos de América del sur: Perú, Río de la Plata y Nueva Granada.

En la España absolutista y retrógrada del “bienamado” Fernando VII, el coronel, Rafael del Riego se levantó el primero de marzo de 1820 en Sevilla, con el ejército a sus órdenes, exigiendo la “jura” de la Constitución de Cádiz de 1812 y, generó un movimiento revolucionario, que pronto se extendió por todo el país. En todas las plazas, se hizo la “jura”, razón por la cual, desde entonces se les denominó: “Plazas de la Constitución”. Aquí, en Nueva España, el clero y las clases propietarias, comerciantes y criollos potentados, vieron con terror lo que sucedía en España. El virrey Apodaca fue obligado a jurar la constitución que en sus principales mandatos contenía: la supresión de la Santa Inquisición, la expulsión de la Compañía de Jesús, la supresión de las órdenes monacales y del fuero eclesiástico. También la reducción del IVA, perdón, del diezmo en un 50% y se ordenó la venta de los bienes del clero. Inaceptable para el poderoso clero tal situación. En esas condiciones, quienes condenaron y atacaron a los líderes de la lucha por la independencia, el clérigo Matías Monteagudo, el oidor Bataller, Tirado y otros clérigos, exigieron al virrey Apodaca, a sugerencia de la “Güera Rodríguez”, el nombramiento del inmoral, corrupto Agustín de Iturbide, como comandante del ejército del sur, para atacar y vencer a las fuerzas de Vicente Guerrero y de Pedro Ascencio, que dominaban las serranías del hoy estado de Guerrero.

El ejército de línea de Iturbide fue derrotado en las batallas de Tlatlaya, Totomaloaya y la Cueva del Diablo. Iturbide, inició una comunicación epistolar con Vicente Guerrero, siguiendo las instrucciones de los conjurados del templo de la Profesa, encabezados por el clérigo Matías Monteagudo. El plan no era otro que la separación de la Nueva España, de la España revolucionaria y liberal. El plan consistía en unir a Guerrero y sus fuerzas con Iturbide y sus tropas, para lograr la independencia. ¡Vaya oportunismo, muy parecido al que hoy vivimos con el führer!

“Los demagogos y los agitadores son las personas menos placenteras”. Disraeli

Los insurgentes derrotados, y muchos de ellos se acogieron al indulto que ofreció el virrey Apodaca, el dominio español se restableció en la Nueva España. La madre patria, retirados los franceses, permitió el regreso de Fernando VII, quien proclamó la monarquía absoluta (1815), anulando la Constitución Liberal de Cádiz de 1812, que festejaron los nobles y el clero católico. Pronto, por toda España, se llevó a cabo una feroz persecución de liberales, muchos encarcelados, torturados y ejecutados con garrote vil. Liberales organizaron guerrillas y enfrentaron la brutal represión de Fernando VII. La Santa Inquisición recuperó el poder que le quitó la Constitución Liberal de Cádiz. La lucha de independencia continuaba en los virreinatos de América del sur: Perú, Río de la Plata y Nueva Granada.

En la España absolutista y retrógrada del “bienamado” Fernando VII, el coronel, Rafael del Riego se levantó el primero de marzo de 1820 en Sevilla, con el ejército a sus órdenes, exigiendo la “jura” de la Constitución de Cádiz de 1812 y, generó un movimiento revolucionario, que pronto se extendió por todo el país. En todas las plazas, se hizo la “jura”, razón por la cual, desde entonces se les denominó: “Plazas de la Constitución”. Aquí, en Nueva España, el clero y las clases propietarias, comerciantes y criollos potentados, vieron con terror lo que sucedía en España. El virrey Apodaca fue obligado a jurar la constitución que en sus principales mandatos contenía: la supresión de la Santa Inquisición, la expulsión de la Compañía de Jesús, la supresión de las órdenes monacales y del fuero eclesiástico. También la reducción del IVA, perdón, del diezmo en un 50% y se ordenó la venta de los bienes del clero. Inaceptable para el poderoso clero tal situación. En esas condiciones, quienes condenaron y atacaron a los líderes de la lucha por la independencia, el clérigo Matías Monteagudo, el oidor Bataller, Tirado y otros clérigos, exigieron al virrey Apodaca, a sugerencia de la “Güera Rodríguez”, el nombramiento del inmoral, corrupto Agustín de Iturbide, como comandante del ejército del sur, para atacar y vencer a las fuerzas de Vicente Guerrero y de Pedro Ascencio, que dominaban las serranías del hoy estado de Guerrero.

El ejército de línea de Iturbide fue derrotado en las batallas de Tlatlaya, Totomaloaya y la Cueva del Diablo. Iturbide, inició una comunicación epistolar con Vicente Guerrero, siguiendo las instrucciones de los conjurados del templo de la Profesa, encabezados por el clérigo Matías Monteagudo. El plan no era otro que la separación de la Nueva España, de la España revolucionaria y liberal. El plan consistía en unir a Guerrero y sus fuerzas con Iturbide y sus tropas, para lograr la independencia. ¡Vaya oportunismo, muy parecido al que hoy vivimos con el führer!