/ jueves 26 de diciembre de 2019

La dieta cavernaria

De acuerdo con Avery Gilbert, si bien, tradicionalmente, los antropólogos han tratado la preparación de la comida como expresión cultural, como un grupo de conductas guiadas sólo por la tradición y la creatividad, una nueva generación de evolucionistas de línea conductual y médica cuestionan, ahora, este punto de vista no biológico. Investigadores como Richard Wrangham piensan que la cocina no es una conducta opcional, sino un requisito biológico para la sobrevivencia y según los datos disponibles, no hay población humana sin acceso regular a la comida cocinada.

De acuerdo con Wrangham, nuestros ancestros homínidos cocinan con fuego desde hace 790,000 años atrás, y esto ha tenido profundas consecuencias para la dieta y la conducta social. Por un lado, cocinar libera nutrientes y hace que los vegetales sean más rápidos de comer y fáciles de digerir, al igual que la carne. Al contrario, los fanáticos de la comida cruda sufren una crónica pérdida de energía y las mujeres tienen problemas menstruales. Por otra parte, el tiempo ahorrado al cocinar cambia nuestra conducta con otras actividades, aparte de comer.

Al cocinar, los poderosos músculos de la mandíbula y los dientes grandes dejaron de ser una ventaja evolutiva entre los protohumanos, lo que eventualmente, hace 100,000 años, ocasionó que se hicieran más pequeños, lo que literalmente hizo que nuestra cara cambiara. Cocinar nos hizo bellos. También nuestra sensibilidad se amplió más con la barbacoa del pleistoceno: aparecieron nuevos aromas con la carne asada y granos tostados. Adaptamos la comida a nuestras necesidades y el cuerpo se adaptó a la comida que el medio ambiente ofreció.

Pero hay quienes dicen que los cambios medioambientales han sido muy rápidos para que nuestra predisposición genética a la dieta paleolítica (sin cereales, productos lácteos, sal, azúcares refinados y aceites procesados) se adapte al mismo ritmo, y nuestra actividad física se ha reducido drásticamente, con sus consecuencias para la salud. Pero, tarde o temprano, nuestro ADN se adaptará, y los genes olfativos, de la dieta y el metabolismo, serán los primeros en hacerlo.

agusperezr@hotmail.com




De acuerdo con Avery Gilbert, si bien, tradicionalmente, los antropólogos han tratado la preparación de la comida como expresión cultural, como un grupo de conductas guiadas sólo por la tradición y la creatividad, una nueva generación de evolucionistas de línea conductual y médica cuestionan, ahora, este punto de vista no biológico. Investigadores como Richard Wrangham piensan que la cocina no es una conducta opcional, sino un requisito biológico para la sobrevivencia y según los datos disponibles, no hay población humana sin acceso regular a la comida cocinada.

De acuerdo con Wrangham, nuestros ancestros homínidos cocinan con fuego desde hace 790,000 años atrás, y esto ha tenido profundas consecuencias para la dieta y la conducta social. Por un lado, cocinar libera nutrientes y hace que los vegetales sean más rápidos de comer y fáciles de digerir, al igual que la carne. Al contrario, los fanáticos de la comida cruda sufren una crónica pérdida de energía y las mujeres tienen problemas menstruales. Por otra parte, el tiempo ahorrado al cocinar cambia nuestra conducta con otras actividades, aparte de comer.

Al cocinar, los poderosos músculos de la mandíbula y los dientes grandes dejaron de ser una ventaja evolutiva entre los protohumanos, lo que eventualmente, hace 100,000 años, ocasionó que se hicieran más pequeños, lo que literalmente hizo que nuestra cara cambiara. Cocinar nos hizo bellos. También nuestra sensibilidad se amplió más con la barbacoa del pleistoceno: aparecieron nuevos aromas con la carne asada y granos tostados. Adaptamos la comida a nuestras necesidades y el cuerpo se adaptó a la comida que el medio ambiente ofreció.

Pero hay quienes dicen que los cambios medioambientales han sido muy rápidos para que nuestra predisposición genética a la dieta paleolítica (sin cereales, productos lácteos, sal, azúcares refinados y aceites procesados) se adapte al mismo ritmo, y nuestra actividad física se ha reducido drásticamente, con sus consecuencias para la salud. Pero, tarde o temprano, nuestro ADN se adaptará, y los genes olfativos, de la dieta y el metabolismo, serán los primeros en hacerlo.

agusperezr@hotmail.com