/ jueves 28 de diciembre de 2023

La torpeza social

Hay una persona en la oficina que pocas veces me mira a los ojos. Cuando me habla, con frecuencia mira su teléfono celular o desvía la mirada al darme información indispensable para mi trabajo. Interpreto su lenguaje corporal, pero no encuentro empatía, ni logró por algunos segundos su completa atención. No soy la única que padece esa aparente indiferencia o grosería de su parte. Creo que más bien se trata de un evidente caso de torpeza social.

Hace tiempo que Daniel Goleman, el autor del best seller “Inteligencia Emocional” y toda clase de cursos de desarrollo humano, dejaron de ser novedad. Acaso porque los libros de autoayuda funcionan para un cierto perfil de personas, o por una estupenda estrategia publicitaria que nos persuade de consumir cuanto consejo aparece como “método eficaz” para liderar nuestras propias vidas. Pero eso funciona solo cuando realmente algo profundo cambia en cómo percibimos el mundo y cómo nos movemos en él.

Es poco probable que la lectura de un solo libro nos lleve a transformar de pronto toda la vida y creencias; no obstante, la sociedad y sus dinámicas, sin duda, nos reta y pone a prueba para resolver e incorporar nuevos enfoques.

La incesante ola de información llega por múltiples medios y no sólo nos entera de lo que ocurre alrededor, en casi cualquier parte del planeta (o fuera de él), nos provee de infinidad de mensajes progresivamente intoxicantes, y nos vuelve dependientes de dispositivos electrónicos Imposible imaginar la vida actual sin ellos. ¿Qué nos ha ocurrido? Cierto es que tenemos acceso a una gran lista de fuentes pero no significa más preparación, inteligencia, o habilidades en la gestión emocional. También nos hemos vuelto torpes para relacionarnos mejor.

No obstante, lo que le ocurre a la persona de mi trabajo también me ha ocurrido a mí. He cometido la torpeza de no mirar a las personas mientras les hablo por mirar mi WhatsApp. Todo en ese aparatito celoso que tiene mi dedo índice tan estropeado, tanto como mi habilidad para entender las indirectas de mi familia que reclaman mi atención mientras compiten contra mi teléfono.

Sí, nos hemos vuelto más torpes sociales y con adicción a la virtualidad. La cercanía con alguien “en persona”, puede costarnos más esfuerzo de lo que imaginamos. Perdimos práctica en las relaciones humanas presenciales.

Raquel Torrent Guerrero, autora del libro: “Evolución Integral: Visiones sobre la realidad desde el paradigma emergente”, explica que cuando alguien tiene poco desarrollado el Instinto Social, se le dificulta tener sentido de adaptación y pertenencia. Son quienes se observan torpes para “leer” a los demás. Cometen fallos sociales y evitan el contacto directo, sin darse cuenta que alejarse envía el mensaje de: “aquí no hay interés”.

El instinto social se desarrolla, dice Torrent Guerrero, al reconocer que la vida no se trata de uno mismo, que cada quien necesita de alguien más para desarrollarse. Ser conscientes del “robot” que llevamos en automático y que nos lleva a ser más torpes sociales y menos humanos sensibles.

En las manadas, los monos que no saben leer el lenguaje corporal de sus compañeros, son expulsados por su falta de habilidades para relacionarse con sus semejantes, lo que podría llevarles a la muerte. Obvio, es una situación extrema en la convivencia humana.

Como dice Santiago Ramón Y Cajal: “La humanidad es un ser social cuya inteligencia exige, para estimularse, el rumor de la colmena”. Si las abejas no tuvieran habilidades sociales, quizá no tendríamos la miel de nuestro desayuno.


Hay una persona en la oficina que pocas veces me mira a los ojos. Cuando me habla, con frecuencia mira su teléfono celular o desvía la mirada al darme información indispensable para mi trabajo. Interpreto su lenguaje corporal, pero no encuentro empatía, ni logró por algunos segundos su completa atención. No soy la única que padece esa aparente indiferencia o grosería de su parte. Creo que más bien se trata de un evidente caso de torpeza social.

Hace tiempo que Daniel Goleman, el autor del best seller “Inteligencia Emocional” y toda clase de cursos de desarrollo humano, dejaron de ser novedad. Acaso porque los libros de autoayuda funcionan para un cierto perfil de personas, o por una estupenda estrategia publicitaria que nos persuade de consumir cuanto consejo aparece como “método eficaz” para liderar nuestras propias vidas. Pero eso funciona solo cuando realmente algo profundo cambia en cómo percibimos el mundo y cómo nos movemos en él.

Es poco probable que la lectura de un solo libro nos lleve a transformar de pronto toda la vida y creencias; no obstante, la sociedad y sus dinámicas, sin duda, nos reta y pone a prueba para resolver e incorporar nuevos enfoques.

La incesante ola de información llega por múltiples medios y no sólo nos entera de lo que ocurre alrededor, en casi cualquier parte del planeta (o fuera de él), nos provee de infinidad de mensajes progresivamente intoxicantes, y nos vuelve dependientes de dispositivos electrónicos Imposible imaginar la vida actual sin ellos. ¿Qué nos ha ocurrido? Cierto es que tenemos acceso a una gran lista de fuentes pero no significa más preparación, inteligencia, o habilidades en la gestión emocional. También nos hemos vuelto torpes para relacionarnos mejor.

No obstante, lo que le ocurre a la persona de mi trabajo también me ha ocurrido a mí. He cometido la torpeza de no mirar a las personas mientras les hablo por mirar mi WhatsApp. Todo en ese aparatito celoso que tiene mi dedo índice tan estropeado, tanto como mi habilidad para entender las indirectas de mi familia que reclaman mi atención mientras compiten contra mi teléfono.

Sí, nos hemos vuelto más torpes sociales y con adicción a la virtualidad. La cercanía con alguien “en persona”, puede costarnos más esfuerzo de lo que imaginamos. Perdimos práctica en las relaciones humanas presenciales.

Raquel Torrent Guerrero, autora del libro: “Evolución Integral: Visiones sobre la realidad desde el paradigma emergente”, explica que cuando alguien tiene poco desarrollado el Instinto Social, se le dificulta tener sentido de adaptación y pertenencia. Son quienes se observan torpes para “leer” a los demás. Cometen fallos sociales y evitan el contacto directo, sin darse cuenta que alejarse envía el mensaje de: “aquí no hay interés”.

El instinto social se desarrolla, dice Torrent Guerrero, al reconocer que la vida no se trata de uno mismo, que cada quien necesita de alguien más para desarrollarse. Ser conscientes del “robot” que llevamos en automático y que nos lleva a ser más torpes sociales y menos humanos sensibles.

En las manadas, los monos que no saben leer el lenguaje corporal de sus compañeros, son expulsados por su falta de habilidades para relacionarse con sus semejantes, lo que podría llevarles a la muerte. Obvio, es una situación extrema en la convivencia humana.

Como dice Santiago Ramón Y Cajal: “La humanidad es un ser social cuya inteligencia exige, para estimularse, el rumor de la colmena”. Si las abejas no tuvieran habilidades sociales, quizá no tendríamos la miel de nuestro desayuno.