/ miércoles 18 de julio de 2018

Prometer no empobrece: México requiere de un gobierno cumplidor

Durante más de treinta años, nuestros gobernantes han prometido resolver los grandes problemas socioeconómicos colectivos mediante diversas reformas jurídico-políticas, cuyos efectos han sido mediocres. No han cumplido por la grave corrupción, la falta de talento para administrar su complejísima implementación, sus altos costos y la discutible legitimación del poder público.

La Declaración de Principios de Morena y su propuesta de nuevo modelo económico, de orientación democrática y progresiva, plausiblemente pretenden favorecer más a la población mayoritaria compuesta por pobres; sin embargo, “del dicho al hecho hay mucho trecho”.

A mi juicio, la problemática requiere abordarse con perspectiva sistémica, para direccionar las conductas, actitudes y decisiones de los políticos (principales) y los administradores (agentes), en aras de mejorar efectivamente la calidad de vida de más de 50 millones de mexicanos.

Si la relación principal-agente se da armónicamente, se hacen congruentes y complementarias las conductas relativas al qué (lo político, sustantivo) y al cómo (lo administrativo, adjetivo), de tal manera que si el qué –con enfoque externo hacia la población (misión, objetivos, valores, leyes, políticas públicas, etc.)- no se implementa adecuadamente con el cómo -enfocado hacia el funcionamiento interno de las organizaciones gubernamentales-, el gobierno no cumplirá ante la ciudadanía y continuará inefectivo, insolvente, descontrolado, opaco y corrupto.

La solución de fondo es gobernar hacia adelante, liderar con una visión clara del futuro anhelado y una cultura de innovación y calidad, implementada con medidas pragmáticas sistémicamente diseñadas, derivadas del análisis de riesgos, el diseño de procesos y estructuras, la implantación de sistemas y procedimientos operativos y de control, junto con la integración y el desarrollo del personal que será responsable de su arranque y operación subsiguiente.

Para cumplir sus promesas, el nuevo gobierno requerirá transformar varias instituciones normativas y organizacionales, so pena de preservar el statu quo desastroso que nos aqueja. Además, una vez fijados los objetivos para beneficiar a la población -mediante leyes, programas y presupuestos- hacia el interior, reitero enfáticamente, serán indispensables los mecanismos que, en forma automática y a fortiori, hagan vinculatorios los controles incorporados en los procesos operativos diseñados ex profeso. Así, los servidores públicos acatarán las “reglas del juego del sistema” en forma transparente y evidente. Ello, con Tecnologías de Información que apoyen el “Gobierno Abierto”, la prestación de servicios y la administración interna (Ejm.: sistemas contable y presupuestario, ERP, CRM, internet, etc.).

La efectividad de las decisiones ante la legislación vigente depende de su calidad técnica y de su aceptación por los afectados. Con frecuencia se contraponen ambos criterios; según Max Weber, los políticos, ante un dilema, suelen optar por la aceptación (ética de la convicción); los funcionarios técnica y científicamente especializados, por la calidad (ética de la responsabilidad).

Para que su gobierno le cumpla a la sociedad, es imperativo que AMLO decida de manera muy prudente y sensible cuáles políticas públicas se deben diseñar e implementar con criterios de calidad y cuáles con enfoque de aceptación, ya que las cuestiones de fondo (salud, educación, finanzas públicas, política monetaria y fiscal, fuerza pública, etc.) exigen, quizá, más la sapiencia y el talento de pocos expertos, que una masiva votación de voluntariosos idealistas. Casuísticamente, es deseable el equilibro pragmático.

Concluyo sugiriendo que un “gobierno cumplidor” hace política para propiciar acuerdos entre sectores e intereses disímiles, administra e implementa para hacer que las cosas sucedan, y lidera para que todos contribuyamos motivadamente a lograr los objetivos públicos propalados.

Si lo anterior es medianamente cierto, AMLO se sacó la rifa del tigre… ¿o no?



Durante más de treinta años, nuestros gobernantes han prometido resolver los grandes problemas socioeconómicos colectivos mediante diversas reformas jurídico-políticas, cuyos efectos han sido mediocres. No han cumplido por la grave corrupción, la falta de talento para administrar su complejísima implementación, sus altos costos y la discutible legitimación del poder público.

La Declaración de Principios de Morena y su propuesta de nuevo modelo económico, de orientación democrática y progresiva, plausiblemente pretenden favorecer más a la población mayoritaria compuesta por pobres; sin embargo, “del dicho al hecho hay mucho trecho”.

A mi juicio, la problemática requiere abordarse con perspectiva sistémica, para direccionar las conductas, actitudes y decisiones de los políticos (principales) y los administradores (agentes), en aras de mejorar efectivamente la calidad de vida de más de 50 millones de mexicanos.

Si la relación principal-agente se da armónicamente, se hacen congruentes y complementarias las conductas relativas al qué (lo político, sustantivo) y al cómo (lo administrativo, adjetivo), de tal manera que si el qué –con enfoque externo hacia la población (misión, objetivos, valores, leyes, políticas públicas, etc.)- no se implementa adecuadamente con el cómo -enfocado hacia el funcionamiento interno de las organizaciones gubernamentales-, el gobierno no cumplirá ante la ciudadanía y continuará inefectivo, insolvente, descontrolado, opaco y corrupto.

La solución de fondo es gobernar hacia adelante, liderar con una visión clara del futuro anhelado y una cultura de innovación y calidad, implementada con medidas pragmáticas sistémicamente diseñadas, derivadas del análisis de riesgos, el diseño de procesos y estructuras, la implantación de sistemas y procedimientos operativos y de control, junto con la integración y el desarrollo del personal que será responsable de su arranque y operación subsiguiente.

Para cumplir sus promesas, el nuevo gobierno requerirá transformar varias instituciones normativas y organizacionales, so pena de preservar el statu quo desastroso que nos aqueja. Además, una vez fijados los objetivos para beneficiar a la población -mediante leyes, programas y presupuestos- hacia el interior, reitero enfáticamente, serán indispensables los mecanismos que, en forma automática y a fortiori, hagan vinculatorios los controles incorporados en los procesos operativos diseñados ex profeso. Así, los servidores públicos acatarán las “reglas del juego del sistema” en forma transparente y evidente. Ello, con Tecnologías de Información que apoyen el “Gobierno Abierto”, la prestación de servicios y la administración interna (Ejm.: sistemas contable y presupuestario, ERP, CRM, internet, etc.).

La efectividad de las decisiones ante la legislación vigente depende de su calidad técnica y de su aceptación por los afectados. Con frecuencia se contraponen ambos criterios; según Max Weber, los políticos, ante un dilema, suelen optar por la aceptación (ética de la convicción); los funcionarios técnica y científicamente especializados, por la calidad (ética de la responsabilidad).

Para que su gobierno le cumpla a la sociedad, es imperativo que AMLO decida de manera muy prudente y sensible cuáles políticas públicas se deben diseñar e implementar con criterios de calidad y cuáles con enfoque de aceptación, ya que las cuestiones de fondo (salud, educación, finanzas públicas, política monetaria y fiscal, fuerza pública, etc.) exigen, quizá, más la sapiencia y el talento de pocos expertos, que una masiva votación de voluntariosos idealistas. Casuísticamente, es deseable el equilibro pragmático.

Concluyo sugiriendo que un “gobierno cumplidor” hace política para propiciar acuerdos entre sectores e intereses disímiles, administra e implementa para hacer que las cosas sucedan, y lidera para que todos contribuyamos motivadamente a lograr los objetivos públicos propalados.

Si lo anterior es medianamente cierto, AMLO se sacó la rifa del tigre… ¿o no?