/ sábado 28 de julio de 2018

Federalismo o centralismo

“Ser o no ser, esa es la cuestión” –William Shakespeare (Hamlet, 1600)

Incluyo esta frase del ilustre poeta inglés, para iniciar una reflexión sobre cómo afrontar la problemática nacional, tomando decisiones adecuadas a la realidad tal y como es, sin posiciones demagógicas. La mayoría de los mexicanos deseamos transformar el modus operandi del gobierno federal -y específicamente del Poder Ejecutivo- en virtud de un diagnóstico negativo aceptado en las urnas. El pueblo manifestó su rechazo a los políticos (personas y partidos), y exige cambios al statu quo, cuya implementación implica oportunidades y riesgos. Subrayo, la cuestión es hacia dónde y cómo.

Cuando asuma la presidencia, AMLO deberá tomar decisiones basado en un análisis cuidadoso, casuístico y objetivo de la realidad nacional, para cumplir con las promesas de campaña que, según su perspectiva, responderán puntualmente ante todos y cada uno de los problemas que afectan a la mayoría de los mexicanos, además de congraciarse con el ánimo social durante su prematura “luna de miel”.

Recientemente, AMLO ha anticipado algunas decisiones transversales respecto a la lucha contra la corrupción y el dispendio gubernamental -que aplaudo entusiastamente. Además, anunció la centralización del poder vía delegados federales únicos que cogobernarán en cada estado, trasgrediendo al federalismo, así como volver al corporativismo fortaleciendo sindicatos corruptibles, lo cual no me satisface. Estoy sorprendido, pues asumía que el izquierdismo del electo abrazaría la descentralización democrática del poder y el reconocimiento inteligente de los contrastes que nos unen y fortalecen.

Hasta donde yo sé, el centralismo es preferido por los conservadores y la ultraderecha, mientras que al federalismo lo privilegian los liberales y los progresistas, desde el régimen de don Benito Juárez. Pese a las constituciones federalistas de 1857 y 1917, la supuesta soberanía de los estados siempre ha divergido de los textos legales y la retórica política, en virtud de que el gobierno federal centralizó el poder fiscal desde el inicio de la república y lo refrendó con la actual Ley de Coordinación Fiscal, en 1980. Así, el escuálido federalismo mexicano, por la escasez de recursos locales, limita el desarrollo socioeconómico de algunos estados y propicia desequilibrios entre las regiones del país.

Si realmente existiera un pacto federal, como lo establece nuestra carta magna, sería fructífera la colaboración de los tres órdenes de gobierno, lo cual, por definición, sólo sería factible si convergieran en lo fundamental las decisiones de los gobernantes federal, estatales y municipales. El federalismo coexiste con la descentralización del poder político que se ejerce por muchos y disímiles representantes del pueblo, a lo largo y ancho del territorio nacional. Dicho ejercicio democrático se hace congruente en lo fundamental, en virtud del liderazgo del presidente de la república, pero adquiere modalidades diferentes en lo particular, habida cuenta de las circunstancias diversas y cambiantes en cada área geográfica.

El quid del asunto es que ningún individuo solo puede gobernar efectivamente a México, de manera que no es válido que, ante la exigencia de participar en las decisiones sobre políticas públicas que nos afectan, el elegido “pida un voto de confianza” para imponer su voluntad, y tampoco lo es camuflar el claro incumplimiento de sus promesas, con la cantaleta de “estar dando pasos en la dirección correcta”.

“Ser o no ser”: México es o no una república federal; el gobernador es o no el político principal de la entidad federativa; EPN es (todavía) o no el presidente de México; AMLO es o no de izquierda progresista; el corporativismo sindical beneficia o no a sus agremiados; las reformas educativa y energética son o no benéficas para los mexicanos; el ingreso fiscal es o no suficiente para los subsidios a los “ninis” y adultos mayores; el SNTE es o no el sindicato legítimo de los docentes; los mexicanos sabemos o no qué esperar de AMLO; etc. Esta incertidumbre ha surgido por las declaraciones postelectorales de AMLO y su equipo.

No entiendo cómo se resolverán las incógnitas aquí esbozadas y muchas otras propaladas por los ganadores. Lo que sí sé es que hay poca libertad de maniobra financiera, no hay muestras convincentes de las capacidades directivas de quienes operarán la administración pública federal y menos de sus estrategias para administrar efectivamente las transformaciones organizacionales requeridas para alcanzar las metas prometidas. Estaré atento a las decisiones aludidas y a sus resultados… ¿y usted?



“Ser o no ser, esa es la cuestión” –William Shakespeare (Hamlet, 1600)

Incluyo esta frase del ilustre poeta inglés, para iniciar una reflexión sobre cómo afrontar la problemática nacional, tomando decisiones adecuadas a la realidad tal y como es, sin posiciones demagógicas. La mayoría de los mexicanos deseamos transformar el modus operandi del gobierno federal -y específicamente del Poder Ejecutivo- en virtud de un diagnóstico negativo aceptado en las urnas. El pueblo manifestó su rechazo a los políticos (personas y partidos), y exige cambios al statu quo, cuya implementación implica oportunidades y riesgos. Subrayo, la cuestión es hacia dónde y cómo.

Cuando asuma la presidencia, AMLO deberá tomar decisiones basado en un análisis cuidadoso, casuístico y objetivo de la realidad nacional, para cumplir con las promesas de campaña que, según su perspectiva, responderán puntualmente ante todos y cada uno de los problemas que afectan a la mayoría de los mexicanos, además de congraciarse con el ánimo social durante su prematura “luna de miel”.

Recientemente, AMLO ha anticipado algunas decisiones transversales respecto a la lucha contra la corrupción y el dispendio gubernamental -que aplaudo entusiastamente. Además, anunció la centralización del poder vía delegados federales únicos que cogobernarán en cada estado, trasgrediendo al federalismo, así como volver al corporativismo fortaleciendo sindicatos corruptibles, lo cual no me satisface. Estoy sorprendido, pues asumía que el izquierdismo del electo abrazaría la descentralización democrática del poder y el reconocimiento inteligente de los contrastes que nos unen y fortalecen.

Hasta donde yo sé, el centralismo es preferido por los conservadores y la ultraderecha, mientras que al federalismo lo privilegian los liberales y los progresistas, desde el régimen de don Benito Juárez. Pese a las constituciones federalistas de 1857 y 1917, la supuesta soberanía de los estados siempre ha divergido de los textos legales y la retórica política, en virtud de que el gobierno federal centralizó el poder fiscal desde el inicio de la república y lo refrendó con la actual Ley de Coordinación Fiscal, en 1980. Así, el escuálido federalismo mexicano, por la escasez de recursos locales, limita el desarrollo socioeconómico de algunos estados y propicia desequilibrios entre las regiones del país.

Si realmente existiera un pacto federal, como lo establece nuestra carta magna, sería fructífera la colaboración de los tres órdenes de gobierno, lo cual, por definición, sólo sería factible si convergieran en lo fundamental las decisiones de los gobernantes federal, estatales y municipales. El federalismo coexiste con la descentralización del poder político que se ejerce por muchos y disímiles representantes del pueblo, a lo largo y ancho del territorio nacional. Dicho ejercicio democrático se hace congruente en lo fundamental, en virtud del liderazgo del presidente de la república, pero adquiere modalidades diferentes en lo particular, habida cuenta de las circunstancias diversas y cambiantes en cada área geográfica.

El quid del asunto es que ningún individuo solo puede gobernar efectivamente a México, de manera que no es válido que, ante la exigencia de participar en las decisiones sobre políticas públicas que nos afectan, el elegido “pida un voto de confianza” para imponer su voluntad, y tampoco lo es camuflar el claro incumplimiento de sus promesas, con la cantaleta de “estar dando pasos en la dirección correcta”.

“Ser o no ser”: México es o no una república federal; el gobernador es o no el político principal de la entidad federativa; EPN es (todavía) o no el presidente de México; AMLO es o no de izquierda progresista; el corporativismo sindical beneficia o no a sus agremiados; las reformas educativa y energética son o no benéficas para los mexicanos; el ingreso fiscal es o no suficiente para los subsidios a los “ninis” y adultos mayores; el SNTE es o no el sindicato legítimo de los docentes; los mexicanos sabemos o no qué esperar de AMLO; etc. Esta incertidumbre ha surgido por las declaraciones postelectorales de AMLO y su equipo.

No entiendo cómo se resolverán las incógnitas aquí esbozadas y muchas otras propaladas por los ganadores. Lo que sí sé es que hay poca libertad de maniobra financiera, no hay muestras convincentes de las capacidades directivas de quienes operarán la administración pública federal y menos de sus estrategias para administrar efectivamente las transformaciones organizacionales requeridas para alcanzar las metas prometidas. Estaré atento a las decisiones aludidas y a sus resultados… ¿y usted?