/ jueves 9 de agosto de 2018

La percepción del cambio que viene 080818

“Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida” -Woody Allen. “El futuro ya no es lo que era antes” - Mafalda

De acuerdo con el doctor Mauricio Merino Huerta, el poder se entrega a cambio del respeto por un conjunto de creencias y de expectativas que deben ser cumplidas. Por eso -y para eso- los mexicanos entregamos el poder a AMLO; decidimos canjearle el poder por la efectiva ejecución de sus promesas.

La percepción es la interpretación subjetiva del entorno, que incorporamos a nuestro sistema a través de las ventanas sensoriales, y que procesamos cognitiva y sicológicamente en forma individual para comprender y dar significado a “nuestra realidad”. Así, cada persona se hace consciente, de manera diferente, del medio ambiente en que actúa y de sus circunstancias.

En otros términos, cada persona: ES -física y sicológicamente- única y distinta en sus: sensaciones, valores, creencias, expectativas, objetivos, experiencias, conocimientos, etc.; PERCIBE “su realidad” como “ella es”, la cual difiere de la realidad objetiva y de la de los demás; ACTÚA: se comunica, opina, evalúa, etc., de acuerdo con su percepción; y, en consecuencia, DECIDE: qué elegir, cómo definir y buscar su felicidad y éxito, aprovechar oportunidades y resolver problemas, innovar y aprender.

Aplico el vocablo “cambio” como la transición de un estado socioeconómico inicial a otro diferente y, en ese sentido, entre otras cosas, AMLO prometió: – abatir la pobreza con un nuevo modelo económico que distribuya la riqueza de forma más equitativa y justa. – Acabar con los privilegios de la clase política, sus superprestaciones y los negocios al margen del poder. – La desconcentración de dependencias del gobierno federal y la redefinición del aparato gubernamental. – Reducir los dineros a los partidos políticos y redestinar esos recursos a inversión productiva e infraestructura. ­– La “autonomía energética”. – Crecimiento promedio del 4% anual durante su sexenio. – La consolidación de las instituciones democráticas y el florecimiento de una República eficiente. – Primero los pobres en beneficio de todos.

Omito comentar sobre la corrupción y la violencia heredadas, complejos problemas sociales cuya solución amerita diestras estrategias, cuantiosos recursos, decisiones valientes y efectivas, y muy largos plazos.

Mi percepción de la realidad y de la factibilidad de sus promesas de cambio me generan una disonancia cognitiva que traduzco en duda razonable, a guisa de actitud optimista. Como todos, lo aplaudo y deseo que cumpla, que ataque exitosamente los problemas mencionados, pero creo que la realidad -más temprano que tarde- disipará la euforia colectiva. La economía (los mercados) y las finanzas públicas delimitan el ámbito decisorio del Ejecutivo y acotan las posibilidades de éxito de las políticas públicas; no alcanza con la aceptación popular y el voluntarismo presidencial para sustentar el incremento de las inversiones, la productividad y la competitividad, indispensables para generar el crecimiento y desarrollo socioeconómico prometido.

Desde el punto de la Administración (gestión) Pública y de la toma de decisiones, el presidente es el directivo principal de la nación, como representante del Estado (político) y jefe del gobierno (líder y gerente). ¿Quién soy yo para cuestionar la capacidad como político de AMLO, tras el tsunami electoral? Sin embargo, sus estilos de liderazgo y gerencial merecen un análisis crítico muy cuidadoso.

Mostró un liderazgo “carismático” (autocrático y manipulador) por su talento para atraer autoconfianza, alta autoestima, pasión por sus creencias y visión, busca de popularidad y empatía con “su pueblo”. Su estilo fue efectivo para ganar las elecciones, pero estimo que será inadecuado para la gobernanza.

Lo deseable es el “estilo transformador” que promueve progreso continuo, con propensión al cambio creador y una visión compartida que inspira, motiva y compromete siempre a la gente hacia las metas deseadas, basado en la capacidad y habilidad de convertir a sus seguidores en agentes de cambio, balanceando competencia, visión y virtud. Implica trabajo en equipo y colaboración decisoria (W. Bennis).

Percibo que el presidente electo desestima las habilidades gerenciales, en virtud de la temeraria ausencia de atención a “cómo” materializar sus compromisos. Se quiera o no, él será el responsable del “management” del Poder Ejecutivo Federal y, por ende, de los resultados de las decisiones de planeación, programación, presupuestación, control y evaluación de la operación cotidiana y de los cambios prometidos, con sus nimios y tediosos procesos fiscales, financieros, administrativos, informáticos, etc.

Ojalá no despidan al personal de confianza que sabe cómo manejar estas minucias… ¿verdad?


“Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida” -Woody Allen. “El futuro ya no es lo que era antes” - Mafalda

De acuerdo con el doctor Mauricio Merino Huerta, el poder se entrega a cambio del respeto por un conjunto de creencias y de expectativas que deben ser cumplidas. Por eso -y para eso- los mexicanos entregamos el poder a AMLO; decidimos canjearle el poder por la efectiva ejecución de sus promesas.

La percepción es la interpretación subjetiva del entorno, que incorporamos a nuestro sistema a través de las ventanas sensoriales, y que procesamos cognitiva y sicológicamente en forma individual para comprender y dar significado a “nuestra realidad”. Así, cada persona se hace consciente, de manera diferente, del medio ambiente en que actúa y de sus circunstancias.

En otros términos, cada persona: ES -física y sicológicamente- única y distinta en sus: sensaciones, valores, creencias, expectativas, objetivos, experiencias, conocimientos, etc.; PERCIBE “su realidad” como “ella es”, la cual difiere de la realidad objetiva y de la de los demás; ACTÚA: se comunica, opina, evalúa, etc., de acuerdo con su percepción; y, en consecuencia, DECIDE: qué elegir, cómo definir y buscar su felicidad y éxito, aprovechar oportunidades y resolver problemas, innovar y aprender.

Aplico el vocablo “cambio” como la transición de un estado socioeconómico inicial a otro diferente y, en ese sentido, entre otras cosas, AMLO prometió: – abatir la pobreza con un nuevo modelo económico que distribuya la riqueza de forma más equitativa y justa. – Acabar con los privilegios de la clase política, sus superprestaciones y los negocios al margen del poder. – La desconcentración de dependencias del gobierno federal y la redefinición del aparato gubernamental. – Reducir los dineros a los partidos políticos y redestinar esos recursos a inversión productiva e infraestructura. ­– La “autonomía energética”. – Crecimiento promedio del 4% anual durante su sexenio. – La consolidación de las instituciones democráticas y el florecimiento de una República eficiente. – Primero los pobres en beneficio de todos.

Omito comentar sobre la corrupción y la violencia heredadas, complejos problemas sociales cuya solución amerita diestras estrategias, cuantiosos recursos, decisiones valientes y efectivas, y muy largos plazos.

Mi percepción de la realidad y de la factibilidad de sus promesas de cambio me generan una disonancia cognitiva que traduzco en duda razonable, a guisa de actitud optimista. Como todos, lo aplaudo y deseo que cumpla, que ataque exitosamente los problemas mencionados, pero creo que la realidad -más temprano que tarde- disipará la euforia colectiva. La economía (los mercados) y las finanzas públicas delimitan el ámbito decisorio del Ejecutivo y acotan las posibilidades de éxito de las políticas públicas; no alcanza con la aceptación popular y el voluntarismo presidencial para sustentar el incremento de las inversiones, la productividad y la competitividad, indispensables para generar el crecimiento y desarrollo socioeconómico prometido.

Desde el punto de la Administración (gestión) Pública y de la toma de decisiones, el presidente es el directivo principal de la nación, como representante del Estado (político) y jefe del gobierno (líder y gerente). ¿Quién soy yo para cuestionar la capacidad como político de AMLO, tras el tsunami electoral? Sin embargo, sus estilos de liderazgo y gerencial merecen un análisis crítico muy cuidadoso.

Mostró un liderazgo “carismático” (autocrático y manipulador) por su talento para atraer autoconfianza, alta autoestima, pasión por sus creencias y visión, busca de popularidad y empatía con “su pueblo”. Su estilo fue efectivo para ganar las elecciones, pero estimo que será inadecuado para la gobernanza.

Lo deseable es el “estilo transformador” que promueve progreso continuo, con propensión al cambio creador y una visión compartida que inspira, motiva y compromete siempre a la gente hacia las metas deseadas, basado en la capacidad y habilidad de convertir a sus seguidores en agentes de cambio, balanceando competencia, visión y virtud. Implica trabajo en equipo y colaboración decisoria (W. Bennis).

Percibo que el presidente electo desestima las habilidades gerenciales, en virtud de la temeraria ausencia de atención a “cómo” materializar sus compromisos. Se quiera o no, él será el responsable del “management” del Poder Ejecutivo Federal y, por ende, de los resultados de las decisiones de planeación, programación, presupuestación, control y evaluación de la operación cotidiana y de los cambios prometidos, con sus nimios y tediosos procesos fiscales, financieros, administrativos, informáticos, etc.

Ojalá no despidan al personal de confianza que sabe cómo manejar estas minucias… ¿verdad?