/ martes 21 de agosto de 2018

LA CUARTA TRANSFORMACIÓN: Prometer no empobrece

Eloy Espinoza Ornelas 150818

“Arreglar los problemas económicos es fácil, lo único que se necesita es dinero” –Woody Allen;

Esta entrega intenta provocar la reflexión de mis escasos lectores respecto de la euforia colectiva que se cierne sobre México, como consecuencia del triunfo democrático de AMLO, así como de su visión de la Cuarta Transformación que ha prometido realizar. Compartimos el optimismo porque lo percibimos como un político sincero y honesto -bien intencionado- y por el enfoque social de cambio progresivo que ofrece, pero cuya factibilidad cuestionamos, basados en la gravedad y complejidad de las adversas circunstancias socioeconómicas imperantes en el país y en lo ilusorio de la forma como él y su equipo pretenden implementar sus promesas. Me explico.

La Cuarta Transformación requiere de una definición muy precisa de las cuatro o cinco decisiones estratégicas fundamentales y de efectividad administrativa para ejecutarlas. Ello brilla por su ausencia en el ingente cúmulo de frases alegres, ocurrencias y propuestas simplistas emitidas por AMLO y muchos de su gabinete, durante los 45 días posteriores a su elección. Las buenas intenciones y la aceptación popular de las promesas utópicas no necesariamente abonan a la solución de la problemática de México. El balance entre la calidad técnica y la aceptación democrática de las decisiones -propio de los estadistas- propiciará la articulación de propuestas razonables y viables; de lo contrario, los proyectos quiméricos se convertirán pronto en el veneno que aniquile el capital político del tabasqueño.

Además del gasto de operación normal del gobierno federal, los muy difundidos 25 proyectos prioritarios de cambio tendrán un costo sexenal multibillonario que, a mi juicio, será imposible financiar sin aumentar la recaudación fiscal, incrementar la deuda, minimizar los gastos fiscales (excepciones y privilegios tributarios estimados en $865 mil millones para 2018) y abatir el gasto corriente presupuestario.

Para muestra un botón: el electo realizará absurdas encuestas populares para el NAICM y la Seguridad, cuando a él se le eligió como responsable de las decisiones pertinentes; la desconcentración de las dependencias del Ejecutivo Federal se antoja onerosa y logísticamente inconveniente; aumentar la inversión pública del 3 al 5% del PIB sería positivo, con un costo estimado de $2.5 billones en el sexenio. Adicionalmente, para la implementación de 50 medidas de austeridad y combate a la corrupción no se han especificado los programas y presupuestos.

Las buenas intenciones no garantizan resultados efectivos. Se requiere evaluar integralmente la factibilidad de las propuestas. Es obvio que los 25 proyectos y las 50 medidas propuestas están aún inmaduras. Es imposible abarcar todo; sólo jerarquizando se pueden optimizar los escasos recursos disponibles; la priorización es indispensable para la efectividad. Faltan tres meses para la presentación del Proyecto de Presupuesto de Egresos para el 2019 a la Cámara de Diputados, lapso suficiente para precisar los cinco o seis proyectos prioritarios y factibles del próximo sexenio, y para disipar muchas de las falsas expectativas que generaron el tsunami electoral, con el consecuente riesgo de decepcionar a la ciudadanía y reducir el bono político ganado retóricamente con una imagen esperanzadora.

Esta transición será ‘sui géneris’ porque implica reformar el modelo económico neoliberal y la manera de “administrar” las finanzas públicas y, quizá, porque habrá un cambio masivo de funcionarios en la SHCP. AMLO deberá mantener una sana hacienda pública, con un mayor y mejor gasto social, con los programas de duplicar el apoyo a adultos mayores, pensiones a personas discapacitadas, becas a estudiantes de preparatoria y el de aprendices en empresas.

Como corolario, sugiero que en política la percepción es la realidad; la imagen es percepción que se convierte en la identidad; las cosas son lo que parecen; la imagen cuenta más que la realidad y puede ser la fortuna o desgracia de los políticos. Es decir, en México se aplica hábilmente la “simulación” para obtener/ejercer el poder. Y usted, ¿cómo la ve?


Eloy Espinoza Ornelas 150818

“Arreglar los problemas económicos es fácil, lo único que se necesita es dinero” –Woody Allen;

Esta entrega intenta provocar la reflexión de mis escasos lectores respecto de la euforia colectiva que se cierne sobre México, como consecuencia del triunfo democrático de AMLO, así como de su visión de la Cuarta Transformación que ha prometido realizar. Compartimos el optimismo porque lo percibimos como un político sincero y honesto -bien intencionado- y por el enfoque social de cambio progresivo que ofrece, pero cuya factibilidad cuestionamos, basados en la gravedad y complejidad de las adversas circunstancias socioeconómicas imperantes en el país y en lo ilusorio de la forma como él y su equipo pretenden implementar sus promesas. Me explico.

La Cuarta Transformación requiere de una definición muy precisa de las cuatro o cinco decisiones estratégicas fundamentales y de efectividad administrativa para ejecutarlas. Ello brilla por su ausencia en el ingente cúmulo de frases alegres, ocurrencias y propuestas simplistas emitidas por AMLO y muchos de su gabinete, durante los 45 días posteriores a su elección. Las buenas intenciones y la aceptación popular de las promesas utópicas no necesariamente abonan a la solución de la problemática de México. El balance entre la calidad técnica y la aceptación democrática de las decisiones -propio de los estadistas- propiciará la articulación de propuestas razonables y viables; de lo contrario, los proyectos quiméricos se convertirán pronto en el veneno que aniquile el capital político del tabasqueño.

Además del gasto de operación normal del gobierno federal, los muy difundidos 25 proyectos prioritarios de cambio tendrán un costo sexenal multibillonario que, a mi juicio, será imposible financiar sin aumentar la recaudación fiscal, incrementar la deuda, minimizar los gastos fiscales (excepciones y privilegios tributarios estimados en $865 mil millones para 2018) y abatir el gasto corriente presupuestario.

Para muestra un botón: el electo realizará absurdas encuestas populares para el NAICM y la Seguridad, cuando a él se le eligió como responsable de las decisiones pertinentes; la desconcentración de las dependencias del Ejecutivo Federal se antoja onerosa y logísticamente inconveniente; aumentar la inversión pública del 3 al 5% del PIB sería positivo, con un costo estimado de $2.5 billones en el sexenio. Adicionalmente, para la implementación de 50 medidas de austeridad y combate a la corrupción no se han especificado los programas y presupuestos.

Las buenas intenciones no garantizan resultados efectivos. Se requiere evaluar integralmente la factibilidad de las propuestas. Es obvio que los 25 proyectos y las 50 medidas propuestas están aún inmaduras. Es imposible abarcar todo; sólo jerarquizando se pueden optimizar los escasos recursos disponibles; la priorización es indispensable para la efectividad. Faltan tres meses para la presentación del Proyecto de Presupuesto de Egresos para el 2019 a la Cámara de Diputados, lapso suficiente para precisar los cinco o seis proyectos prioritarios y factibles del próximo sexenio, y para disipar muchas de las falsas expectativas que generaron el tsunami electoral, con el consecuente riesgo de decepcionar a la ciudadanía y reducir el bono político ganado retóricamente con una imagen esperanzadora.

Esta transición será ‘sui géneris’ porque implica reformar el modelo económico neoliberal y la manera de “administrar” las finanzas públicas y, quizá, porque habrá un cambio masivo de funcionarios en la SHCP. AMLO deberá mantener una sana hacienda pública, con un mayor y mejor gasto social, con los programas de duplicar el apoyo a adultos mayores, pensiones a personas discapacitadas, becas a estudiantes de preparatoria y el de aprendices en empresas.

Como corolario, sugiero que en política la percepción es la realidad; la imagen es percepción que se convierte en la identidad; las cosas son lo que parecen; la imagen cuenta más que la realidad y puede ser la fortuna o desgracia de los políticos. Es decir, en México se aplica hábilmente la “simulación” para obtener/ejercer el poder. Y usted, ¿cómo la ve?