/ jueves 15 de marzo de 2018

Teologando

Compartiendo algunas ideas, podemos decir que la humildad es la percepción que tengo, gracias a todo acontecimiento que me sucede, de todo lo que soy , lo malo que he sido y puedo ser, y lo bueno que debería ser, porque no soy Dios, y que debo servirle a él. Todo parece desalentador o pequeño desde la perspectiva humana, pero situado en la perspectiva de Dios, todo adquiere su forma correcta. Diría Luis Veuillot que nunca es el hombre tan grande como cuando está de rodillas a causa del conocimiento de nosotros mismos y de Dios.

Pensemos en estar en el cielo y tener ahí la plenitud de conocimiento que aquí buscamos en la tierra. Tal vez desde el cielo ayudemos a que esa plenitud se comparta en alguna porción con los que la busquen en el mundo. Queremos estar en el cielo, pero aún debemos ser dignos de él estando en la tierra. Con el deseo perturbador que nos consume en la tierra, pero eterno, permanentemente sin el conocimiento que ilumina el alma y sin amor, ¡qué abrumador será el infierno para el que llegó a ver el brillo de Dios! El amor ahuyenta el temor, diría Juan XXIII.

 No todos descubrimos la verdad al primer vistazo, pero a todos se les presenta la oportunidad de elegir entre creer y lo que se debe creer. El instinto comienza por darle al cuerpo lo que necesita, pero termina por quitarle, primero, la espiritualidad y, finalmente, la humanidad, si no tiene el límite de los valores del amor y de la persona. A veces, no hay alternativa mejor con lo que hay entre manos que ofrecernos en sacrificio para transformarnos por Dios en lo que no éramos, con el misterio de la confusión, el dolor y la incertidumbre. Alegría y no perder mérito.

 Las cosas más importantes que ponemos en nuestra vida nos consuelan o preocupan más. Y si el desaliento no trae un consuelo profundo y duradero, es que las cosas que anteponemos son más nuestras que de Dios. Una imagen de Dios se puede enamorar de otra en cualquier momento. El matrimonio es el compromiso específico entre estas dos imágenes que buscan la mejor manera de obedecerlo y conocerlo. Toda mujer merece ser amada, sólo que es con una sola persona con la que se cumple el llamado de la vocación de vida en la pareja.

La paciencia es el tiempo divino esperando a que el tiempo de la criatura llegue al mismo punto, según su propio paso. Las cualidades e intenciones humanas simulan los Sacramentos, sólo que éstos cumplen a la perfección lo que de otro modo estaría sólo al alcance y capacidad de las criaturas. La preponderancia de la verdad personal es un útil instrumento de la mentira y fácilmente corrompe la doctrina. El secreto del poder de la Virgen María es que le da una dimensión diferente a la imagen que tenemos de Cristo, más profunda, plena y brillante.

 Hay rincones en nuestro ser donde ciertas fuerzas insignificantes se vuelven avasalladoramente poderosas, por ello, es peligroso quedarse solo y aislado en esos sitios, porque son agentes que son rebeldes a la comunidad en la que viven. Nuestros actos nos llevan dentro o fuera de esos rincones. Por eso, el concepto católico de los actos es tan importante. El dolor que provocan esos pequeños oscuros rincones del alma son prueba de lo que nos espera si dominan nuestra vida y del infierno que nos espera, aquí o en el más allá.

agusperezr@hotmail.com

 

Compartiendo algunas ideas, podemos decir que la humildad es la percepción que tengo, gracias a todo acontecimiento que me sucede, de todo lo que soy , lo malo que he sido y puedo ser, y lo bueno que debería ser, porque no soy Dios, y que debo servirle a él. Todo parece desalentador o pequeño desde la perspectiva humana, pero situado en la perspectiva de Dios, todo adquiere su forma correcta. Diría Luis Veuillot que nunca es el hombre tan grande como cuando está de rodillas a causa del conocimiento de nosotros mismos y de Dios.

Pensemos en estar en el cielo y tener ahí la plenitud de conocimiento que aquí buscamos en la tierra. Tal vez desde el cielo ayudemos a que esa plenitud se comparta en alguna porción con los que la busquen en el mundo. Queremos estar en el cielo, pero aún debemos ser dignos de él estando en la tierra. Con el deseo perturbador que nos consume en la tierra, pero eterno, permanentemente sin el conocimiento que ilumina el alma y sin amor, ¡qué abrumador será el infierno para el que llegó a ver el brillo de Dios! El amor ahuyenta el temor, diría Juan XXIII.

 No todos descubrimos la verdad al primer vistazo, pero a todos se les presenta la oportunidad de elegir entre creer y lo que se debe creer. El instinto comienza por darle al cuerpo lo que necesita, pero termina por quitarle, primero, la espiritualidad y, finalmente, la humanidad, si no tiene el límite de los valores del amor y de la persona. A veces, no hay alternativa mejor con lo que hay entre manos que ofrecernos en sacrificio para transformarnos por Dios en lo que no éramos, con el misterio de la confusión, el dolor y la incertidumbre. Alegría y no perder mérito.

 Las cosas más importantes que ponemos en nuestra vida nos consuelan o preocupan más. Y si el desaliento no trae un consuelo profundo y duradero, es que las cosas que anteponemos son más nuestras que de Dios. Una imagen de Dios se puede enamorar de otra en cualquier momento. El matrimonio es el compromiso específico entre estas dos imágenes que buscan la mejor manera de obedecerlo y conocerlo. Toda mujer merece ser amada, sólo que es con una sola persona con la que se cumple el llamado de la vocación de vida en la pareja.

La paciencia es el tiempo divino esperando a que el tiempo de la criatura llegue al mismo punto, según su propio paso. Las cualidades e intenciones humanas simulan los Sacramentos, sólo que éstos cumplen a la perfección lo que de otro modo estaría sólo al alcance y capacidad de las criaturas. La preponderancia de la verdad personal es un útil instrumento de la mentira y fácilmente corrompe la doctrina. El secreto del poder de la Virgen María es que le da una dimensión diferente a la imagen que tenemos de Cristo, más profunda, plena y brillante.

 Hay rincones en nuestro ser donde ciertas fuerzas insignificantes se vuelven avasalladoramente poderosas, por ello, es peligroso quedarse solo y aislado en esos sitios, porque son agentes que son rebeldes a la comunidad en la que viven. Nuestros actos nos llevan dentro o fuera de esos rincones. Por eso, el concepto católico de los actos es tan importante. El dolor que provocan esos pequeños oscuros rincones del alma son prueba de lo que nos espera si dominan nuestra vida y del infierno que nos espera, aquí o en el más allá.

agusperezr@hotmail.com