/ miércoles 29 de junio de 2022

Ya no alcanzan los abrazos

Homilía del padre Javier Ávila. Hoy nos ha convocado la vida, no la muerte. La vida de Pedro, Joaquín, Javier. Celebramos la eucaristía en agradecimiento por la vida de nuestros hermanos. Qué difícil es despedir a nuestros seres queridos. La muerte es lo más inhumano de lo humano y nos deja llenos de preguntas. Y más nos vale aceptar las preguntas que buscar las respuestas. “Descálzate, estás pisando terreno sagrado”. La muerte para los que no tienen fe es tragedia. Para quienes creemos en el Dios de la vida es dolor, pero dolor que se va asentando. Y la pieza clave es el amor del Padre y el amor entre nosotros. Qué enorme gozo saber que Javier y Joaquín hasta el final de su vida dieron testimonio de su seguimiento a Jesús de Nazareth. Dos hermanos nuestros de corazón humilde, abierto a los demás. Sencillos constructores de un reino anhelado. Hay huecos, no vacíos. No hay ausencias. Para ellos se acabó el combate. Nosotros seguimos adelante. Dios nos ha hecho un gran regalo a los jesuitas. Con este lamentable evento nos ha permitido compartir el dolor del pueblo. Nos ha confirmado nuestra opción de vida de ser hombres para los demás y buscar en todo amar y servir, hasta entregar la vida. Andar por la vida tiene sus bemoles. No podemos escondernos sólo en la tristeza, en la alegría o en la esperanza. Se ríe y se llora. Y se empieza a entender que todo tiene un término, y que no es fácil vivirlo. Es el precio que hay que pagar porque amamos. La aceptación de estos hechos no es resignación. Es la serenidad de la vida que nos abarca todos los días. Se fueron sin pedir permiso y con su morral lleno de historias y de amores. Caminen adelante, bienaventurados. Alégrense, estén felices porque trajeron a la sierra al Onorúame-Eyerúame, Dios Padre–Madre que vive. Al Padre Bueno que es esperanza, compasión, sentido y plenitud. Es muy fácil ser humano, pero es muy difícil hacerse humano. Y en Javier y en Joaquín siempre encontramos a dos hermanos, a dos sacerdotes profundamente humanos. Es grande el dolor que nos dejan estas muertes. Pero no olvidemos que son miles de muertos en nuestro país que siguen manteniendo vivo el dolor y la tristeza, en miles de familias. Muertos y desaparecidos. Y aprovecho para agradecer de corazón la presencia del grupo de familias que con mucho dolor siguen manteniendo viva la memoria de tantos hechos inhumanos que brincan por todas partes. Los sistemas le apuestan al olvido, nosotros le apostamos a la memoria porque como bellamente dice Mario Benedetti: “El olvido está lleno de memoria”. Sigamos manteniendo viva la memoria, en este ambiente de dolor que hace patente la vergonzosa impunidad que arropa todo el país. Los jesuitas no abandonaremos la misión y menos el servicio a la gente. Con la ayuda y el apoyo de nuestros superiores, aquí seguiremos porque el mal no va a triunfar sobre la vida. Sabemos perdonar y perdonamos porque poseemos la alegría y la paz que el Espíritu infunde en los corazones. Hay dolor, pero no angustia ni rabia. Hay huecos, hay vacíos, pero no hay ausencias. Regresaremos a la tierra los cuerpos de nuestros hermanos. Los regresaremos al regazo amoroso del Padre y de nuestra amada Madre María. El hombre muere cuando se le deja de nombrar. ¿Y cuándo vamos a dejar de nombrar a Javier y a Joaquín? Sus nombres seguirán rebotando en el eco de los barrancos y en el susurro del viento que recorre los pinos y las montañas. Desde este recinto sagrado, espacio de reconciliación de paz y de esperanza, respetuosamente pido, pedimos: Señor Presidente de la República. ¡Revise su proyecto de seguridad pública! Porque no vamos bien. Y esto es clamor popular. Este evento lamentable no es aislado en nuestro país. Un país invadido por la violencia y por la impunidad. Recientemente el papa Francisco acaba de lamentar el asesinato de estos dos sacerdotes y de nuestro amigo Pedro Palma: “¡Cuántos asesinatos en México!”, fueron sus palabras. Nuestro tono es pacífico, pero alto y claro, invitando a que las acciones de gobierno finalmente acaben con la impunidad imperante en nuestra sociedad. Son miles, miles de dolientes sin voz que claman justicia en nuestra nación. Los abrazos ya no nos alcanzan para cubrir los balazos. Recuerdo un bello poema de Joaquín Sabina: Morir es retirarse, hacerse un lado, ocultarse un momento, estarse quieto, pasar el aire de una orilla a lado y estar en todas partes y en secreto. Hay sosiego en el espíritu y gratitud en el alma. Dales, Señor, el eterno descanso y brille para ellos la luz perpetua. Que descansen en paz.


Homilía del padre Javier Ávila. Hoy nos ha convocado la vida, no la muerte. La vida de Pedro, Joaquín, Javier. Celebramos la eucaristía en agradecimiento por la vida de nuestros hermanos. Qué difícil es despedir a nuestros seres queridos. La muerte es lo más inhumano de lo humano y nos deja llenos de preguntas. Y más nos vale aceptar las preguntas que buscar las respuestas. “Descálzate, estás pisando terreno sagrado”. La muerte para los que no tienen fe es tragedia. Para quienes creemos en el Dios de la vida es dolor, pero dolor que se va asentando. Y la pieza clave es el amor del Padre y el amor entre nosotros. Qué enorme gozo saber que Javier y Joaquín hasta el final de su vida dieron testimonio de su seguimiento a Jesús de Nazareth. Dos hermanos nuestros de corazón humilde, abierto a los demás. Sencillos constructores de un reino anhelado. Hay huecos, no vacíos. No hay ausencias. Para ellos se acabó el combate. Nosotros seguimos adelante. Dios nos ha hecho un gran regalo a los jesuitas. Con este lamentable evento nos ha permitido compartir el dolor del pueblo. Nos ha confirmado nuestra opción de vida de ser hombres para los demás y buscar en todo amar y servir, hasta entregar la vida. Andar por la vida tiene sus bemoles. No podemos escondernos sólo en la tristeza, en la alegría o en la esperanza. Se ríe y se llora. Y se empieza a entender que todo tiene un término, y que no es fácil vivirlo. Es el precio que hay que pagar porque amamos. La aceptación de estos hechos no es resignación. Es la serenidad de la vida que nos abarca todos los días. Se fueron sin pedir permiso y con su morral lleno de historias y de amores. Caminen adelante, bienaventurados. Alégrense, estén felices porque trajeron a la sierra al Onorúame-Eyerúame, Dios Padre–Madre que vive. Al Padre Bueno que es esperanza, compasión, sentido y plenitud. Es muy fácil ser humano, pero es muy difícil hacerse humano. Y en Javier y en Joaquín siempre encontramos a dos hermanos, a dos sacerdotes profundamente humanos. Es grande el dolor que nos dejan estas muertes. Pero no olvidemos que son miles de muertos en nuestro país que siguen manteniendo vivo el dolor y la tristeza, en miles de familias. Muertos y desaparecidos. Y aprovecho para agradecer de corazón la presencia del grupo de familias que con mucho dolor siguen manteniendo viva la memoria de tantos hechos inhumanos que brincan por todas partes. Los sistemas le apuestan al olvido, nosotros le apostamos a la memoria porque como bellamente dice Mario Benedetti: “El olvido está lleno de memoria”. Sigamos manteniendo viva la memoria, en este ambiente de dolor que hace patente la vergonzosa impunidad que arropa todo el país. Los jesuitas no abandonaremos la misión y menos el servicio a la gente. Con la ayuda y el apoyo de nuestros superiores, aquí seguiremos porque el mal no va a triunfar sobre la vida. Sabemos perdonar y perdonamos porque poseemos la alegría y la paz que el Espíritu infunde en los corazones. Hay dolor, pero no angustia ni rabia. Hay huecos, hay vacíos, pero no hay ausencias. Regresaremos a la tierra los cuerpos de nuestros hermanos. Los regresaremos al regazo amoroso del Padre y de nuestra amada Madre María. El hombre muere cuando se le deja de nombrar. ¿Y cuándo vamos a dejar de nombrar a Javier y a Joaquín? Sus nombres seguirán rebotando en el eco de los barrancos y en el susurro del viento que recorre los pinos y las montañas. Desde este recinto sagrado, espacio de reconciliación de paz y de esperanza, respetuosamente pido, pedimos: Señor Presidente de la República. ¡Revise su proyecto de seguridad pública! Porque no vamos bien. Y esto es clamor popular. Este evento lamentable no es aislado en nuestro país. Un país invadido por la violencia y por la impunidad. Recientemente el papa Francisco acaba de lamentar el asesinato de estos dos sacerdotes y de nuestro amigo Pedro Palma: “¡Cuántos asesinatos en México!”, fueron sus palabras. Nuestro tono es pacífico, pero alto y claro, invitando a que las acciones de gobierno finalmente acaben con la impunidad imperante en nuestra sociedad. Son miles, miles de dolientes sin voz que claman justicia en nuestra nación. Los abrazos ya no nos alcanzan para cubrir los balazos. Recuerdo un bello poema de Joaquín Sabina: Morir es retirarse, hacerse un lado, ocultarse un momento, estarse quieto, pasar el aire de una orilla a lado y estar en todas partes y en secreto. Hay sosiego en el espíritu y gratitud en el alma. Dales, Señor, el eterno descanso y brille para ellos la luz perpetua. Que descansen en paz.