/ martes 7 de agosto de 2018

Al arribo de la muerte

El modo en que las personas arriban a su muerte, es muy variada. Unas fallecen por enfermedad, otras en accidentes de distinto tipo, algunas más por vejez o por deficiencias en su salud, o víctimas de desastres naturales o de la guerra.

Hoy, sin embargo, fuera de los casos anteriores, son muchas quienes son asesinadas o ejecutadas en diversas formas -eutanasia y suicidio asistido incluidos-; mueren de hambre, de soledad, de tristeza; son acosados y acusados por crímenes que pudieron o no cometer y linchados por la multitud; se suicidan por desesperación o por no hallar un sentido a su vida. En fin, la muerte llega sea o no esperada.

Todos –y en ese ‘todos’ incluimos a hombres y mujeres de toda raza, nación y condición social- quisiéramos morir con conciencia de nuestra dignidad, de ser posible de modo incruento, teniendo tiempo de mirar nuestro caminar en la vida y, si así lo sentimos y deseamos, arrepentirnos de cualquier mala acción que hayamos cometido.

Hay algunos que, por sus crímenes o por alguna otra causa como persecución política por ejemplo, son condenados a muerte, a veces sin un juicio justo o sin mediar un juicio. En algunos países donde sí se enjuicia, la pena de muerte se utiliza como un arma para desalentar la delincuencia. La realidad es que el uso de dicha pena no abona para paliar el crimen.

El papa Francisco ha expresado que la pena de muerte en la actualidad es inadmisible y ha modificado lo expuesto en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2267). No debe usarse tal pena porque viola la dignidad de las personas y porque se han desarrollado sistemas de detención más efectivos, que garantizan la debida protección de los ciudadanos y que, al mismo tiempo, no privan definitivamente a los culpables de la posibilidad de redención.

El papa Juan Pablo II, a pesar de que por definición la vida de casi todos los condenados a muerte no es una vida “inocente”, expresó: “Ni siquiera un asesino pierde su dignidad personal, y Dios mismo se compromete a garantizar esto”.

¿Que pensarán en países como nuestros vecinos del norte o partidos que promueven la pena de muerte a secuestradores? Esperamos también rectifiquen. ¿Lo ven?


El modo en que las personas arriban a su muerte, es muy variada. Unas fallecen por enfermedad, otras en accidentes de distinto tipo, algunas más por vejez o por deficiencias en su salud, o víctimas de desastres naturales o de la guerra.

Hoy, sin embargo, fuera de los casos anteriores, son muchas quienes son asesinadas o ejecutadas en diversas formas -eutanasia y suicidio asistido incluidos-; mueren de hambre, de soledad, de tristeza; son acosados y acusados por crímenes que pudieron o no cometer y linchados por la multitud; se suicidan por desesperación o por no hallar un sentido a su vida. En fin, la muerte llega sea o no esperada.

Todos –y en ese ‘todos’ incluimos a hombres y mujeres de toda raza, nación y condición social- quisiéramos morir con conciencia de nuestra dignidad, de ser posible de modo incruento, teniendo tiempo de mirar nuestro caminar en la vida y, si así lo sentimos y deseamos, arrepentirnos de cualquier mala acción que hayamos cometido.

Hay algunos que, por sus crímenes o por alguna otra causa como persecución política por ejemplo, son condenados a muerte, a veces sin un juicio justo o sin mediar un juicio. En algunos países donde sí se enjuicia, la pena de muerte se utiliza como un arma para desalentar la delincuencia. La realidad es que el uso de dicha pena no abona para paliar el crimen.

El papa Francisco ha expresado que la pena de muerte en la actualidad es inadmisible y ha modificado lo expuesto en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2267). No debe usarse tal pena porque viola la dignidad de las personas y porque se han desarrollado sistemas de detención más efectivos, que garantizan la debida protección de los ciudadanos y que, al mismo tiempo, no privan definitivamente a los culpables de la posibilidad de redención.

El papa Juan Pablo II, a pesar de que por definición la vida de casi todos los condenados a muerte no es una vida “inocente”, expresó: “Ni siquiera un asesino pierde su dignidad personal, y Dios mismo se compromete a garantizar esto”.

¿Que pensarán en países como nuestros vecinos del norte o partidos que promueven la pena de muerte a secuestradores? Esperamos también rectifiquen. ¿Lo ven?