/ martes 19 de marzo de 2024

Hechos y criterios | Casa, vestido y sustento

En un pasado que parece remoto, nuestros abuelos, y quizá para algunos mayores sus padres, recalcaban que lo que importaba tener en esta vida era lo básico: casa, ropa y alimento, cosas elementales que por desgracia, por sistemas económicos injustos, por corrupción, por condiciones de pobreza o desigualdad, no están garantizadas para todos los seres humanos.

Una antigua oración de petición manifiesta el deseo de que esas tres cosas estén presentes en nuestra existencia: “Tu Divina Providencia se extienda en cada momento, para que nunca nos falte: casa, vestido y sustento”. Eso era lo que debíamos tener, se acentuaba, para una vida digna, una vida en que podíamos ser felices. Lo demás sobraba, es más, no pocas veces estorbaba.

Interesaba, eso sí, tener trabajo, vestir modestamente pero con pulcritud, llevarse un pan a la boca y compartirlo con otros, tener un lugar donde vivir o una tierra que sembrar. Si se tenía algo más, bienvenido era, pero no se ponía el corazón o el alma en ello.

Los tiempos cambian: A los jóvenes y niños no se les inculca más que esas tres cosas bastan. La publicidad, el entorno, los mensajes que se leen, se ven o se escuchan, apuntan a la búsqueda de algo más, sobre todo ahora con los avances tecnológicos.

A quienes no les interesa –por estar contentos como viven- ascender en la escala social, se les tacha de conformistas, mediocres o de pocas aspiraciones. A quien no maneja una tarjeta de crédito o débito, no usa celular, no tiene cuenta en el banco o crédito en casas comerciales, poco se le toma en cuenta; a veces hasta se le ve como un bicho raro o se le cataloga dentro de las personas que están fuera del ámbito económico y no son dignas de confianza. Sabemos, sin embargo, que en nuestro país son muchísimas las personas sin acceso al crédito o a los bienes, aunque sean muchas veces quienes más lo necesiten.

El amor a la pobreza –no confundir con la miseria- se ve lejano. Se piensa que entre más se tiene más se vale como persona. Se juzga a los demás por su posición, sus riquezas, su poder o su apariencia. Se busca dar una educación a los hijos pero se orienta a que puedan hacer dinero o vivir más cómodamente, no tanto a que crezcan como personas.

Son muchas las cosas que se ofrecen a los ojos de niños, jóvenes o adultos, cosas que en realidad no son necesarias, que son producto de la mercadotecnia: cosas que sugieren llevarnos a una mejor calidad de vida, a una anhelada felicidad, pero eso, sólo lo sugieren, ya que muchas veces se mantienen en la superficie, no van a las profundidades del hombre.

La casa, el vestido y el sustento, el vivir en una digna medianía –no mediocridad- es un camino que puede llevarnos a plenitud. ¿Lo ven?

En un pasado que parece remoto, nuestros abuelos, y quizá para algunos mayores sus padres, recalcaban que lo que importaba tener en esta vida era lo básico: casa, ropa y alimento, cosas elementales que por desgracia, por sistemas económicos injustos, por corrupción, por condiciones de pobreza o desigualdad, no están garantizadas para todos los seres humanos.

Una antigua oración de petición manifiesta el deseo de que esas tres cosas estén presentes en nuestra existencia: “Tu Divina Providencia se extienda en cada momento, para que nunca nos falte: casa, vestido y sustento”. Eso era lo que debíamos tener, se acentuaba, para una vida digna, una vida en que podíamos ser felices. Lo demás sobraba, es más, no pocas veces estorbaba.

Interesaba, eso sí, tener trabajo, vestir modestamente pero con pulcritud, llevarse un pan a la boca y compartirlo con otros, tener un lugar donde vivir o una tierra que sembrar. Si se tenía algo más, bienvenido era, pero no se ponía el corazón o el alma en ello.

Los tiempos cambian: A los jóvenes y niños no se les inculca más que esas tres cosas bastan. La publicidad, el entorno, los mensajes que se leen, se ven o se escuchan, apuntan a la búsqueda de algo más, sobre todo ahora con los avances tecnológicos.

A quienes no les interesa –por estar contentos como viven- ascender en la escala social, se les tacha de conformistas, mediocres o de pocas aspiraciones. A quien no maneja una tarjeta de crédito o débito, no usa celular, no tiene cuenta en el banco o crédito en casas comerciales, poco se le toma en cuenta; a veces hasta se le ve como un bicho raro o se le cataloga dentro de las personas que están fuera del ámbito económico y no son dignas de confianza. Sabemos, sin embargo, que en nuestro país son muchísimas las personas sin acceso al crédito o a los bienes, aunque sean muchas veces quienes más lo necesiten.

El amor a la pobreza –no confundir con la miseria- se ve lejano. Se piensa que entre más se tiene más se vale como persona. Se juzga a los demás por su posición, sus riquezas, su poder o su apariencia. Se busca dar una educación a los hijos pero se orienta a que puedan hacer dinero o vivir más cómodamente, no tanto a que crezcan como personas.

Son muchas las cosas que se ofrecen a los ojos de niños, jóvenes o adultos, cosas que en realidad no son necesarias, que son producto de la mercadotecnia: cosas que sugieren llevarnos a una mejor calidad de vida, a una anhelada felicidad, pero eso, sólo lo sugieren, ya que muchas veces se mantienen en la superficie, no van a las profundidades del hombre.

La casa, el vestido y el sustento, el vivir en una digna medianía –no mediocridad- es un camino que puede llevarnos a plenitud. ¿Lo ven?