/ martes 14 de noviembre de 2023

Hechos y criterios | ¿La cosa cambia?

Hace unos años -1976- una película ganadora de un Ariel planteaba, primero de modo formal y luego en forma de discurso, el problema de la corrupción imperante en ese tiempo, dejando al final la puerta abierta para su solución a futuro.

El planteamiento partía de los enjuagues del gobierno en turno y otros anteriores, pero en una encuesta realizada por un improvisado reportero se detectaba que la corrupción, particularmente lo que conocemos como mordida, era un mal generalizado en la sociedad.

A nivel personal, el protagonista principal, catalogado insistentemente como un burócrata, se preguntaba sobre el sentido de su actuar según su conciencia, ya que su honradez se oponía al proceder de sus jefes que se prestaban a componendas para robar, o demás empleados menores que buscaban su propio beneficio al margen de sus obligaciones.

Se preguntaba si la denuncia sería el camino para acabar con ese sistema, y si debía o podía ofrecer pruebas de tales o cuales situaciones, dejar las cosas en paz o adaptarse al sistema así fuera contra su conciencia. Mientras tanto miembros de su familia veían la oportunidad de subir en la escala social llevando a cabo determinados actos que caían en la corrupción.

En fin, el filme resulta interesante aunque el tono discursivo hacia el final deja en el aire la conclusión y apunta a que las nuevas generaciones de mexicanos, los hijos o los nietos de quienes vivían en esa época, puedan enfrentar, con convencimiento y método, la corrupción.

Ese final, por desgracia, era o es una quimera. La corrupción, en sus diversas formas, sigue su marcha. Y ello a pesar de las palabras, más publicitarias y de dientes para afuera, de quien detenta el poder político del país y de su partido (lo cual no exime a otras autoridades o partidos), amén de saltar igualmente en algunos casos en quienes disponen del poder económico.

Por desgracia también, a nivel de muchos hombres de la calle, la corrupción se instala, y su combate no se manifiesta o se vuelve indiferente, poniendo al destino, al así son las cosas o así es la vida, como pretextos para no actuar.

Entre los valores que se exhiben en el seno familiar ciertamente, en muchos casos, no está presente la oposición a conductas como la mordida, la mentira, la sustracción de objetos si alguien no se da cuenta, el engaño, el robo encubierto, el hacerle al tonto si se da cambio de más, el obtener beneficios ofreciendo menos calidad de la que se dice, el presentar trabajos como propios siendo de otros, y un largo etcétera, en cosas grandes o pequeñas.

Luchar contra la corrupción, gubernamental o social, comunitaria o personal, de quienes ostentan algún puesto o de quienes son simples mortales, es tarea nuestra, de ustedes y yo, y con motivaciones firmes e internas. Empecemos por nuestra familia y nuestro entorno. ¿Lo ven?


Hace unos años -1976- una película ganadora de un Ariel planteaba, primero de modo formal y luego en forma de discurso, el problema de la corrupción imperante en ese tiempo, dejando al final la puerta abierta para su solución a futuro.

El planteamiento partía de los enjuagues del gobierno en turno y otros anteriores, pero en una encuesta realizada por un improvisado reportero se detectaba que la corrupción, particularmente lo que conocemos como mordida, era un mal generalizado en la sociedad.

A nivel personal, el protagonista principal, catalogado insistentemente como un burócrata, se preguntaba sobre el sentido de su actuar según su conciencia, ya que su honradez se oponía al proceder de sus jefes que se prestaban a componendas para robar, o demás empleados menores que buscaban su propio beneficio al margen de sus obligaciones.

Se preguntaba si la denuncia sería el camino para acabar con ese sistema, y si debía o podía ofrecer pruebas de tales o cuales situaciones, dejar las cosas en paz o adaptarse al sistema así fuera contra su conciencia. Mientras tanto miembros de su familia veían la oportunidad de subir en la escala social llevando a cabo determinados actos que caían en la corrupción.

En fin, el filme resulta interesante aunque el tono discursivo hacia el final deja en el aire la conclusión y apunta a que las nuevas generaciones de mexicanos, los hijos o los nietos de quienes vivían en esa época, puedan enfrentar, con convencimiento y método, la corrupción.

Ese final, por desgracia, era o es una quimera. La corrupción, en sus diversas formas, sigue su marcha. Y ello a pesar de las palabras, más publicitarias y de dientes para afuera, de quien detenta el poder político del país y de su partido (lo cual no exime a otras autoridades o partidos), amén de saltar igualmente en algunos casos en quienes disponen del poder económico.

Por desgracia también, a nivel de muchos hombres de la calle, la corrupción se instala, y su combate no se manifiesta o se vuelve indiferente, poniendo al destino, al así son las cosas o así es la vida, como pretextos para no actuar.

Entre los valores que se exhiben en el seno familiar ciertamente, en muchos casos, no está presente la oposición a conductas como la mordida, la mentira, la sustracción de objetos si alguien no se da cuenta, el engaño, el robo encubierto, el hacerle al tonto si se da cambio de más, el obtener beneficios ofreciendo menos calidad de la que se dice, el presentar trabajos como propios siendo de otros, y un largo etcétera, en cosas grandes o pequeñas.

Luchar contra la corrupción, gubernamental o social, comunitaria o personal, de quienes ostentan algún puesto o de quienes son simples mortales, es tarea nuestra, de ustedes y yo, y con motivaciones firmes e internas. Empecemos por nuestra familia y nuestro entorno. ¿Lo ven?