/ martes 12 de diciembre de 2023

Hechos y criterios | Abrir el corazón   

El que la hace, la paga. Quién mal anda, mal acaba. El que camina por la cuerda floja, acaba por caer. El que anda en malos pasos, da un traspié… Son dichos que pregonan que las malas acciones realizadas obtendrán, tarde o temprano, su castigo.

Hay personas que roban, asesinan, secuestran, adulteran, traicionan, mienten, engañan, extorsionan, oprimen, esclavizan o abusan de otros, y, a la vista de los demás, les va bien según los cánones del mundo. Sin embargo al final, aunque muchos no den cuenta, acaban decepcionados, solos, con el corazón roto, desesperados, prisioneros, muertos o cualquier otra situación desgarradora. No hay crimen sin castigo. Ya la pagarás –expone una canción-, si en la tierra no hay justicia, en el cielo tú verás.

Son muchos quienes se preparan para la celebrar la Navidad. Algunos lo hacen con festejos, compras, regalos, luces, comidas, abrazos, parabienes, posadas o pasadas… Otros tal vez no lo hagan y les pasen indiferentes o en blanco las ahora llamadas fiestas decembrinas. Quizá otros más, por diversas circunstancias, han tomado un mal camino o han hecho daño a sus familiares o amigos y difícilmente manifiestan el espíritu navideño.

El prepararnos, lejos de los elementos materiales, se traduce en abrir el corazón, mirar nuestro actuar, rectificar si el mal, en cualquiera de sus formas, se ha apoderado o comienza a apoderarse de nuestra existencia. Quizá la envidia, la lujuria, la soberbia, la ambición, la flojera, la violencia, el odio, el desamor, la ira, la desesperanza, el adulterio, la falta de fe o cualquier otra cosa nos sobrepase y no fácilmente podamos desembarazarnos de ellas. No pocas veces todas esas situaciones llevan a que las relaciones con los demás, cercanos o no, no funcionen o provoquen enfrentamientos o separaciones.

Mirarnos a nosotros mismos, decidir modificar nuestras actitudes, combatir a fondo aquello que nos conduce a actuar de modo inconveniente y a veces malvado es una manera sana de prepararnos a la Natividad del Señor. No podemos dejarnos deslumbrar sólo por los criterios que el mundo nos ofrece, por una Navidad donde el festejado parece ausente, y no pocas veces el llamado Santa Claus ocupa un lugar preponderante.

Enderezar los senderos de nuestra vida es clave para vivir la alegría navideña. Abramos pues el corazón. No dejemos pasar la oportunidad. ¿Lo ven?


El que la hace, la paga. Quién mal anda, mal acaba. El que camina por la cuerda floja, acaba por caer. El que anda en malos pasos, da un traspié… Son dichos que pregonan que las malas acciones realizadas obtendrán, tarde o temprano, su castigo.

Hay personas que roban, asesinan, secuestran, adulteran, traicionan, mienten, engañan, extorsionan, oprimen, esclavizan o abusan de otros, y, a la vista de los demás, les va bien según los cánones del mundo. Sin embargo al final, aunque muchos no den cuenta, acaban decepcionados, solos, con el corazón roto, desesperados, prisioneros, muertos o cualquier otra situación desgarradora. No hay crimen sin castigo. Ya la pagarás –expone una canción-, si en la tierra no hay justicia, en el cielo tú verás.

Son muchos quienes se preparan para la celebrar la Navidad. Algunos lo hacen con festejos, compras, regalos, luces, comidas, abrazos, parabienes, posadas o pasadas… Otros tal vez no lo hagan y les pasen indiferentes o en blanco las ahora llamadas fiestas decembrinas. Quizá otros más, por diversas circunstancias, han tomado un mal camino o han hecho daño a sus familiares o amigos y difícilmente manifiestan el espíritu navideño.

El prepararnos, lejos de los elementos materiales, se traduce en abrir el corazón, mirar nuestro actuar, rectificar si el mal, en cualquiera de sus formas, se ha apoderado o comienza a apoderarse de nuestra existencia. Quizá la envidia, la lujuria, la soberbia, la ambición, la flojera, la violencia, el odio, el desamor, la ira, la desesperanza, el adulterio, la falta de fe o cualquier otra cosa nos sobrepase y no fácilmente podamos desembarazarnos de ellas. No pocas veces todas esas situaciones llevan a que las relaciones con los demás, cercanos o no, no funcionen o provoquen enfrentamientos o separaciones.

Mirarnos a nosotros mismos, decidir modificar nuestras actitudes, combatir a fondo aquello que nos conduce a actuar de modo inconveniente y a veces malvado es una manera sana de prepararnos a la Natividad del Señor. No podemos dejarnos deslumbrar sólo por los criterios que el mundo nos ofrece, por una Navidad donde el festejado parece ausente, y no pocas veces el llamado Santa Claus ocupa un lugar preponderante.

Enderezar los senderos de nuestra vida es clave para vivir la alegría navideña. Abramos pues el corazón. No dejemos pasar la oportunidad. ¿Lo ven?