/ sábado 26 de septiembre de 2020

Amália Rodrigues en su centenario

Este año se conmemora el centenario del natalicio de la portuguesa Amália Rodrigues, mejor conocida como la “Reina del Fado”. Quien llevó este género a su máxima cota de expresión, había empezado a interpretarlo desde niña con su hermana menor Celeste, en un conocido dueto local donde pronto resaltarían sus singulares dotes interpretativas. Una de las figuras portuguesas más representativas del siglo XX, le abrió paso a futuras generaciones de valiosos fadistas que han contribuido a mantener la vigencia del género.

Con una trayectoria de más de cuatro décadas, hizo de igual modo una carrera interesante como actriz, aunque su propio personaje terminaría siempre por imponerse. Su fama internacional se proyectó acabada la Segunda Guerra Mundial, si bien después de la Revolución de los Claveles de 1974 entró en una especie de bache, al asociarla unos con la derrocada dictadura, o bien otros como benefactora clandestina de la izquierda. Con una vida intensa e incluso trágica en lo emocional, con aislados conatos de suicidio desde la infancia, por varios motivos se le ha solido comparar con la no menos inolvidable Edith Piaf.

Con casi 200 discos grabados y más de 30 millones de copias vendidas, todavía tuve ocasión de oírla en el Festival Cervantino, y si bien su voz ya no se encontraba en su mejor momento, sin embargo derrochaba aquellas notables cualidades que a una leyenda viviente le dan la experiencia y el aplomo. Estando en Lisboa pude notar que tanto el espíritu de Possoa como el suyo revoloteaban por sus calles, porque el arte de ambos forma parte ya de la esencia de esa mágica ciudad que al dejarla nos inunda de saudade; en las aguas del imponente Tajo parecieran proyectarse aún su silueta y el eco de su voz.

Siendo admirador de otras grandes intérpretes como la mozambiqueña Mariza, para algunos su heredera, no me canso de escuchar a quien seguirá siendo la más grande de todas. Orden del Infante don Enrique en Portugal, Legión de honor de la Orden de las Artes y las Letras de Francia y Dama de la Orden de Isabel La Católica en España, recibió en vida los honores de una figura de su envergadura. Sufrió dolorosas pérdidas que la fueron retirando de los escenarios, el mayor oxígeno en su accidentada pero intensa vida, entre otras, la de su compañero de viaje por casi 40 años y por quien había vuelto a confiar en el amor, César Seabra.

Enterrada con honores en el Panteón Nacional, su casa en la Rua São Bento es ya Museo Amália Rodrigues, donde se rinde tributo a la gran diva del fado portugués, figura emblemática de su país y de una ciudad que terminan por enamorar hasta a los más escépticos visitantes, entre otras razones, porque su gente es encantadora, y su gastronomía y sus vinos, exquisitos. De su rica y variada tradición cultural dan también crédito la vitalidad y la sorprendente arquitectura de sus ciudades, y su estupenda literatura que en todos los géneros tiene nombres de primera línea, y su no menos interesante arte plástico, y sus grandes realizadores como Manoel de Oliveira, y claro, su música y sus más dotados intérpretes en los más diversos ámbitos del arte de Euterpe, con la inolvidable Amália Rodrigues como uno de sus signos más claros de identidad.

Este año se conmemora el centenario del natalicio de la portuguesa Amália Rodrigues, mejor conocida como la “Reina del Fado”. Quien llevó este género a su máxima cota de expresión, había empezado a interpretarlo desde niña con su hermana menor Celeste, en un conocido dueto local donde pronto resaltarían sus singulares dotes interpretativas. Una de las figuras portuguesas más representativas del siglo XX, le abrió paso a futuras generaciones de valiosos fadistas que han contribuido a mantener la vigencia del género.

Con una trayectoria de más de cuatro décadas, hizo de igual modo una carrera interesante como actriz, aunque su propio personaje terminaría siempre por imponerse. Su fama internacional se proyectó acabada la Segunda Guerra Mundial, si bien después de la Revolución de los Claveles de 1974 entró en una especie de bache, al asociarla unos con la derrocada dictadura, o bien otros como benefactora clandestina de la izquierda. Con una vida intensa e incluso trágica en lo emocional, con aislados conatos de suicidio desde la infancia, por varios motivos se le ha solido comparar con la no menos inolvidable Edith Piaf.

Con casi 200 discos grabados y más de 30 millones de copias vendidas, todavía tuve ocasión de oírla en el Festival Cervantino, y si bien su voz ya no se encontraba en su mejor momento, sin embargo derrochaba aquellas notables cualidades que a una leyenda viviente le dan la experiencia y el aplomo. Estando en Lisboa pude notar que tanto el espíritu de Possoa como el suyo revoloteaban por sus calles, porque el arte de ambos forma parte ya de la esencia de esa mágica ciudad que al dejarla nos inunda de saudade; en las aguas del imponente Tajo parecieran proyectarse aún su silueta y el eco de su voz.

Siendo admirador de otras grandes intérpretes como la mozambiqueña Mariza, para algunos su heredera, no me canso de escuchar a quien seguirá siendo la más grande de todas. Orden del Infante don Enrique en Portugal, Legión de honor de la Orden de las Artes y las Letras de Francia y Dama de la Orden de Isabel La Católica en España, recibió en vida los honores de una figura de su envergadura. Sufrió dolorosas pérdidas que la fueron retirando de los escenarios, el mayor oxígeno en su accidentada pero intensa vida, entre otras, la de su compañero de viaje por casi 40 años y por quien había vuelto a confiar en el amor, César Seabra.

Enterrada con honores en el Panteón Nacional, su casa en la Rua São Bento es ya Museo Amália Rodrigues, donde se rinde tributo a la gran diva del fado portugués, figura emblemática de su país y de una ciudad que terminan por enamorar hasta a los más escépticos visitantes, entre otras razones, porque su gente es encantadora, y su gastronomía y sus vinos, exquisitos. De su rica y variada tradición cultural dan también crédito la vitalidad y la sorprendente arquitectura de sus ciudades, y su estupenda literatura que en todos los géneros tiene nombres de primera línea, y su no menos interesante arte plástico, y sus grandes realizadores como Manoel de Oliveira, y claro, su música y sus más dotados intérpretes en los más diversos ámbitos del arte de Euterpe, con la inolvidable Amália Rodrigues como uno de sus signos más claros de identidad.