/ martes 25 de febrero de 2020

Corrupción y feminicidios

Dos asuntos relacionados con situaciones cotidianas ocupan la atención de no pocos. El primero, la insistencia de que la corrupción se acaba; el segundo, la también insistencia contra los feminicidios.

Sobre el primero, mucho dudamos que la lucha contra la corrupción dé frutos a corto o largo plazo, mas cuando esa lucha se enfoca fundamentalmente a personas físicas y morales que cuentan con una posición económica envidiable o creciente, y son tachados de neoliberales, conservadores, fifís y otros tantos epítetos. Y además se incluye en esa lucha a funcionarios gubernamentales especialmente a nivel federal.

El caso es, sin embargo, que la corrupción no se da sólo con tales personas –entre ellas existen muchísimas que de ningún modo entran en esa categoría de corrupción- ni en esos niveles. Y además aquello que se criticaba sobre el otorgar contratos sin licitación previa continúa, amén de otras situaciones que pueden caer en esa corrupción que se dice combatir y que “se acaba”.

La cuestión es que pobres o ricos, hombres o mujeres, empresarios o ciudadanos comunes, servidores públicos o empleados, realizan –muchos- actos de corrupción de distinto tamaño y condición. Se siguen las reglas o los dichos de “el que no tranza no avanza”, “pónganme donde hay”, “si no lo hago yo otros lo harán”, “así nos evitamos problemas y burocratismo”, “doy algo para avanzar en los trámites”…

Quizá algo se logre para evitar la corrupción concerniente a los “moches” para obtener un contrato, el que los precios de productos no estén inflados, el que se eviten las facturas falsas, el que las declaraciones hacendarias sean las justas y otras cosas más, pero la corrupción generalizada muy difícilmente se acabará mientras las personas no se convenzan de su maldad y la eviten.

Sobre el segundo asunto, los feminicidios, la voz de una gran parte de la sociedad se alza para manifestar su repudio a los mismos, y exigir que las autoridades tomen, en serio, cartas en el asunto para prevenirlos y castigarlos severamente si se dan.

La cuestión aquí estriba en que la postura de mujeres y hombres –hay que decirlo- que buscan condiciones justas para el desempeño de las mujeres en todas las tareas en que estén involucradas, y señalen los abusos que se dan contra ellas en lo laboral, lo familiar, lo estudiantil, las comunicaciones y en cualquier otra área, no se dejen manipular por intereses ajenos o por partidos u organismos de cualquier clases que busquen sacar raja. Cuando algo como esto se empieza a “politizar” o cae en manos de líderes, la cosa se degenera y cae.

Por último, hay que estar conscientes de que no cualquier homicidio contra mujeres es feminicidio.

Dos asuntos relacionados con situaciones cotidianas ocupan la atención de no pocos. El primero, la insistencia de que la corrupción se acaba; el segundo, la también insistencia contra los feminicidios.

Sobre el primero, mucho dudamos que la lucha contra la corrupción dé frutos a corto o largo plazo, mas cuando esa lucha se enfoca fundamentalmente a personas físicas y morales que cuentan con una posición económica envidiable o creciente, y son tachados de neoliberales, conservadores, fifís y otros tantos epítetos. Y además se incluye en esa lucha a funcionarios gubernamentales especialmente a nivel federal.

El caso es, sin embargo, que la corrupción no se da sólo con tales personas –entre ellas existen muchísimas que de ningún modo entran en esa categoría de corrupción- ni en esos niveles. Y además aquello que se criticaba sobre el otorgar contratos sin licitación previa continúa, amén de otras situaciones que pueden caer en esa corrupción que se dice combatir y que “se acaba”.

La cuestión es que pobres o ricos, hombres o mujeres, empresarios o ciudadanos comunes, servidores públicos o empleados, realizan –muchos- actos de corrupción de distinto tamaño y condición. Se siguen las reglas o los dichos de “el que no tranza no avanza”, “pónganme donde hay”, “si no lo hago yo otros lo harán”, “así nos evitamos problemas y burocratismo”, “doy algo para avanzar en los trámites”…

Quizá algo se logre para evitar la corrupción concerniente a los “moches” para obtener un contrato, el que los precios de productos no estén inflados, el que se eviten las facturas falsas, el que las declaraciones hacendarias sean las justas y otras cosas más, pero la corrupción generalizada muy difícilmente se acabará mientras las personas no se convenzan de su maldad y la eviten.

Sobre el segundo asunto, los feminicidios, la voz de una gran parte de la sociedad se alza para manifestar su repudio a los mismos, y exigir que las autoridades tomen, en serio, cartas en el asunto para prevenirlos y castigarlos severamente si se dan.

La cuestión aquí estriba en que la postura de mujeres y hombres –hay que decirlo- que buscan condiciones justas para el desempeño de las mujeres en todas las tareas en que estén involucradas, y señalen los abusos que se dan contra ellas en lo laboral, lo familiar, lo estudiantil, las comunicaciones y en cualquier otra área, no se dejen manipular por intereses ajenos o por partidos u organismos de cualquier clases que busquen sacar raja. Cuando algo como esto se empieza a “politizar” o cae en manos de líderes, la cosa se degenera y cae.

Por último, hay que estar conscientes de que no cualquier homicidio contra mujeres es feminicidio.