/ martes 16 de noviembre de 2021

De reformas y otros demonios

La reforma energética, que busca elevar el monopolio del Estado como respuesta al incremento del precio del gas, para asegurar que no haya cortes de luz, evitar la corrupción y los abusos por los supuestos subsidios a los particulares, es creer, erróneamente, que evitaremos el aumento mundial del precio de los energéticos por la falta de inversión a causa de la pandemia; que no volveremos a los cortes de electricidad, que eran más frecuentes cuando el monopolio del Estado era mayor en el pasado y que no habrá corrupción, cuando se sigue sin juzgar a los culpables de hoy y de ayer.

Es casi pretender matar moscas con un cañón al recurrir a los monopolios como medicina universal a los problemas sociales, cuando es aplicar la Ley, sin distinción de personas, en un ambiente de competencia económica sin discrecionalidad, la respuesta para evitar que el usuario pague más por la energía y otros servicios y, de paso, reducir la violencia, cuando el ciudadano no encuentra medios legítimos para llevar el sustento a su hogar o no tiene más alternativa que hacerse justicia por su propia mano, pues la Ley, administrada por las instituciones, es incapaz de protegerlo.

Esto último es una de las razones por las que las personas siguen considerando que sus impuestos no son bien utilizados, por los escasos o nulos resultados que los gobiernos tienen en materia de seguridad. Además, los planes de la Cuarta Transformación (4T), de repartir dinero en vez de trabajo, crean una profunda desconfianza de que dichas políticas no aseguren una independencia financiera del control del Estado. Como el economista Amartya Sen diría, hablamos de un autoritarismo que sólo privilegiará a las minorías. Una ideología o régimen bárbaros no deberían arruinar a una nación.

La guerra del presidente Andrés Manuel López Obrador contra la clase media y las asociaciones civiles que, finalmente, son como verdaderas defensas contra el Estado omnipotente, es el resultado de una mentalidad anclada en un tipo de economía premoderna, donde el abuso era frecuente, porque pocos eran los que suministraban los bienes básicos. Tal economía premoderna, que hoy promueve el partido en el poder, es de lo deberíamos pretender escapar, pero en cambio, retornamos a una falsa comunidad donde son reprimidas las capacidades de elección y reflexión.

Nadie que favorezca los principios dinámicos de la economía libre, democracia y pluralismo puede llamarse conservador, como afirma el filósofo Michael Novak. Y, menos, será progresista quien se empeña en realizar un experimento social, como el que el partido en el poder y aliados pretenden, rechazando las verificaciones, comprobaciones y balances suficientes para que tenga opciones de éxito. Apostar por el trapiche, en vez de la tecnología, se vuelve otra forma de corrupción que hará que se pierdan miles de millones de dólares, que los proyectos de la 4T se empeñarán en derrochar.

Dondequiera que haya libertad, existe la responsabilidad, la necesidad de rendir cuentas. En nuestro caso, la política sólo complica, no duplica (Hannah Arendt), incapaz de liberar la creatividad. agusperezr@hotmail.com

Administrador Financiero


La reforma energética, que busca elevar el monopolio del Estado como respuesta al incremento del precio del gas, para asegurar que no haya cortes de luz, evitar la corrupción y los abusos por los supuestos subsidios a los particulares, es creer, erróneamente, que evitaremos el aumento mundial del precio de los energéticos por la falta de inversión a causa de la pandemia; que no volveremos a los cortes de electricidad, que eran más frecuentes cuando el monopolio del Estado era mayor en el pasado y que no habrá corrupción, cuando se sigue sin juzgar a los culpables de hoy y de ayer.

Es casi pretender matar moscas con un cañón al recurrir a los monopolios como medicina universal a los problemas sociales, cuando es aplicar la Ley, sin distinción de personas, en un ambiente de competencia económica sin discrecionalidad, la respuesta para evitar que el usuario pague más por la energía y otros servicios y, de paso, reducir la violencia, cuando el ciudadano no encuentra medios legítimos para llevar el sustento a su hogar o no tiene más alternativa que hacerse justicia por su propia mano, pues la Ley, administrada por las instituciones, es incapaz de protegerlo.

Esto último es una de las razones por las que las personas siguen considerando que sus impuestos no son bien utilizados, por los escasos o nulos resultados que los gobiernos tienen en materia de seguridad. Además, los planes de la Cuarta Transformación (4T), de repartir dinero en vez de trabajo, crean una profunda desconfianza de que dichas políticas no aseguren una independencia financiera del control del Estado. Como el economista Amartya Sen diría, hablamos de un autoritarismo que sólo privilegiará a las minorías. Una ideología o régimen bárbaros no deberían arruinar a una nación.

La guerra del presidente Andrés Manuel López Obrador contra la clase media y las asociaciones civiles que, finalmente, son como verdaderas defensas contra el Estado omnipotente, es el resultado de una mentalidad anclada en un tipo de economía premoderna, donde el abuso era frecuente, porque pocos eran los que suministraban los bienes básicos. Tal economía premoderna, que hoy promueve el partido en el poder, es de lo deberíamos pretender escapar, pero en cambio, retornamos a una falsa comunidad donde son reprimidas las capacidades de elección y reflexión.

Nadie que favorezca los principios dinámicos de la economía libre, democracia y pluralismo puede llamarse conservador, como afirma el filósofo Michael Novak. Y, menos, será progresista quien se empeña en realizar un experimento social, como el que el partido en el poder y aliados pretenden, rechazando las verificaciones, comprobaciones y balances suficientes para que tenga opciones de éxito. Apostar por el trapiche, en vez de la tecnología, se vuelve otra forma de corrupción que hará que se pierdan miles de millones de dólares, que los proyectos de la 4T se empeñarán en derrochar.

Dondequiera que haya libertad, existe la responsabilidad, la necesidad de rendir cuentas. En nuestro caso, la política sólo complica, no duplica (Hannah Arendt), incapaz de liberar la creatividad. agusperezr@hotmail.com

Administrador Financiero