/ martes 6 de marzo de 2018

El don de la conversión

De nuevo, como ya lo expresamos en otra ocasión, una vieja película mexicana nos mueve a la reflexión sobre un asunto que resulta actual y refiere a la conducta y a la conciencia del ser humano.

Cuando se habla de personas relacionadas con delitos de distintos calibres, sobre todo de los llamados de alto impacto, al juzgar sus acciones se tiende a condenar de antemano a dichas personas, e incluso se piensa que son de distinta categoría de los seres humanos “normales”, de tal modo que se debe acabar con ellos a como dé lugar, y además que son incapaces de reaccionar positivamente y cambiar de vida. El pedir a Dios por su conversión les parece a no pocos una aberración.

En el filme que nos ocupa, de esos en que los protagonistas personifican a Mauricio Rosales el Rayo y a Emeterio Berlanga (algún lector habrá visto alguna cinta de la serie con Tony Aguilar y Agustín Isunza), quienes luchan contra las injusticias y buscan cumplir las leyes a favor de los desamparados, hay un enfrentamiento con una pandilla de facinerosos y uno de ellos, herido, confiesa por temor a su condena eterna la verdad que lo puede redimir de sus crímenes. Ya antes, en el desarrollo de la película, ese temor lo hacía pensar sobre su desempeño en la banda y le removía la conciencia.

La cosa queda ahí, pero en el fondo hace ver que cualquier criminal puede, con la gracia de Dios y determinadas circunstancias modificar su camino.

Una oración por la paz emitida por los obispos mexicanos da cuenta de lo expuesto:

“Señor Jesús, tu eres nuestra paz, mira nuestra patria dañada por la violencia y la inseguridad. Consuela el dolor de quienes sufren. Da acierto a las decisiones de quienes nos gobiernan. Toca el corazón de quienes olvidan que somos hermanos y provocan sufrimiento y muerte. Dales el don de la conversión…”. ¿Lo ven?

 

 

 

 

 

 

 

De nuevo, como ya lo expresamos en otra ocasión, una vieja película mexicana nos mueve a la reflexión sobre un asunto que resulta actual y refiere a la conducta y a la conciencia del ser humano.

Cuando se habla de personas relacionadas con delitos de distintos calibres, sobre todo de los llamados de alto impacto, al juzgar sus acciones se tiende a condenar de antemano a dichas personas, e incluso se piensa que son de distinta categoría de los seres humanos “normales”, de tal modo que se debe acabar con ellos a como dé lugar, y además que son incapaces de reaccionar positivamente y cambiar de vida. El pedir a Dios por su conversión les parece a no pocos una aberración.

En el filme que nos ocupa, de esos en que los protagonistas personifican a Mauricio Rosales el Rayo y a Emeterio Berlanga (algún lector habrá visto alguna cinta de la serie con Tony Aguilar y Agustín Isunza), quienes luchan contra las injusticias y buscan cumplir las leyes a favor de los desamparados, hay un enfrentamiento con una pandilla de facinerosos y uno de ellos, herido, confiesa por temor a su condena eterna la verdad que lo puede redimir de sus crímenes. Ya antes, en el desarrollo de la película, ese temor lo hacía pensar sobre su desempeño en la banda y le removía la conciencia.

La cosa queda ahí, pero en el fondo hace ver que cualquier criminal puede, con la gracia de Dios y determinadas circunstancias modificar su camino.

Una oración por la paz emitida por los obispos mexicanos da cuenta de lo expuesto:

“Señor Jesús, tu eres nuestra paz, mira nuestra patria dañada por la violencia y la inseguridad. Consuela el dolor de quienes sufren. Da acierto a las decisiones de quienes nos gobiernan. Toca el corazón de quienes olvidan que somos hermanos y provocan sufrimiento y muerte. Dales el don de la conversión…”. ¿Lo ven?