/ martes 23 de marzo de 2021

Hechos y criterios | Relaciones prematuras

El asunto no es sencillo. Menos cuando estamos inmersos en un ambiente sexualizado. Hablar a adolescentes y jóvenes del verdadero sentido del noviazgo, de la castidad, del guardarse de las relaciones sexuales hasta el matrimonio, de la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual, es casi pedirle peras al olmo.

Hoy las relaciones sexuales entre no pocos muchachos están a la orden del día. Para algunos padres la cosa aparece como normal. Hay otros que ni se enteran de las andanzas de sus vástagos. Otros más –papás y mamás- cuya comunicación con los hijos es casi nula o deficiente, y el tema queda lejos de sus preocupaciones, hasta que aparece el peine.

En algunas escuelas, en pláticas, en talleres, en conferencias, en telenovelas, en medios de comunicación, en opiniones de “expertos” o sexólogos, en líderes o políticos, la cosa se presenta como una opción libre, como un derecho, como algo en que los adultos no pueden o deben intervenir.

No pueden –se dice- reprimir su sexualidad, mientras sea de común acuerdo y no se ofenda a terceros. Y muchos jóvenes o adolescentes recién entrados en la pubertad –hombres y mujeres, sobre todo estas últimas- caen en la trampa. A la atracción física, al “enamoramiento” se suma la idea de que no hay nada malo en iniciar una relación que culmine en la entrega de los cuerpos, aunque difícilmente de las almas.

Las consecuencias están a la vista, y crecen cada día: rupturas tempranas, desengaños, embarazos prematuros generalmente no deseados, abandonos, tentaciones o inducciones a realizar abortos, desesperación, conflictos o violencia familiar, sentimientos encontrados, violaciones, pérdida de proyectos de vida, caída en la promiscuidad, y muchas más.

El hecho es que esa mentalidad de la libertad para entablar relaciones, aunque sean adolescentes o jóvenes –imbuida por muchos adultos con buena o mala fe o intención-, de que basta sentir amor para darse uno a otro, que hay que vivir la vida sin poner objeciones pues somos libres, que si nos queremos hay que dar una “prueba de amor”, de que podemos irnos a vivir juntos sin compromiso, de que padres o hermanos no deben meterse en nuestras vidas, ha dado pie a funestos acontecimientos, y ha minado a la sociedad.

La comunicación entre padres e hijos, la vigilancia, el diálogo sincero, la unión entre los esposos para tratar el tema –a veces hay situaciones en que los mismos padres no están de acuerdo en la forma y el fondo-, son esenciales para evitar que los jóvenes –dirigidos o no por otros- pierdan piso y pongan en peligro su felicidad actual y futura. ¿Lo ven?

El asunto no es sencillo. Menos cuando estamos inmersos en un ambiente sexualizado. Hablar a adolescentes y jóvenes del verdadero sentido del noviazgo, de la castidad, del guardarse de las relaciones sexuales hasta el matrimonio, de la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual, es casi pedirle peras al olmo.

Hoy las relaciones sexuales entre no pocos muchachos están a la orden del día. Para algunos padres la cosa aparece como normal. Hay otros que ni se enteran de las andanzas de sus vástagos. Otros más –papás y mamás- cuya comunicación con los hijos es casi nula o deficiente, y el tema queda lejos de sus preocupaciones, hasta que aparece el peine.

En algunas escuelas, en pláticas, en talleres, en conferencias, en telenovelas, en medios de comunicación, en opiniones de “expertos” o sexólogos, en líderes o políticos, la cosa se presenta como una opción libre, como un derecho, como algo en que los adultos no pueden o deben intervenir.

No pueden –se dice- reprimir su sexualidad, mientras sea de común acuerdo y no se ofenda a terceros. Y muchos jóvenes o adolescentes recién entrados en la pubertad –hombres y mujeres, sobre todo estas últimas- caen en la trampa. A la atracción física, al “enamoramiento” se suma la idea de que no hay nada malo en iniciar una relación que culmine en la entrega de los cuerpos, aunque difícilmente de las almas.

Las consecuencias están a la vista, y crecen cada día: rupturas tempranas, desengaños, embarazos prematuros generalmente no deseados, abandonos, tentaciones o inducciones a realizar abortos, desesperación, conflictos o violencia familiar, sentimientos encontrados, violaciones, pérdida de proyectos de vida, caída en la promiscuidad, y muchas más.

El hecho es que esa mentalidad de la libertad para entablar relaciones, aunque sean adolescentes o jóvenes –imbuida por muchos adultos con buena o mala fe o intención-, de que basta sentir amor para darse uno a otro, que hay que vivir la vida sin poner objeciones pues somos libres, que si nos queremos hay que dar una “prueba de amor”, de que podemos irnos a vivir juntos sin compromiso, de que padres o hermanos no deben meterse en nuestras vidas, ha dado pie a funestos acontecimientos, y ha minado a la sociedad.

La comunicación entre padres e hijos, la vigilancia, el diálogo sincero, la unión entre los esposos para tratar el tema –a veces hay situaciones en que los mismos padres no están de acuerdo en la forma y el fondo-, son esenciales para evitar que los jóvenes –dirigidos o no por otros- pierdan piso y pongan en peligro su felicidad actual y futura. ¿Lo ven?