/ jueves 11 de noviembre de 2021

¡Híjole se me vio!

Sara estaba arreglándose porque era candidata a reina de un club, se peinó, maquilló y el vestido se ciñó perfecto a su figura. Puntual llegó su chambelán, ella salió a su encuentro un poco “chiveada”, pues no estaba acostumbrada a tanto arreglo y protocolo, se saludaron con miradas esquivas y salieron rumbo al evento.

Al llegar al club subieron los escalones de la entrada y ahí ocurrió el primer percance de la noche, el vestido se le atoró en el tacón y se rasgó la crinolina, por suerte el daño no se notaba, así que prosiguieron hacia adentro.

Ya sentados en la mesa que les asignaron, ella notó que él la miraba directo al pecho y después nervioso se volteaba para otro lado, lo hizo en varias ocasiones hasta que Sara volteó y se miró la parte alta del vestido ¡Y qué horror! Un tirante se había descosido, se le bajó ese lado del atuendo y quedó a la vista un brassier viejo y amarillento, un préstamo de su hermana mayor. Héctor no le pudo decir nada pues el asomo de ropa interior en 1975 era para la mayoría vergonzoso e innombrable. Ella de inmediato se subió el vestido y le dijo: ¡Por favor llévame a mi casa! Salieron apurados y en el momento en que Sara se sentó en el auto el otro tirante salió volando. Después de un trayecto silencioso ella entró apurada a su casa deteniéndose el vestido. Cuando vio a su mamá se soltó llorando y le dijo: ¡Ya no voy a ir! Pero su madre la calmó, le cosió los tirantes y la animó a que volviera. Antes de salir de nuevo, Sara subió a su recámara y tomó algo que definitivamente la haría sentirse más segura.

Regresaron al evento y al oír sus nombres pasaron frente al público que aplaudía mientras su mamá se decepcionó al verla envuelta en un chal al estilo carrilleras de Adelita revolucionaria y pensó: ¡Lástima, no lució el vestido!

Cuando Sara lo platica revive la vergüenza y bromea diciendo: ¡Llegué literalmente a la casa con el vestido en la mano!

Hay un morbo implícito en la ropa interior, porque es la última capa que tapa nuestra desnudez. El pudor se forja diferente según épocas, países, culturas y situaciones. No nos imaginamos ir en traje de baño a trabajar en una oficina formal, donde todos andan vestidos, pero en la playa el atuendo es el indicado, y en la playa los hombres no conciben salir en calzón y las mujeres en pantaletas y bra, porque aunque nos tapan igual que un traje de baño, se nota que es ropa interior. Ahora imaginémonos un escenario de pobreza extrema o guerra, donde todo escasea, el aspecto del atuendo da lo mismo, sólo importa que proteja, la atención está puesta en sobrevivir. La ropa es un elemento lleno de atribuciones culturales que determinan lo apropiado o no, lo bonito y lo feo. Pero a final de cuentas cada cual busca lo que le hace sentir protegido y seguro en el momento.

Sara pensó: ¡Híjole, se me vio! Pero lo único que se le vio fue un pedazo de tela añejo que cubría su pecho. Su intimidad quedó a salvo, pero culturalmente sufrió bastante.



Sara estaba arreglándose porque era candidata a reina de un club, se peinó, maquilló y el vestido se ciñó perfecto a su figura. Puntual llegó su chambelán, ella salió a su encuentro un poco “chiveada”, pues no estaba acostumbrada a tanto arreglo y protocolo, se saludaron con miradas esquivas y salieron rumbo al evento.

Al llegar al club subieron los escalones de la entrada y ahí ocurrió el primer percance de la noche, el vestido se le atoró en el tacón y se rasgó la crinolina, por suerte el daño no se notaba, así que prosiguieron hacia adentro.

Ya sentados en la mesa que les asignaron, ella notó que él la miraba directo al pecho y después nervioso se volteaba para otro lado, lo hizo en varias ocasiones hasta que Sara volteó y se miró la parte alta del vestido ¡Y qué horror! Un tirante se había descosido, se le bajó ese lado del atuendo y quedó a la vista un brassier viejo y amarillento, un préstamo de su hermana mayor. Héctor no le pudo decir nada pues el asomo de ropa interior en 1975 era para la mayoría vergonzoso e innombrable. Ella de inmediato se subió el vestido y le dijo: ¡Por favor llévame a mi casa! Salieron apurados y en el momento en que Sara se sentó en el auto el otro tirante salió volando. Después de un trayecto silencioso ella entró apurada a su casa deteniéndose el vestido. Cuando vio a su mamá se soltó llorando y le dijo: ¡Ya no voy a ir! Pero su madre la calmó, le cosió los tirantes y la animó a que volviera. Antes de salir de nuevo, Sara subió a su recámara y tomó algo que definitivamente la haría sentirse más segura.

Regresaron al evento y al oír sus nombres pasaron frente al público que aplaudía mientras su mamá se decepcionó al verla envuelta en un chal al estilo carrilleras de Adelita revolucionaria y pensó: ¡Lástima, no lució el vestido!

Cuando Sara lo platica revive la vergüenza y bromea diciendo: ¡Llegué literalmente a la casa con el vestido en la mano!

Hay un morbo implícito en la ropa interior, porque es la última capa que tapa nuestra desnudez. El pudor se forja diferente según épocas, países, culturas y situaciones. No nos imaginamos ir en traje de baño a trabajar en una oficina formal, donde todos andan vestidos, pero en la playa el atuendo es el indicado, y en la playa los hombres no conciben salir en calzón y las mujeres en pantaletas y bra, porque aunque nos tapan igual que un traje de baño, se nota que es ropa interior. Ahora imaginémonos un escenario de pobreza extrema o guerra, donde todo escasea, el aspecto del atuendo da lo mismo, sólo importa que proteja, la atención está puesta en sobrevivir. La ropa es un elemento lleno de atribuciones culturales que determinan lo apropiado o no, lo bonito y lo feo. Pero a final de cuentas cada cual busca lo que le hace sentir protegido y seguro en el momento.

Sara pensó: ¡Híjole, se me vio! Pero lo único que se le vio fue un pedazo de tela añejo que cubría su pecho. Su intimidad quedó a salvo, pero culturalmente sufrió bastante.