/ viernes 3 de diciembre de 2021

La ingratitud

La definición de diferentes diccionarios de la lengua castellana acerca de la palabra “ingratitud” es coincidente y su significado es: "Olvido o desprecio de los beneficios recibidos”.

Generalmente manifestamos la ingratitud de muchas formas y contra muchas personas. Somos ingratos con Dios, con nuestros amigos, con nuestros maestros, con nuestro país, con nuestros esposos o esposas, con nuestros hijos y muchas veces, más de las que pudiéramos imaginar, con nuestros padres. Pero ojo, la ingratitud también se da de padres a hijos.

La ingratitud como concepto es de lo más desagradable, cruel y despreciable en la vida de los seres humanos. Nunca se puede aceptar la ingratitud de los descendientes, de los hijos e hijas, como algo natural o agradable, por lo tanto se exige una pronta y oportuna rectificación.

Por dinero, por ejemplo, los hijos son capaces de demostrar lo más negro de su espíritu. ¿Estaremos ya en los últimos tiempos? La Biblia nos puede hacer pensar sobre lo que nos sucede actualmente: “...En los últimos días… los hombres serán amadores de sí mismos y del dinero, jactanciosos, soberbios, maldicientes, desobedientes a su padres, ingratos...”.

Del Español antiguo obtenemos, del “promptuario de ejemplos”, la siguiente cita:

“Descuidávanse dos hijos de su padre, aviendo repartido entre ellos su hazienda. Y, visto por él, y aconsejado de un amigo suyo, hizo una arca bien herrada y cerrada con tres llaves, y dio a cada hijo la suya, quedando él con otra. Díxoles que tenía allí joyas de grande precio y escrituras de rentas, que las repartiesen entre sí después de su muerte, y que por no gastarlas él y que ni ellos se apoderassen dellas, como de lo demás, y se descuidassen dél, quería que tuviessen todos tres las llaves. Con esto los hijos le regalavan a porfía, esperando parte en aquella arca, no osándose descuidar dél, porque no las distribuyesse y gastasse. Vino a morir el viejo; abrieron los hijos la arca y hallaron dentro un martillo de hierro y una cédula que dezía: «Quien da su hazienda antes de su muerte, merece que le den con un martillo en la frente».”

Y así, investigando sobre la frecuencia con que los hijos desplazan a sus progenitores de sus hogares, encontramos que es una “práctica bastante común” el que muchos abusen de sus ancianos padres.

Cuando los hijos son ingratos muchas veces no lo son porque así han sido enseñados o porque esa sea su naturaleza. La influencia del cónyuge es determinante. Se da más de esposas con los esposos que viceversa, así como la influencia de malas madres con los hijos para ponerlos en contra del padre, quien luego sufre las consecuencias de la ingratitud de los mismos. Cuestión de valores, dirían algunos. ¿Y qué de la influencia de un hijo sobre su padre para ser ingrato y ponerlo en contra de un hermano?

“El deber de gratitud se deriva de una deuda de amor, de la que nadie debe querer que le absuelvan. De ahí que el hecho de que alguien cargue con tal deber de mala gana parece provenir de falta de amor a la persona que le ha hecho el beneficio... Más la ingratitud formal se da cuando hay desprecio actual del beneficio. Y esto constituye pecado especial” (Séneca en el III De Benef).

Las siguientes son sabias palabras: “Tengo tres perros peligrosos: la ingratitud, la soberbia y la envidia. Cuando muerden dejan una herida profunda” (Martín Lutero).

Y así, la ingratitud de los hijos deja la herida más profunda, dolorosa e incurable que pueda sufrir un ser humano. Sus cómplices son él o ella, en forma ya sea de cónyuge, de padre o madre que para beneficio ya sea económico o moral, llenan de odio el corazón y el alma de los que también se convertirán en sus víctimas.