/ martes 18 de diciembre de 2018

La vía rápida

Aquí, ahí y más allá, hileras interminables de vehículos de transporte van y vienen a todas horas. Imaginemos a todos esos automóviles, camionetas, camiones, motocicletas y bicicletas; dos, cuatro o más llantas rodando, junto con infinidad de peatones en movimiento. Muchos y cada vez más en marcha, por todas esas rutas que nos hemos trazado para una circulación de diferentes modos, paradas y destinos.

Se recorren caminos urbanos o rurales, y además espacios públicos y privados se saturan en convivencias, negocios, recreos o descansos, marcando una huella de presencia humana. Nos movemos sin cesar de un lado a otro ¿Y qué dejamos a nuestro paso? ¿Quiénes osan manchar en su travesía de manera ostentosa y contaminante los caminos, los lugares? ¿Qué piensan esos, que desde su ubicación tiran al ahi se va lo que ya no les sirve? ¿Por qué esa insensibilidad hacia el medioambiente? ¿Contra quién es esa costumbre que deteriora la salud y la imagen del paisaje? ¿Cuando tiramos algo a la deriva en quién pensamos como el indicado para recogerla? ¿Cómo podemos deshacernos de la embriaguez de ignorancia, soberbia, de enojo, de la depresión, del alcohol, de las drogas, esas que nos nublan la responsabilidad comunitaria de conservar el medioambiente?

¡Nos urge desarrollar amor por Dios, por nosotros mismos y los demás seres humanos! Porque centrados en esos amores abarcaremos el amor por lo que nos da vida: la naturaleza. Se nos regala este mundo para vivir en donde nos vamos encontrando, en un lugar prestado que se queda para que las próximas generaciones lo conozcan y disfruten cuando nosotros dejamos esta existencia.

En ocasiones escojo rutas y en mi caminar voy recogiendo basura, ofreciendo esta tarea al Creador: Señor estoy limpiando tu casa, me satisface voltear atrás y ver que dejo limpio el hermoso lugar donde transito, mejor que como lo encontré y después de mi contribución, admiro el paisaje sin eso artificial que lo ensucia, que lo deteriora, que lo deshonra. Y así, con todo respeto agradezco lo que has creado y celebro el conjunto natural, libre de una huella humana mal educada.

Tirar la basura en su lugar es sólo un pasito para rescatar espacios y caminos, hoy el exceso de desechos nos invita a “reducir” lo que desechamos, analizar detenidamente cómo podemos aminorar los cerros de lo desechable, adoptando una acción de “reúso” y “reciclaje” urgente. Nunca nos olvidemos de las tres erres y su orden prioritario: Reducir, Reusar y Reciclar.

Desde las necesidades básicas de sobrevivencia, desde la dicha de vivir, compartir y disfrutar la vida, escoger un caminar donde dejemos a nuestro paso lo mínimo.

Basada en mis travesías de limpieza, yo recomendaría como un comienzo, dejar de comprar y aceptar botellas de plástico con agua, refresco o jugo, cargar siempre un termo reusable y escoger y exigir botellas de vidrio retornables a los que surten esos líquidos que se han hecho indispensables para muchos. Pelearnos con el plástico lo más que se pueda. Ir al supermercado y a las tiendas con bolsas reusables. Tatuarnos en la memoria “Sin bolsa, gracias”.

Lo que más recojo: botellas de plástico y botellas de vidrio y aparte todas sus tapaderas, bolsas de plástico, botes de aluminio y todo tipo de empaques y contenedores de comida para llevar.

Quiero decir un “gracias” a aquellos que ponen la basura en su lugar y que ya están en el movimiento de aminorarla y un “de nada” pero con una carguita de más bien decir: “¡De todo, ya ni friegan!” dirigido a aquellos que han tirado y en mi caminar he recogido su huella de despreocupación y falta de respeto al entorno.

También quiero decir “vamos todos” adoptando unos metros a la redonda, donde en reverencia limpiemos este gran planeta lleno de maravillas y regalos de vida para la humanidad.


roberta.cortazar@ yahoo.com

Aquí, ahí y más allá, hileras interminables de vehículos de transporte van y vienen a todas horas. Imaginemos a todos esos automóviles, camionetas, camiones, motocicletas y bicicletas; dos, cuatro o más llantas rodando, junto con infinidad de peatones en movimiento. Muchos y cada vez más en marcha, por todas esas rutas que nos hemos trazado para una circulación de diferentes modos, paradas y destinos.

Se recorren caminos urbanos o rurales, y además espacios públicos y privados se saturan en convivencias, negocios, recreos o descansos, marcando una huella de presencia humana. Nos movemos sin cesar de un lado a otro ¿Y qué dejamos a nuestro paso? ¿Quiénes osan manchar en su travesía de manera ostentosa y contaminante los caminos, los lugares? ¿Qué piensan esos, que desde su ubicación tiran al ahi se va lo que ya no les sirve? ¿Por qué esa insensibilidad hacia el medioambiente? ¿Contra quién es esa costumbre que deteriora la salud y la imagen del paisaje? ¿Cuando tiramos algo a la deriva en quién pensamos como el indicado para recogerla? ¿Cómo podemos deshacernos de la embriaguez de ignorancia, soberbia, de enojo, de la depresión, del alcohol, de las drogas, esas que nos nublan la responsabilidad comunitaria de conservar el medioambiente?

¡Nos urge desarrollar amor por Dios, por nosotros mismos y los demás seres humanos! Porque centrados en esos amores abarcaremos el amor por lo que nos da vida: la naturaleza. Se nos regala este mundo para vivir en donde nos vamos encontrando, en un lugar prestado que se queda para que las próximas generaciones lo conozcan y disfruten cuando nosotros dejamos esta existencia.

En ocasiones escojo rutas y en mi caminar voy recogiendo basura, ofreciendo esta tarea al Creador: Señor estoy limpiando tu casa, me satisface voltear atrás y ver que dejo limpio el hermoso lugar donde transito, mejor que como lo encontré y después de mi contribución, admiro el paisaje sin eso artificial que lo ensucia, que lo deteriora, que lo deshonra. Y así, con todo respeto agradezco lo que has creado y celebro el conjunto natural, libre de una huella humana mal educada.

Tirar la basura en su lugar es sólo un pasito para rescatar espacios y caminos, hoy el exceso de desechos nos invita a “reducir” lo que desechamos, analizar detenidamente cómo podemos aminorar los cerros de lo desechable, adoptando una acción de “reúso” y “reciclaje” urgente. Nunca nos olvidemos de las tres erres y su orden prioritario: Reducir, Reusar y Reciclar.

Desde las necesidades básicas de sobrevivencia, desde la dicha de vivir, compartir y disfrutar la vida, escoger un caminar donde dejemos a nuestro paso lo mínimo.

Basada en mis travesías de limpieza, yo recomendaría como un comienzo, dejar de comprar y aceptar botellas de plástico con agua, refresco o jugo, cargar siempre un termo reusable y escoger y exigir botellas de vidrio retornables a los que surten esos líquidos que se han hecho indispensables para muchos. Pelearnos con el plástico lo más que se pueda. Ir al supermercado y a las tiendas con bolsas reusables. Tatuarnos en la memoria “Sin bolsa, gracias”.

Lo que más recojo: botellas de plástico y botellas de vidrio y aparte todas sus tapaderas, bolsas de plástico, botes de aluminio y todo tipo de empaques y contenedores de comida para llevar.

Quiero decir un “gracias” a aquellos que ponen la basura en su lugar y que ya están en el movimiento de aminorarla y un “de nada” pero con una carguita de más bien decir: “¡De todo, ya ni friegan!” dirigido a aquellos que han tirado y en mi caminar he recogido su huella de despreocupación y falta de respeto al entorno.

También quiero decir “vamos todos” adoptando unos metros a la redonda, donde en reverencia limpiemos este gran planeta lleno de maravillas y regalos de vida para la humanidad.


roberta.cortazar@ yahoo.com