/ martes 2 de junio de 2020

Pensar y actuar

En las actuales circunstancias de la pandemia que aflige al país, que obliga a no pocos a quedarse en casa, hay quienes no saben -¿o sí lo saben?- qué hacer.

Son muchos los que se mueven de un lado a otro, se acuestan en la cama o en un sillón, se ponen a soñar o a pensar en la inmortalidad del cangrejo, esperan la hora de sus alimentos o comen a cualquier hora, ven películas tras películas o programas de la pantalla chica cambiando seguido de canal…, y dejan pasar el tiempo miserablemente.

Malo está el cuento. Una vida ociosa -afirmaba Goethe-, es una muerte anticipada, y agregaba: Más vale hacer la cosa más insignificante del mundo que estar media hora sin hacer nada.

Quienes viven esa situación de confinamiento deben verla, más que como un problema, como una oportunidad, oportunidad para acercarse más a los seres con quien comparten la vida, para poner su empeño en realizar en casa aquellos trabajos que se han rezagado por largo tiempo, para desempeñar aquellas labores que llenan su ser, para apoyar las tareas cotidianas… Una oportunidad también para pensar, para reflexionar sobre el rumbo de su vida, sobre sí mismos, sobre el modo de afrontar aquello que se les presenta en su trabajo o en sus labores diarias; para meditar sobre lo que puede ser un estorbo para sus relaciones familiares, de amistad o compañerismo con quienes conviven, estorbo también para mejorar como personas. Oportunidad para pasar las hojas de aquel libro que quisimos leer siempre o aquella plática que quisimos tener con nuestra esposa (o) o nuestros hijos. Una oportunidad para analizar si nuestra relación con el mundo que nos rodea va por buen camino, lo mismo que nuestra relación con Dios.

Como se ha repetido, no es tiempo de vacaciones ni de ociosidad, es tiempo, sí, de poner por obra nuestras cualidades, de dejar atrás aquellos defectos que podemos superar; tiempo de entrar en nuestro interior, de orar, de trabajar nuestras potencialidades, de buscar el bien de los demás, de mejorar nuestro mundo. ¿Lo ven?


En las actuales circunstancias de la pandemia que aflige al país, que obliga a no pocos a quedarse en casa, hay quienes no saben -¿o sí lo saben?- qué hacer.

Son muchos los que se mueven de un lado a otro, se acuestan en la cama o en un sillón, se ponen a soñar o a pensar en la inmortalidad del cangrejo, esperan la hora de sus alimentos o comen a cualquier hora, ven películas tras películas o programas de la pantalla chica cambiando seguido de canal…, y dejan pasar el tiempo miserablemente.

Malo está el cuento. Una vida ociosa -afirmaba Goethe-, es una muerte anticipada, y agregaba: Más vale hacer la cosa más insignificante del mundo que estar media hora sin hacer nada.

Quienes viven esa situación de confinamiento deben verla, más que como un problema, como una oportunidad, oportunidad para acercarse más a los seres con quien comparten la vida, para poner su empeño en realizar en casa aquellos trabajos que se han rezagado por largo tiempo, para desempeñar aquellas labores que llenan su ser, para apoyar las tareas cotidianas… Una oportunidad también para pensar, para reflexionar sobre el rumbo de su vida, sobre sí mismos, sobre el modo de afrontar aquello que se les presenta en su trabajo o en sus labores diarias; para meditar sobre lo que puede ser un estorbo para sus relaciones familiares, de amistad o compañerismo con quienes conviven, estorbo también para mejorar como personas. Oportunidad para pasar las hojas de aquel libro que quisimos leer siempre o aquella plática que quisimos tener con nuestra esposa (o) o nuestros hijos. Una oportunidad para analizar si nuestra relación con el mundo que nos rodea va por buen camino, lo mismo que nuestra relación con Dios.

Como se ha repetido, no es tiempo de vacaciones ni de ociosidad, es tiempo, sí, de poner por obra nuestras cualidades, de dejar atrás aquellos defectos que podemos superar; tiempo de entrar en nuestro interior, de orar, de trabajar nuestras potencialidades, de buscar el bien de los demás, de mejorar nuestro mundo. ¿Lo ven?