/ martes 4 de junio de 2019

Prácticas no adecuadas

Uno equívoco, adrede o simulado, es el hecho de pensar que al rechazar las prácticas homosexuales –que no las tales tendencias, hay que distinguir- automáticamente se apoyan o se toleran las prácticas heterosexuales en materia sexual. Tal percepción, por desgracia para muchos se generaliza cada vez más.

El asunto no es menor ya que se piensa que es lícito desde el punto de vista moral el tener relaciones sexuales casuales, de noviazgo o prematrimoniales entre un hombre y una mujer, con tal que sean consentidas y no afecten a terceros, como podrían ser las relaciones adúlteras.

Y no es menor tampoco cuando en telenovelas, series, películas, programas televisivos, artículos en revistas o periódicos, o en otros medios de comunicación o fuera de ellos, se expone esa idea. Y no sólo allí, sino en algunas escuelas se mantiene el concepto de que cada uno es dueño de su cuerpo y puede hacer con él lo que le venga en gana, y relacionarse sexualmente con personas del otro sexo si así le place.

Se promueve el uso del condón o de las píldoras anticonceptivas para –supuestamente- evitar riesgos. Y decimos supuestamente porque aunque se afirmen como seguros, las fallas se dan en muchos casos. Se piensa que con la información que se dé sobre tales aditamentos, sobre todo a los adolescentes y jóvenes, se cumple con la tarea de evitar embarazos prematuros, pero en no pocos casos se evita hablar del hecho de que las relaciones sexuales son algo serio, involucran a toda la persona y provocan un compromiso con el otro(a), y que además moralmente se indican como malas, y en lenguaje cristiano son pecado.

Como todo pecado las consecuencias no se hacen esperar: La degradación de la mujer, la rebaja de la dignidad humana, la promiscuidad sexual, las rupturas de noviazgo y aún de matrimonios, la adicción a la pornografía, los hijos no deseados, la tentación o la ejecución del aborto, el sentimiento de culpa, un futuro echado a perder, la infelicidad o la soledad, entre otras consecuencias más.

Nuestros hijos requieren formación en cuanto al ámbito sexual, integrado en el ser de la persona, no sólo información, y sobre todo el ejemplo paterno-materno, que promueva un concepto de amor verdadero y respeto del uno al otro.

No dejemos que el ambiente o las tendencias externas predominen. Si expresamos que las prácticas homosexuales no son adecuadas, expresemos que las heterosexuales también lo son. ¿Lo ven?


Uno equívoco, adrede o simulado, es el hecho de pensar que al rechazar las prácticas homosexuales –que no las tales tendencias, hay que distinguir- automáticamente se apoyan o se toleran las prácticas heterosexuales en materia sexual. Tal percepción, por desgracia para muchos se generaliza cada vez más.

El asunto no es menor ya que se piensa que es lícito desde el punto de vista moral el tener relaciones sexuales casuales, de noviazgo o prematrimoniales entre un hombre y una mujer, con tal que sean consentidas y no afecten a terceros, como podrían ser las relaciones adúlteras.

Y no es menor tampoco cuando en telenovelas, series, películas, programas televisivos, artículos en revistas o periódicos, o en otros medios de comunicación o fuera de ellos, se expone esa idea. Y no sólo allí, sino en algunas escuelas se mantiene el concepto de que cada uno es dueño de su cuerpo y puede hacer con él lo que le venga en gana, y relacionarse sexualmente con personas del otro sexo si así le place.

Se promueve el uso del condón o de las píldoras anticonceptivas para –supuestamente- evitar riesgos. Y decimos supuestamente porque aunque se afirmen como seguros, las fallas se dan en muchos casos. Se piensa que con la información que se dé sobre tales aditamentos, sobre todo a los adolescentes y jóvenes, se cumple con la tarea de evitar embarazos prematuros, pero en no pocos casos se evita hablar del hecho de que las relaciones sexuales son algo serio, involucran a toda la persona y provocan un compromiso con el otro(a), y que además moralmente se indican como malas, y en lenguaje cristiano son pecado.

Como todo pecado las consecuencias no se hacen esperar: La degradación de la mujer, la rebaja de la dignidad humana, la promiscuidad sexual, las rupturas de noviazgo y aún de matrimonios, la adicción a la pornografía, los hijos no deseados, la tentación o la ejecución del aborto, el sentimiento de culpa, un futuro echado a perder, la infelicidad o la soledad, entre otras consecuencias más.

Nuestros hijos requieren formación en cuanto al ámbito sexual, integrado en el ser de la persona, no sólo información, y sobre todo el ejemplo paterno-materno, que promueva un concepto de amor verdadero y respeto del uno al otro.

No dejemos que el ambiente o las tendencias externas predominen. Si expresamos que las prácticas homosexuales no son adecuadas, expresemos que las heterosexuales también lo son. ¿Lo ven?