/ sábado 9 de enero de 2021

Rusalka, de Dvořák, en el Teatro Real de Madrid


Uno de los más valiosos representantes del nacionalismo musical bohemio, junto con Smetana y Janácek, el talento de Dvorák se define en cómo logra manifestar una fascinación eslava tan extrovertida como sutil, tan elocuente como poética. Y si bien en el terreno escénico no tuvo la misma fortuna, contribuyó en la construcción de una teatralidad lírica nacional inconfundible, con guiños no menos valiosos a los ámbitos sinfónico, camerístico, concertístico y coral.

Su obra lírica más conocida, Rusalka es una reelaboración del tema romántico pushkiniano, aquí una ondina que asume apariencia humana para hacerse raptar por un príncipe del que está enamorada; abandonada, se empeña en reconquistarlo y lo induce a afrontar la muerte por un beso, mientras ella, recuperada su naturaleza mítica, vuelve a los dominios acuáticos que son a la vez sinónimo de cárcel y de libertad. A partir del tema de una fábula recurrente en casi todas las mitologías, y por más que Dvorák utilice melodías populares bohemias, no se trata de una obra propiamente nacionalista, porque en materia dramática el asunto es apenas en pretexto para desarrollar una partitura prolija en los terrenos orquestal y melódico distintivos de un compositor para entonces ya prestigiado.

De vuelta a España y al Teatro Real casi un siglo después de su estreno, ha tenido lugar con una brillante puesta del talentoso y experimentado director alemán Christof Loy, sobresaliente por su coherencia con la partitura, en provecho de los cantantes que aquí no sólo tienen que sortear la difícil prueba de hacerlo en una lengua de más bien escaso uso, sino además acometer un no menos temerario examen en materia vocal. Los demás conceptos creativos han contribuido a recalcar una línea realista que si bien rompe con la fuente fantástica original, en cambio no alteran el discurso dramático que la propia partitura describe y desarrolla con maestría.

En el terreno vocal ha destacado la sobresaliente y hermosa soprano lituana Asmik Grigorian, quien además de contar con un hermoso registro y una técnica impecable de soprano dramática con una más que promisoria carrera, es una no menos estupenda actriz. El segundo papel femenino lo abordó la conocida soprano finlandesa Karita Mattila, quien si bien ya no está en su mejor momento, muestra todavía las dotes de quien ha hecho una sólida y extendida carrera con un amplio repertorio que va desde Verdi hasta Wagner y desde Puccini hasta Strauss. También han estado a la altura el tenor norteamericano Eric Cutler, hermosa y poderosa voz que ha incursionado con éxito en el repertorio wagneriano, y el bajo ruso Maxin Kuzmin-Karavaev y la mezzo sueca Katarina Dalayman, confirmando por qué en los países eslavos y nórdicos se han dado grandes voces sobre todo en los registros más graves.

El director concertador ha sido el inglés Ivor Bolton, cuidadoso no sólo en la conducción de una partitura donde el color orquestal y la generosidad melódica muestran ser el sello distintivo de su creador, sino además en no sobrecargar ni oscurecer a las voces, al frente de una espléndida agrupación que ha tenido la oportunidad de trabajar con toda clase de músicos y directores de primer orden.


Uno de los más valiosos representantes del nacionalismo musical bohemio, junto con Smetana y Janácek, el talento de Dvorák se define en cómo logra manifestar una fascinación eslava tan extrovertida como sutil, tan elocuente como poética. Y si bien en el terreno escénico no tuvo la misma fortuna, contribuyó en la construcción de una teatralidad lírica nacional inconfundible, con guiños no menos valiosos a los ámbitos sinfónico, camerístico, concertístico y coral.

Su obra lírica más conocida, Rusalka es una reelaboración del tema romántico pushkiniano, aquí una ondina que asume apariencia humana para hacerse raptar por un príncipe del que está enamorada; abandonada, se empeña en reconquistarlo y lo induce a afrontar la muerte por un beso, mientras ella, recuperada su naturaleza mítica, vuelve a los dominios acuáticos que son a la vez sinónimo de cárcel y de libertad. A partir del tema de una fábula recurrente en casi todas las mitologías, y por más que Dvorák utilice melodías populares bohemias, no se trata de una obra propiamente nacionalista, porque en materia dramática el asunto es apenas en pretexto para desarrollar una partitura prolija en los terrenos orquestal y melódico distintivos de un compositor para entonces ya prestigiado.

De vuelta a España y al Teatro Real casi un siglo después de su estreno, ha tenido lugar con una brillante puesta del talentoso y experimentado director alemán Christof Loy, sobresaliente por su coherencia con la partitura, en provecho de los cantantes que aquí no sólo tienen que sortear la difícil prueba de hacerlo en una lengua de más bien escaso uso, sino además acometer un no menos temerario examen en materia vocal. Los demás conceptos creativos han contribuido a recalcar una línea realista que si bien rompe con la fuente fantástica original, en cambio no alteran el discurso dramático que la propia partitura describe y desarrolla con maestría.

En el terreno vocal ha destacado la sobresaliente y hermosa soprano lituana Asmik Grigorian, quien además de contar con un hermoso registro y una técnica impecable de soprano dramática con una más que promisoria carrera, es una no menos estupenda actriz. El segundo papel femenino lo abordó la conocida soprano finlandesa Karita Mattila, quien si bien ya no está en su mejor momento, muestra todavía las dotes de quien ha hecho una sólida y extendida carrera con un amplio repertorio que va desde Verdi hasta Wagner y desde Puccini hasta Strauss. También han estado a la altura el tenor norteamericano Eric Cutler, hermosa y poderosa voz que ha incursionado con éxito en el repertorio wagneriano, y el bajo ruso Maxin Kuzmin-Karavaev y la mezzo sueca Katarina Dalayman, confirmando por qué en los países eslavos y nórdicos se han dado grandes voces sobre todo en los registros más graves.

El director concertador ha sido el inglés Ivor Bolton, cuidadoso no sólo en la conducción de una partitura donde el color orquestal y la generosidad melódica muestran ser el sello distintivo de su creador, sino además en no sobrecargar ni oscurecer a las voces, al frente de una espléndida agrupación que ha tenido la oportunidad de trabajar con toda clase de músicos y directores de primer orden.