/ sábado 3 de julio de 2021

“Sin tener nada de mí, Serafín es parte de mi alma” nueva novela de Ignacio Solares

Una de las voces más prestigiadas de nuestro espectro literario contemporáneo, cada nuevo libro de Ignacio Solares constituye una auténtica revelación, y ese es el caso de su más reciente novela corta Serafín. Si bien la presencia protagónica de este notable polígrafo chihuahuense se ha hecho más visible en el terreno de la novela histórica donde su nombre figura al lado de otros narradores de la talla de Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela y Fernando del Paso, sus valiosas aportaciones se extienden a otros géneros y ámbitos como el de la dramaturgia y el periodismo cultural, que igual se han enriquecido con su talento y su oficio.

Coeditada por Era y la Universidad Autónoma de Chihuahua, Serafín abona en otra línea narrativa más personal donde también el poeta y el pensador se expresan sin dilación. Con manifiestos nexos con otras extraordinarias narraciones cortas anteriores del autor como No hay tal lugar y El juramento, se descubre aquí además la expresión decantada del gran estilista que, en su depurada sencillez, como otros grandes escritores del idioma que él mismo ha confesado admirar, ha descubierto estar más cerca de la “perfección”, como último propósito de búsqueda en todo verdadero creador, como bien apunta Vargas Llosa en su hermoso libro Medio siglo con Borges.

En una amplia entrevista que le hice, el propio escritor afirmó que, sin tener nada de él, Serafín es parte de su alma, conforme se trata de un personaje que tiene que ver más con su inconsciente. Escrita en una primera versión hace más de 40 años, y a raíz de que a Vicente Quirarte se le ocurrió hacer una colección de novelas cortas, la reescribió, cambiando el final que considera vital en toda narración. Con notables alientos rulfianos y del Buñuel de Los olvidados, y por qué no del Revueltas de El luto humano, aparece aquí la figura problematizadora del padre que el propio Solares ha dicho no solamente es tema central de la literatura, sino también de la psicología, recordándonos el revelador gran ensayo Dostoievski y el parricidio de Freud, en torno a su escritor predilecto. En el caso de Serafín, lo verdaderamente dramático, dice, es que el padre lo rechaza, si bien termina por reencontrarlo en un final que cada lector podrá interpretar (La obra abierta de Eco) de manera diferente.

Constante en la literatura, en su obra se persigue y consigue, qué duda cabe, un equilibrio entre realidad e imaginación, entre lo extraño y lo cotidiano, entre lo simbólico y lo manifiesto, recordando a Carpentier y como bien ha escrito José Agustín refiriéndose precisamente a Serafín. En toda su obra, nos cuenta, prevalece la pasión por el ser humano con “ciertas características”, y en su escritura siempre lo mueve ese deseo imperante por desentrañar lo que hay sobre todo en su interior, en el mismo inconsciente de esos personajes ya sean históricos o de ficción.

Nos confirmó a su vez que Serafín es quizá la novela donde más ha manifestado eso que solemos llamar “preocupación poética”, y también, claro, como otro rasgo distintivo en su obra multitonal, su “preocupación religiosa” y su manifiesta fe cristiana, siempre distante de la Iglesia Católica, de cual ha sido más bien un severo crítico.

Una de las voces más prestigiadas de nuestro espectro literario contemporáneo, cada nuevo libro de Ignacio Solares constituye una auténtica revelación, y ese es el caso de su más reciente novela corta Serafín. Si bien la presencia protagónica de este notable polígrafo chihuahuense se ha hecho más visible en el terreno de la novela histórica donde su nombre figura al lado de otros narradores de la talla de Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela y Fernando del Paso, sus valiosas aportaciones se extienden a otros géneros y ámbitos como el de la dramaturgia y el periodismo cultural, que igual se han enriquecido con su talento y su oficio.

Coeditada por Era y la Universidad Autónoma de Chihuahua, Serafín abona en otra línea narrativa más personal donde también el poeta y el pensador se expresan sin dilación. Con manifiestos nexos con otras extraordinarias narraciones cortas anteriores del autor como No hay tal lugar y El juramento, se descubre aquí además la expresión decantada del gran estilista que, en su depurada sencillez, como otros grandes escritores del idioma que él mismo ha confesado admirar, ha descubierto estar más cerca de la “perfección”, como último propósito de búsqueda en todo verdadero creador, como bien apunta Vargas Llosa en su hermoso libro Medio siglo con Borges.

En una amplia entrevista que le hice, el propio escritor afirmó que, sin tener nada de él, Serafín es parte de su alma, conforme se trata de un personaje que tiene que ver más con su inconsciente. Escrita en una primera versión hace más de 40 años, y a raíz de que a Vicente Quirarte se le ocurrió hacer una colección de novelas cortas, la reescribió, cambiando el final que considera vital en toda narración. Con notables alientos rulfianos y del Buñuel de Los olvidados, y por qué no del Revueltas de El luto humano, aparece aquí la figura problematizadora del padre que el propio Solares ha dicho no solamente es tema central de la literatura, sino también de la psicología, recordándonos el revelador gran ensayo Dostoievski y el parricidio de Freud, en torno a su escritor predilecto. En el caso de Serafín, lo verdaderamente dramático, dice, es que el padre lo rechaza, si bien termina por reencontrarlo en un final que cada lector podrá interpretar (La obra abierta de Eco) de manera diferente.

Constante en la literatura, en su obra se persigue y consigue, qué duda cabe, un equilibrio entre realidad e imaginación, entre lo extraño y lo cotidiano, entre lo simbólico y lo manifiesto, recordando a Carpentier y como bien ha escrito José Agustín refiriéndose precisamente a Serafín. En toda su obra, nos cuenta, prevalece la pasión por el ser humano con “ciertas características”, y en su escritura siempre lo mueve ese deseo imperante por desentrañar lo que hay sobre todo en su interior, en el mismo inconsciente de esos personajes ya sean históricos o de ficción.

Nos confirmó a su vez que Serafín es quizá la novela donde más ha manifestado eso que solemos llamar “preocupación poética”, y también, claro, como otro rasgo distintivo en su obra multitonal, su “preocupación religiosa” y su manifiesta fe cristiana, siempre distante de la Iglesia Católica, de cual ha sido más bien un severo crítico.