/ viernes 2 de julio de 2021

¿Un gobierno que escucha?

Aquí una frase propia de la vulgar retórica oficialista: “Somos un gobierno que escucha”. Un enunciado que de tan común parece haber perdido sentido, sonando a palabras huecas con las que se impostan actitudes o se ocultan ineptitudes.

Es uno de esos eslóganes baratos con los que los supuestos expertos de la “imagen pública” intentan llegar a la conciencia ciudadana para sensibilizarle sobre una virtud que los gobernantes no poseen.

“Gobierno que escucha” puede leerse o escucharse como algo muy raro, efectivamente. ¿Cuándo ha escuchado realmente el gobierno, sea del partido que sea y del nivel que sea? El gobierno no está ahí para escuchar a nadie. ¿Vamos a creer esto, en verdad, que el gobierno nos escucha?

El gobierno está ahí para imponerse a los que no son ese gobierno. El gobierno es poder: en esto radica su naturaleza. El gobierno es el ejercicio del poder, y el poder no consiste en escuchar. Esto ha quedado en evidencia una y otra vez, con hechos (o mejor, con omisiones).

Ejercer el poder consiste, básicamente en hacer lo que el poderoso tiene la voluntad de hacer, aunque no sea lo que el pueblo quiera que se haga. A veces, en algún caso insólito, lo que el poderoso quiere coincide con lo que los gobernados quieren, y entonces se canta a todo pecho el eslogan: “Un gobierno que escucha al pueblo”.

Pero realmente, el gobierno jamás escucha. El poderoso ejerce el poder de acuerdo con su criterio e intereses. El pueblo, a quien supuestamente escucha el gobierno, sólo se resigna a no ser escuchado y a esperar que las decisiones del gobierno le perjudiquen de forma mínima.

El gobierno es un mal, desde esta perspectiva, pero un mal necesario. Soportar la autoridad gubernamental es a lo que el pueblo está dispuesto, siempre y cuando no le salga más costoso que quedarse sin gobierno. Los teóricos le llaman pacto o contrato, con el cual se funda el Estado.

Pero a los gobernantes les gusta mucho armar discursos ramplones con frases gastadas, frases tan sonoras como trilladas, como esta de que “somos un gobierno que escucha al pueblo”. ¿En serio creerán que el pueblo cree en su palabrería? Si creen que engañan, se engañan.

Está dicho -y probado- que los gobiernos no sólo no escuchan al pueblo, sino que al decir que lo hacen también le están mintiendo. Y eso es cuento de nunca acabar. Sin embargo, gobierno y pueblo parecen estar de acuerdo con este juego de la impostura. Hay tolerancia hacia los sordos, mientras no se sobrepasen en su ejercicio del poder.

O no sé; a lo mejor hoy he escrito algo con exageración y me aparto con ello de la realidad. Pero dudo mucho que sea el único ciudadano que perciba un desdén del gobierno hacia las expectativas e inquietudes ciudadanas.

El gobierno tiene muchas funciones, y escuchar a los gobernados no es una de ellas.

Aquí una frase propia de la vulgar retórica oficialista: “Somos un gobierno que escucha”. Un enunciado que de tan común parece haber perdido sentido, sonando a palabras huecas con las que se impostan actitudes o se ocultan ineptitudes.

Es uno de esos eslóganes baratos con los que los supuestos expertos de la “imagen pública” intentan llegar a la conciencia ciudadana para sensibilizarle sobre una virtud que los gobernantes no poseen.

“Gobierno que escucha” puede leerse o escucharse como algo muy raro, efectivamente. ¿Cuándo ha escuchado realmente el gobierno, sea del partido que sea y del nivel que sea? El gobierno no está ahí para escuchar a nadie. ¿Vamos a creer esto, en verdad, que el gobierno nos escucha?

El gobierno está ahí para imponerse a los que no son ese gobierno. El gobierno es poder: en esto radica su naturaleza. El gobierno es el ejercicio del poder, y el poder no consiste en escuchar. Esto ha quedado en evidencia una y otra vez, con hechos (o mejor, con omisiones).

Ejercer el poder consiste, básicamente en hacer lo que el poderoso tiene la voluntad de hacer, aunque no sea lo que el pueblo quiera que se haga. A veces, en algún caso insólito, lo que el poderoso quiere coincide con lo que los gobernados quieren, y entonces se canta a todo pecho el eslogan: “Un gobierno que escucha al pueblo”.

Pero realmente, el gobierno jamás escucha. El poderoso ejerce el poder de acuerdo con su criterio e intereses. El pueblo, a quien supuestamente escucha el gobierno, sólo se resigna a no ser escuchado y a esperar que las decisiones del gobierno le perjudiquen de forma mínima.

El gobierno es un mal, desde esta perspectiva, pero un mal necesario. Soportar la autoridad gubernamental es a lo que el pueblo está dispuesto, siempre y cuando no le salga más costoso que quedarse sin gobierno. Los teóricos le llaman pacto o contrato, con el cual se funda el Estado.

Pero a los gobernantes les gusta mucho armar discursos ramplones con frases gastadas, frases tan sonoras como trilladas, como esta de que “somos un gobierno que escucha al pueblo”. ¿En serio creerán que el pueblo cree en su palabrería? Si creen que engañan, se engañan.

Está dicho -y probado- que los gobiernos no sólo no escuchan al pueblo, sino que al decir que lo hacen también le están mintiendo. Y eso es cuento de nunca acabar. Sin embargo, gobierno y pueblo parecen estar de acuerdo con este juego de la impostura. Hay tolerancia hacia los sordos, mientras no se sobrepasen en su ejercicio del poder.

O no sé; a lo mejor hoy he escrito algo con exageración y me aparto con ello de la realidad. Pero dudo mucho que sea el único ciudadano que perciba un desdén del gobierno hacia las expectativas e inquietudes ciudadanas.

El gobierno tiene muchas funciones, y escuchar a los gobernados no es una de ellas.