/ jueves 10 de enero de 2019

Un sacerdote salva a Atlanta

De acuerdo al escritor Jorge Soley, el padre Tomas O´Reilly, un sacerdote irlandés, llegó a la ciudad de Atlanta (EU) cuatro años antes de que estallara la guerra de Secesión para hacerse cargo de la iglesia de la Inmaculada Concepción, la única parroquia católica de la ciudad en aquel tiempo. Cuando los combates se acercaron a Atlanta, el padre O´Reilly decidió que su lugar estaba en el campo de batalla, atendiendo y suministrando los sacramentos a los cuerpos y las almas de los heridos de ambos bandos. Pronto sería apreciado, tanto por los Confederados como por la Unión.

Así, no es de extrañar que al ordenar William T. Sherman, general de la Unión, que todos los no combatientes abandonasen Atlanta, hiciera una excepción con el padre O´Reilly: el sacerdote era demasiado importante para los soldados de ambos ejércitos como para alejarse del lugar. Pero con lo que no había contado Sherman fue con la reacción del buen cura a sus planes de entregar al fuego la ciudad entera de Atlanta. Cuando tuvo noticia de estas intenciones, O´Reilly fue a ver a su amigo, el general de la Unión, Henry Slocum, pidiéndole, encarecidamente, un favor.

Solicitó, al menos, que se salvaran las iglesias de la ciudad, los tribunales y el Ayuntamiento, llegando a amenazar con la excomunión a quien ordenara o participara en la quema de estos edificios. Slocum le hizo llegar el aviso a Sherman, junto con su opinión de que, si ordenaba ir en contra de lo que había dicho el sacerdote, se arriesgaba a deserciones masivas entre sus hombres. Sherman cedió y cuando la población de Atlanta regresó a su ciudad, encontró que las iglesias y los edificios públicos se habían salvado de la quema. Pero otros religiosos participarían en esta guerra.

Recientemente, ha sido un historiador, Pat McNamara, quien ha llamado la atención acerca del papel jugado por las monjas durante la Guerra Civil estadounidense. Estaba intrigado por el monumento dedicado a Washington “a quienes confortaron a los moribundos, atendieron a los heridos, llevaron esperanza a los prisioneros, dieron de beber al sediento… en memoria y honor de las religiosas de diferentes congregaciones que prestaron sus servicios como enfermeras en los campos de batalla y en los hospitales de la Guerra Civil americana de 1861-1865”.

McNamara ha descubierto que fueron 640 religiosas, pertenecientes a 21 congregaciones, quienes se entregaron al cuidado de los heridos de ambos bandos, cambiando de paso, radicalmente, la percepción que tenía la sociedad norteamericana, en aquella época, marcadamente protestante y antipapista, sobre los católicos. El ambiente hostil contra la Iglesia Católica “ante bellum”, antes de la guerra, era intenso; tanto, que en muchos lugares las monjas se veían obligadas a salir sin hábito a las calles. Les llegaron a tirar piedras, no sin algún convento quemado y agresiones físicas.

Pasada la guerra el ambiente cambió: miles de soldados, antes predispuestos contra los católicos, tenían ahora una deuda de gratitud, pues habían sido cuidados y atendidos por monjas católicas que, en muchos casos, les habían salvado la vida.

agusperezr@hotmail.com


De acuerdo al escritor Jorge Soley, el padre Tomas O´Reilly, un sacerdote irlandés, llegó a la ciudad de Atlanta (EU) cuatro años antes de que estallara la guerra de Secesión para hacerse cargo de la iglesia de la Inmaculada Concepción, la única parroquia católica de la ciudad en aquel tiempo. Cuando los combates se acercaron a Atlanta, el padre O´Reilly decidió que su lugar estaba en el campo de batalla, atendiendo y suministrando los sacramentos a los cuerpos y las almas de los heridos de ambos bandos. Pronto sería apreciado, tanto por los Confederados como por la Unión.

Así, no es de extrañar que al ordenar William T. Sherman, general de la Unión, que todos los no combatientes abandonasen Atlanta, hiciera una excepción con el padre O´Reilly: el sacerdote era demasiado importante para los soldados de ambos ejércitos como para alejarse del lugar. Pero con lo que no había contado Sherman fue con la reacción del buen cura a sus planes de entregar al fuego la ciudad entera de Atlanta. Cuando tuvo noticia de estas intenciones, O´Reilly fue a ver a su amigo, el general de la Unión, Henry Slocum, pidiéndole, encarecidamente, un favor.

Solicitó, al menos, que se salvaran las iglesias de la ciudad, los tribunales y el Ayuntamiento, llegando a amenazar con la excomunión a quien ordenara o participara en la quema de estos edificios. Slocum le hizo llegar el aviso a Sherman, junto con su opinión de que, si ordenaba ir en contra de lo que había dicho el sacerdote, se arriesgaba a deserciones masivas entre sus hombres. Sherman cedió y cuando la población de Atlanta regresó a su ciudad, encontró que las iglesias y los edificios públicos se habían salvado de la quema. Pero otros religiosos participarían en esta guerra.

Recientemente, ha sido un historiador, Pat McNamara, quien ha llamado la atención acerca del papel jugado por las monjas durante la Guerra Civil estadounidense. Estaba intrigado por el monumento dedicado a Washington “a quienes confortaron a los moribundos, atendieron a los heridos, llevaron esperanza a los prisioneros, dieron de beber al sediento… en memoria y honor de las religiosas de diferentes congregaciones que prestaron sus servicios como enfermeras en los campos de batalla y en los hospitales de la Guerra Civil americana de 1861-1865”.

McNamara ha descubierto que fueron 640 religiosas, pertenecientes a 21 congregaciones, quienes se entregaron al cuidado de los heridos de ambos bandos, cambiando de paso, radicalmente, la percepción que tenía la sociedad norteamericana, en aquella época, marcadamente protestante y antipapista, sobre los católicos. El ambiente hostil contra la Iglesia Católica “ante bellum”, antes de la guerra, era intenso; tanto, que en muchos lugares las monjas se veían obligadas a salir sin hábito a las calles. Les llegaron a tirar piedras, no sin algún convento quemado y agresiones físicas.

Pasada la guerra el ambiente cambió: miles de soldados, antes predispuestos contra los católicos, tenían ahora una deuda de gratitud, pues habían sido cuidados y atendidos por monjas católicas que, en muchos casos, les habían salvado la vida.

agusperezr@hotmail.com