/ sábado 16 de octubre de 2021

¡Ya viví en el comunismo!

Por: Silvia González

¡Ya viví como los cubanos!, le digo a un morenista que pregona las virtudes del comunismo.

Nací en una zona rural y mi abuelo, que llevaba leche a vender a la ciudad, nos traía de diario lo que mi mamá prepararía para la comida, siempre era caldo de res, de lunes a sábado; a mí me gustaba, pero, mi hermana, que pasaba por la adolescencia, terminó por llamarle caldo de perro, y renegar del abuelo. Agradezco ese gesto que me permitió alimentarme, sin embargo, era una forma de sometimiento comunista, así que nuestra dieta cambió hasta que el viejito se fue al cielo; gracias a Dios todos tenemos un ciclo. Igualmente deseo que termine la sumisión del pueblo cubano. Luego a lo largo de mi infancia escuché decir a mi papá que la Revolución Mexicana puso a los hambrientos terratenientes en su lugar, y contaba con orgullo las bendiciones del ejido. También narraba cómo su padre -mi abuelo, el tacaño del caldo- en unas elecciones se presentó en la casilla, levantó la urna, tiró unos balazos al cielo y se la llevó; el tono de presunción en su voz era inconcebible, mientras yo configuraba, en mi fresca mente de adolescente, las incongruencias del sistema político. Pero por el lado materno la justicia cristiana, divina, espiritual y todo lo que sigue, se me impuso con el ejemplo, de ahí heredé mi síndrome justiciero con el que navegué muchos años por la vida, un sentimiento de equidad como el que impulsó a Carlos Marx a escribir El Manifiesto Comunista, pero que, sin embargo, lleva sangre untada, inútilmente, en cada letra, porque jamás habrá un país donde todos tengamos lo mismo y estemos contentos. Y fue con los años y mucho dolor, que asimilé que la justicia es relativa porque el león se come al conejo, pobre conejo, es una injusticia, pero si no lo hiciera, el rey de la selva se moriría de hambre. Son reglas de la naturaleza y se aplican, incluso en las relaciones humanas y familiares.

Así que combatiendo la niña y mujer justiciera que quise ser, acepté que México no llegará al desarrollo económico que tiene Estados Unidos, en el tiempo que me queda para morirme, y que en política mexicana se pueden escoger dos tipos de candidatos: el malo y el menos malo, ¿o no? Usted dirá…

Namasté

www.silviagonzalez.com.mx

Miembro AECHI


Por: Silvia González

¡Ya viví como los cubanos!, le digo a un morenista que pregona las virtudes del comunismo.

Nací en una zona rural y mi abuelo, que llevaba leche a vender a la ciudad, nos traía de diario lo que mi mamá prepararía para la comida, siempre era caldo de res, de lunes a sábado; a mí me gustaba, pero, mi hermana, que pasaba por la adolescencia, terminó por llamarle caldo de perro, y renegar del abuelo. Agradezco ese gesto que me permitió alimentarme, sin embargo, era una forma de sometimiento comunista, así que nuestra dieta cambió hasta que el viejito se fue al cielo; gracias a Dios todos tenemos un ciclo. Igualmente deseo que termine la sumisión del pueblo cubano. Luego a lo largo de mi infancia escuché decir a mi papá que la Revolución Mexicana puso a los hambrientos terratenientes en su lugar, y contaba con orgullo las bendiciones del ejido. También narraba cómo su padre -mi abuelo, el tacaño del caldo- en unas elecciones se presentó en la casilla, levantó la urna, tiró unos balazos al cielo y se la llevó; el tono de presunción en su voz era inconcebible, mientras yo configuraba, en mi fresca mente de adolescente, las incongruencias del sistema político. Pero por el lado materno la justicia cristiana, divina, espiritual y todo lo que sigue, se me impuso con el ejemplo, de ahí heredé mi síndrome justiciero con el que navegué muchos años por la vida, un sentimiento de equidad como el que impulsó a Carlos Marx a escribir El Manifiesto Comunista, pero que, sin embargo, lleva sangre untada, inútilmente, en cada letra, porque jamás habrá un país donde todos tengamos lo mismo y estemos contentos. Y fue con los años y mucho dolor, que asimilé que la justicia es relativa porque el león se come al conejo, pobre conejo, es una injusticia, pero si no lo hiciera, el rey de la selva se moriría de hambre. Son reglas de la naturaleza y se aplican, incluso en las relaciones humanas y familiares.

Así que combatiendo la niña y mujer justiciera que quise ser, acepté que México no llegará al desarrollo económico que tiene Estados Unidos, en el tiempo que me queda para morirme, y que en política mexicana se pueden escoger dos tipos de candidatos: el malo y el menos malo, ¿o no? Usted dirá…

Namasté

www.silviagonzalez.com.mx

Miembro AECHI