/ miércoles 16 de mayo de 2018

Causas vs. consecuencias de la desigualdad socioeconómica

La obscena problemática en desarrollo social, económico, político y ambiental que padecemos los mexicanos está sobrediagnosticada. Ya nos saciamos de las cantinelas sobre violencia, corrupción, desigualdad, pobreza, baja inversión pública, malos gobernantes y todo lo que ello implica.

Los gobiernos argumentan escasez de recursos y expansión del narcotráfico; los izquierdosos, la perversión de “la mafia del poder” y la injusta distribución de la riqueza; los derechosos, el oneroso sistema impositivo y la perniciosa influencia de los sindicatos; la mayoría jodida de los mexicanos, falta de oportunidades y bajos salarios. Las consecuencias: un país inseguro y desigual, productividad y competitividad mediocres con una economía informal desproporcionada, desesperanza y desconfianza generalizada en los políticos y sus pandillas (partidos).

El “Estado de bienestar” de corte socialdemócrata, estatista, caracterizado por políticas de redistribución del ingreso, prevaleció en México por 40 años e inició su declive en los 80, debido al enorme gasto social y burocrático involucrado; cedió al neoliberalismo capitalista y globalizador, que privilegia al mercado, la propiedad privada y las rentas del capital, y que está agravando la problemática aludida.

Ambos sistemas tuvieron su auge y ocaso, en diferentes circunstancias y entornos; sin embargo, nada se gana con señalar culpables; lo que urge es ejecutar cambios que remedien esta crisis vergonzosa e inética que afecta a las grandes mayorías, pero sin generar políticas tipo Robin Hood que quitan a quienes tienen para darles a los desfavorecidos.

Existe una tercera vía que combina lo rescatable del neoliberalismo y del “Estado de bienestar” con políticas predistributivas (propuestas por Jakob Haker) que complementen a las redistributivas, por su posibilidad de influir directamente en el reparto “primario” de la renta, sin esperar a que los fallos del mercado obliguen a correcciones posteriores. La predistribución incide sobre el reparto que los agentes particulares realizan, con el objetivo de que la desigualdad no llegue a mancillar la dignidad. Consiste en obligar, incentivar o capacitar a tales agentes para que asignen recursos de forma planeada, en vez de extraerles parte de esos recursos para reasignarlos fiscalmente. La predistribución actúa sobre las causas de la desigualdad, es una acción preventiva, frente a la redistribución que actúa sobre las consecuencias de la desigualdad, consiste en acciones paliativas para apaciguar las “injusticias” después de producidas.

En vez de ser cabús del mercado y las desigualdades que produce sin contemplaciones, el Estado busca el bien común y la inclusión social con: educación pública, garantías al trabajo, regulación del acceso a ciertos bienes básicos, fijación del salario mínimo, apoyos a la primera infancia, protección a los ancianos, instauración del ingreso básico universal, limitación de los salarios muy elevados.

La predistribución por particulares busca dotar a los individuos de competencias contra la adversidad, incluye: cotizaciones sociales (IMSS, Infonavit, SAR), ayudas a la emancipación, formación a lo largo de la vida y políticas antidiscriminación y de activación del empleo, negociación colectiva de salarios, regulación de alquileres y precios de vivienda. Estas acciones admiten cierto grado de ineficiencia del mercado pero, finalmente, la mayor igualdad conseguida puede propiciar más desarrollo socioeconómico.

Parece legítimo responsabilizar de la justicia social tanto al poder público como a los demás actores económicos que asignan recursos en nuestro país, así como modular el paradigma liberal en el que todas las personas pueden actuar distributivamente a su antojo, pues ya vendrá “papá gobierno” a reparar los daños. Es deseable intentar el equilibrio virtuoso entre el mercado y el Estado.

Este tema cobra importancia por las elecciones de julio próximo, ya que los candidatos a la presidencia deben ofertar propuestas idóneas. No se trata de atacar cada uno de los problemas citados aisladamente, sino de reconocer su origen sistémico y diseñar la visión del país anhelado y su estrategia de cambio.

Yo pienso que la eficaz ejecución de estas ideas puede beneficiar a nuestro México, independientemente de quién resulte electo. Usted… ¿qué opina?


La obscena problemática en desarrollo social, económico, político y ambiental que padecemos los mexicanos está sobrediagnosticada. Ya nos saciamos de las cantinelas sobre violencia, corrupción, desigualdad, pobreza, baja inversión pública, malos gobernantes y todo lo que ello implica.

Los gobiernos argumentan escasez de recursos y expansión del narcotráfico; los izquierdosos, la perversión de “la mafia del poder” y la injusta distribución de la riqueza; los derechosos, el oneroso sistema impositivo y la perniciosa influencia de los sindicatos; la mayoría jodida de los mexicanos, falta de oportunidades y bajos salarios. Las consecuencias: un país inseguro y desigual, productividad y competitividad mediocres con una economía informal desproporcionada, desesperanza y desconfianza generalizada en los políticos y sus pandillas (partidos).

El “Estado de bienestar” de corte socialdemócrata, estatista, caracterizado por políticas de redistribución del ingreso, prevaleció en México por 40 años e inició su declive en los 80, debido al enorme gasto social y burocrático involucrado; cedió al neoliberalismo capitalista y globalizador, que privilegia al mercado, la propiedad privada y las rentas del capital, y que está agravando la problemática aludida.

Ambos sistemas tuvieron su auge y ocaso, en diferentes circunstancias y entornos; sin embargo, nada se gana con señalar culpables; lo que urge es ejecutar cambios que remedien esta crisis vergonzosa e inética que afecta a las grandes mayorías, pero sin generar políticas tipo Robin Hood que quitan a quienes tienen para darles a los desfavorecidos.

Existe una tercera vía que combina lo rescatable del neoliberalismo y del “Estado de bienestar” con políticas predistributivas (propuestas por Jakob Haker) que complementen a las redistributivas, por su posibilidad de influir directamente en el reparto “primario” de la renta, sin esperar a que los fallos del mercado obliguen a correcciones posteriores. La predistribución incide sobre el reparto que los agentes particulares realizan, con el objetivo de que la desigualdad no llegue a mancillar la dignidad. Consiste en obligar, incentivar o capacitar a tales agentes para que asignen recursos de forma planeada, en vez de extraerles parte de esos recursos para reasignarlos fiscalmente. La predistribución actúa sobre las causas de la desigualdad, es una acción preventiva, frente a la redistribución que actúa sobre las consecuencias de la desigualdad, consiste en acciones paliativas para apaciguar las “injusticias” después de producidas.

En vez de ser cabús del mercado y las desigualdades que produce sin contemplaciones, el Estado busca el bien común y la inclusión social con: educación pública, garantías al trabajo, regulación del acceso a ciertos bienes básicos, fijación del salario mínimo, apoyos a la primera infancia, protección a los ancianos, instauración del ingreso básico universal, limitación de los salarios muy elevados.

La predistribución por particulares busca dotar a los individuos de competencias contra la adversidad, incluye: cotizaciones sociales (IMSS, Infonavit, SAR), ayudas a la emancipación, formación a lo largo de la vida y políticas antidiscriminación y de activación del empleo, negociación colectiva de salarios, regulación de alquileres y precios de vivienda. Estas acciones admiten cierto grado de ineficiencia del mercado pero, finalmente, la mayor igualdad conseguida puede propiciar más desarrollo socioeconómico.

Parece legítimo responsabilizar de la justicia social tanto al poder público como a los demás actores económicos que asignan recursos en nuestro país, así como modular el paradigma liberal en el que todas las personas pueden actuar distributivamente a su antojo, pues ya vendrá “papá gobierno” a reparar los daños. Es deseable intentar el equilibrio virtuoso entre el mercado y el Estado.

Este tema cobra importancia por las elecciones de julio próximo, ya que los candidatos a la presidencia deben ofertar propuestas idóneas. No se trata de atacar cada uno de los problemas citados aisladamente, sino de reconocer su origen sistémico y diseñar la visión del país anhelado y su estrategia de cambio.

Yo pienso que la eficaz ejecución de estas ideas puede beneficiar a nuestro México, independientemente de quién resulte electo. Usted… ¿qué opina?