/ viernes 17 de julio de 2020

Clasismo y México

Prejuicio

La desigualdad y la discriminación siempre van de la mano. El pertenecer a una clase social suele generar el prejuicio contra quienes no están en ese círculo. En esto consiste el clasismo, una actitud contra la cual muchos libramos una batalla cotidiana, sea en lo laboral, en lo académico, en lo cultural y hasta en lo familiar.

En la actitud clasista hallamos un profundo sentimiento de superioridad que motiva al desprecio y, en su mayor desvergüenza, a la humillación del “inferior”. Hay evidencia de esto en juicios, comentarios, elecciones, preferencias, conductas y decisiones en el arte, en la tecnología, en el entretenimiento, en la gastronomía, en el turismo, y en muchos aspectos más.

Ejemplos

Los clasistas desprecian conversaciones y paseos, pasatiempos y festividades. Y no falta quien desdeña calles y hasta ciudades completas, como es el caso del analista Jorge Castañeda y sus expresiones despectivas hacia el pueblo de Putla Villa de Guerrero, Oaxaca, y por lo cual hasta el presidente Andrés Manuel López le exigió disculparse. Y es que, simplemente, hay lugares, ambientes y temas que son de otra clase, no para ellos. Así va el prejuicio, cosechando desdén.

¿Recuerdan a Nicolás Alvarado, ese culto personaje que estuvo al frente de TV UNAM que levantó fuerte polémica por los comentarios que hizo sobre Juan Gabriel (Milenio. 30-08-2016)? “Mi rechazo al trabajo de Juan Gabriel es, pues, clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada”.

El clasista es engreído, y su soberbia es percibida prácticamente por todos. Quizás esto sea también parte esencial de él: que se sienta y que se sepa lo que es. Al fin de cuentas, es el sentimiento de superioridad lo que más quieren expresar estas personas.

¿Qué hacer?

Siendo el clasismo una actitud, es decir una disposición a comportarse de cierta manera, mucho lograríamos contra él formando mexicanos a pesar de las diferencias que terminan definiendo clases o grupos sociales. Esto significa que deberíamos acentuar una educación nacional para la convivencia y la tolerancia, para la solidaridad y el respeto.

En México hace falta una educación cívica y ética que nos vuelva más empáticos y comprensivos en relación con quienes llevan un distinto modo de vida, sea por su economía, por sus valores, por su cultura o por su fe y sus convicciones. Comprender y respetar, entender y valorar la diversidad de expresiones, de forma de vivir y convivir.

Hay que educar para tener mejores –no superiores ni inferiores- personas, la precaución de no ser altivos frente a los otros, de usar lenguaje amable e incluyente, expresar respeto, mostrar consideración con los menos afortunados, estimar a la persona cualquiera que sea su situación.


Prejuicio

La desigualdad y la discriminación siempre van de la mano. El pertenecer a una clase social suele generar el prejuicio contra quienes no están en ese círculo. En esto consiste el clasismo, una actitud contra la cual muchos libramos una batalla cotidiana, sea en lo laboral, en lo académico, en lo cultural y hasta en lo familiar.

En la actitud clasista hallamos un profundo sentimiento de superioridad que motiva al desprecio y, en su mayor desvergüenza, a la humillación del “inferior”. Hay evidencia de esto en juicios, comentarios, elecciones, preferencias, conductas y decisiones en el arte, en la tecnología, en el entretenimiento, en la gastronomía, en el turismo, y en muchos aspectos más.

Ejemplos

Los clasistas desprecian conversaciones y paseos, pasatiempos y festividades. Y no falta quien desdeña calles y hasta ciudades completas, como es el caso del analista Jorge Castañeda y sus expresiones despectivas hacia el pueblo de Putla Villa de Guerrero, Oaxaca, y por lo cual hasta el presidente Andrés Manuel López le exigió disculparse. Y es que, simplemente, hay lugares, ambientes y temas que son de otra clase, no para ellos. Así va el prejuicio, cosechando desdén.

¿Recuerdan a Nicolás Alvarado, ese culto personaje que estuvo al frente de TV UNAM que levantó fuerte polémica por los comentarios que hizo sobre Juan Gabriel (Milenio. 30-08-2016)? “Mi rechazo al trabajo de Juan Gabriel es, pues, clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada”.

El clasista es engreído, y su soberbia es percibida prácticamente por todos. Quizás esto sea también parte esencial de él: que se sienta y que se sepa lo que es. Al fin de cuentas, es el sentimiento de superioridad lo que más quieren expresar estas personas.

¿Qué hacer?

Siendo el clasismo una actitud, es decir una disposición a comportarse de cierta manera, mucho lograríamos contra él formando mexicanos a pesar de las diferencias que terminan definiendo clases o grupos sociales. Esto significa que deberíamos acentuar una educación nacional para la convivencia y la tolerancia, para la solidaridad y el respeto.

En México hace falta una educación cívica y ética que nos vuelva más empáticos y comprensivos en relación con quienes llevan un distinto modo de vida, sea por su economía, por sus valores, por su cultura o por su fe y sus convicciones. Comprender y respetar, entender y valorar la diversidad de expresiones, de forma de vivir y convivir.

Hay que educar para tener mejores –no superiores ni inferiores- personas, la precaución de no ser altivos frente a los otros, de usar lenguaje amable e incluyente, expresar respeto, mostrar consideración con los menos afortunados, estimar a la persona cualquiera que sea su situación.