/ viernes 11 de enero de 2019

Contra la impudicia, el esfuerzo por mejorar  

“La avaricia es corruptora de la fidelidad, de la honradez y de todas las demás virtudes”.


Hay tiempos y parcelas de nuestra realidad que hacen época. A veces construimos épocas de honor y gloria, y a veces forjamos eras de deshonestidad y desvergüenza, correspondientes a crisis de valores tanto sociales como individuales.

Algunos nacen, viven y mueren en ambientes donde el respeto a la verdad, la estimación a la lealtad y el respeto a la integridad de las personas no están en el orden de sus días, entornos donde lo común es sacar del momento el mejor provecho por cualquier medio.

Hay épocas grises marcadas por ese ambiente de degradación humana; son épocas de cinismo y competencia desleal y agresiva entre empresas (públicas y privadas) desconsideradas con la dignidad humana, repelentes a la nobleza de espíritu de algunos y desentendidas de cualquier solidaridad o responsabilidad social.

Estas tristes épocas son de oportunismo, abusos, explotaciones, mentiras, manipulaciones, saqueos, fraudes y muchos vicios más que hallan una en la plataforma de convivencia sin principios ni ética la pista para su grotesco espectáculo.

La impudicia, expresión suprema de la deshonestidad, amparada en la costumbre y la anuencia tolerante del “todos somos así”, como si ser deshonesto y ruin fuera una graciosa moda. Son tiempos de bajeza que debemos superar, por vergüenza, por honor, por deber moral.

Sea en el ejercicio de las profesiones o los oficios, en las misiones empresariales, en la ejecución de los deberes de gobierno y en cualquier otro aspecto de nuestra vida, actuar con honor y decencia nos puede encaminar hacia la salida del sistema donde el vicio se nos vende como virtud.

La impudicia, etimológica y realmente, es la negación del honor individual y la vergüenza comunitaria que necesitamos para mejorar. Ser impúdicos significa renunciar a la excelencia como individuos y como grupo, esquivando el reto de perfeccionarnos, atascándonos en la sordidez.

No debemos aplaudir al mentiroso ni elogiar al corrupto ni celebrar con el infame. Podemos comenzar por aquí, por no ser como ellos ni comparsas de ellos. No nos queda otra que actuar para mejorar.

“La avaricia es corruptora de la fidelidad, de la honradez y de todas las demás virtudes”.


Hay tiempos y parcelas de nuestra realidad que hacen época. A veces construimos épocas de honor y gloria, y a veces forjamos eras de deshonestidad y desvergüenza, correspondientes a crisis de valores tanto sociales como individuales.

Algunos nacen, viven y mueren en ambientes donde el respeto a la verdad, la estimación a la lealtad y el respeto a la integridad de las personas no están en el orden de sus días, entornos donde lo común es sacar del momento el mejor provecho por cualquier medio.

Hay épocas grises marcadas por ese ambiente de degradación humana; son épocas de cinismo y competencia desleal y agresiva entre empresas (públicas y privadas) desconsideradas con la dignidad humana, repelentes a la nobleza de espíritu de algunos y desentendidas de cualquier solidaridad o responsabilidad social.

Estas tristes épocas son de oportunismo, abusos, explotaciones, mentiras, manipulaciones, saqueos, fraudes y muchos vicios más que hallan una en la plataforma de convivencia sin principios ni ética la pista para su grotesco espectáculo.

La impudicia, expresión suprema de la deshonestidad, amparada en la costumbre y la anuencia tolerante del “todos somos así”, como si ser deshonesto y ruin fuera una graciosa moda. Son tiempos de bajeza que debemos superar, por vergüenza, por honor, por deber moral.

Sea en el ejercicio de las profesiones o los oficios, en las misiones empresariales, en la ejecución de los deberes de gobierno y en cualquier otro aspecto de nuestra vida, actuar con honor y decencia nos puede encaminar hacia la salida del sistema donde el vicio se nos vende como virtud.

La impudicia, etimológica y realmente, es la negación del honor individual y la vergüenza comunitaria que necesitamos para mejorar. Ser impúdicos significa renunciar a la excelencia como individuos y como grupo, esquivando el reto de perfeccionarnos, atascándonos en la sordidez.

No debemos aplaudir al mentiroso ni elogiar al corrupto ni celebrar con el infame. Podemos comenzar por aquí, por no ser como ellos ni comparsas de ellos. No nos queda otra que actuar para mejorar.