/ lunes 6 de enero de 2020

Juárez y la tragedia cultural de 1861

Según al investigador Francisco Santiago Cruz, cuando el tesoro de los zares corrió el peligro de desaparecer en manos de la chusma durante la Revolución Rusa, se alzó la voz del escritor Máximo Gorki: “Ciudadanos: guardad este patrimonio, conservad los palacios: son la encarnación de nuestra fuerza espiritual y la de nuestros antepasados. Ciudadanos, no toquéis ni una piedra… todo esto es vuestra historia, vuestro orgullo”. En labios del presidente Benito Juárez, esta idea, hubiera salvado los tesoros culturales de la Colonia que perdimos a partir de 1861.

Porque pese a que Juárez pretendiera formar una Biblioteca Nacional con los libros incautados y las pinturas expoliadas se resguardaran en el convento de La Encarnación, el Jeu de Paume de la masonería liberal, los comisionados del gobierno juarista, se dieron tanta prisa en su tarea, que bastaron unos meses para dilapidar un patrimonio acumulado durante tres siglos con devoción, amor y maestría. Nunca podrá justificarse la triste destrucción que hubo en aquellos días, y menos aún, que hoy se le califique con orgullo, la Segunda Transformación de México.

Con razón diría Herbert Howe Bancroft, publicista y librero, de los mexicanos que se desprendían fácilmente de sus tesoros bibliográficos, que “debían ser ignorantes y desposeídos de toda noción cultural”. Las fincas que restaban se venderían a precios irrisorios, y no cubrirían los gastos de demolición de los conventos ni sanearían la bancarrota del Gobierno, creando las espléndidas fortunas de la burguesía triunfante, mientras se abastecían las galerías y las bibliotecas extranjeras, y joyas arquitectónicas terminaran como cloacas, bodegas, vecindades o corrales.

Cierto, 120 mil libros fueron rescatados por el Gobierno y se salvó la Tilma de Guadalupe, pero la celda de Sor Juana Inés de la Cruz acabó en cabaret y motel, y según Fernando Benítez, se perdieron millares de pinturas, ornamentos y orfebrería de valor incalculable; 15 mil libros pintados o códices, perdidos, destruidos o hechos leña; y otros 100 mil terminaron fuera del país. Es una historia que no debería olvidarse.