/ viernes 25 de marzo de 2022

La nomofobia, mal del siglo XXI

Por: Juan Ramón Camacho Rodríguez

Nuevos tiempos, nuevas enfermedades. Cambian las dolencias de los seres humanos. Nuestras nuevas formas de vivir y convivir nos traen manías y temores que marcan la época, una época que para muchos está deshumanizada.

El uso de los teléfonos inteligentes ha dejado entre nosotros una nueva adicción, al cual se identifica como un miedo (irracional, por supuesto) a quedarnos sin ese maravilloso dispositivo que nos permite mantener comunicación, así como buscar y retener información.

Disponer del teléfono celular en todo momento se ha convertido en una necesidad y en una adicción a la vez, tanto así que el perderlo o dejarlo olvidado ocasiona en cada usuario una serie de reacciones propias de un trastorno del comportamiento.

El estrés, la ansiedad, el nerviosismo –llámele como quiera-, hace de las suyas en gran cantidad de usuarios de teléfonos celulares que han tenido el infortunio de quedarse (así sea momentáneamente) sin su dispositivo o sin conexión de este a internet.

Hay estudios que calculan que los usuarios del dispositivo recurren a él 34 veces al día en promedio; y, honestamente, me parece poco. Otras estadísticas mundiales indican que el uno por ciento de los usuarios revisa su celular en los primeros cinco minutos después de despertarse.

La adicción al celular está dominando a una gran mayoría de los más de cinco mil millones de personas que en el mundo cuentan con un aparato de esos llamados “smartphones”. Son las redes sociales, más que otra cosa, lo que desata esta conducta.

No querer estar en sitio alguno donde no haya “cobertura” es indicativo de esta adicción, lo mismo que procurar mantenerse cerca de tomacorrientes para la recarga del dispositivo, el cual siempre se lleva y nunca se apaga.

Y, por supuesto, la conducta del nomófobo es distinguible por negarse a dormir para estar atendiendo su dispositivo, y durante su jornada la norma es checar constantemente su dispositivo para ver si ha recibido mensajes, “likes” o “vistas”.

Mantenernos conectados se ha convertido en parte del estilo de vida que nos impone irremediablemente la necesidad de la tecnología, una parte que nos puede llevar a la adicción si acaso no tenemos la voluntad para controlar dicha dependencia.

Hay que estar atentos con respecto a esta enfermedad del siglo XXI, que lo mismo está afectando a adultos que a niños y jóvenes. Estamos perdiendo la realidad ante la virtualidad. Hay que rescatar las relaciones humanas y prevenir la adicción, recuperar la sana relación con la tecnología, dar a las cosas su lugar frente a las personas.

Las investigaciones muestran que la mitad de los poseedores de un Smartphone lo miran más de dos veces por hora. Si tan sólo esa atención la recibieran otras personas; pero no, las relaciones humanas reales no causan adicción; no nos angustiamos ni nos desesperamos por no tener una conversación cara a cara con un semejante. Así pasa.


Por: Juan Ramón Camacho Rodríguez

Nuevos tiempos, nuevas enfermedades. Cambian las dolencias de los seres humanos. Nuestras nuevas formas de vivir y convivir nos traen manías y temores que marcan la época, una época que para muchos está deshumanizada.

El uso de los teléfonos inteligentes ha dejado entre nosotros una nueva adicción, al cual se identifica como un miedo (irracional, por supuesto) a quedarnos sin ese maravilloso dispositivo que nos permite mantener comunicación, así como buscar y retener información.

Disponer del teléfono celular en todo momento se ha convertido en una necesidad y en una adicción a la vez, tanto así que el perderlo o dejarlo olvidado ocasiona en cada usuario una serie de reacciones propias de un trastorno del comportamiento.

El estrés, la ansiedad, el nerviosismo –llámele como quiera-, hace de las suyas en gran cantidad de usuarios de teléfonos celulares que han tenido el infortunio de quedarse (así sea momentáneamente) sin su dispositivo o sin conexión de este a internet.

Hay estudios que calculan que los usuarios del dispositivo recurren a él 34 veces al día en promedio; y, honestamente, me parece poco. Otras estadísticas mundiales indican que el uno por ciento de los usuarios revisa su celular en los primeros cinco minutos después de despertarse.

La adicción al celular está dominando a una gran mayoría de los más de cinco mil millones de personas que en el mundo cuentan con un aparato de esos llamados “smartphones”. Son las redes sociales, más que otra cosa, lo que desata esta conducta.

No querer estar en sitio alguno donde no haya “cobertura” es indicativo de esta adicción, lo mismo que procurar mantenerse cerca de tomacorrientes para la recarga del dispositivo, el cual siempre se lleva y nunca se apaga.

Y, por supuesto, la conducta del nomófobo es distinguible por negarse a dormir para estar atendiendo su dispositivo, y durante su jornada la norma es checar constantemente su dispositivo para ver si ha recibido mensajes, “likes” o “vistas”.

Mantenernos conectados se ha convertido en parte del estilo de vida que nos impone irremediablemente la necesidad de la tecnología, una parte que nos puede llevar a la adicción si acaso no tenemos la voluntad para controlar dicha dependencia.

Hay que estar atentos con respecto a esta enfermedad del siglo XXI, que lo mismo está afectando a adultos que a niños y jóvenes. Estamos perdiendo la realidad ante la virtualidad. Hay que rescatar las relaciones humanas y prevenir la adicción, recuperar la sana relación con la tecnología, dar a las cosas su lugar frente a las personas.

Las investigaciones muestran que la mitad de los poseedores de un Smartphone lo miran más de dos veces por hora. Si tan sólo esa atención la recibieran otras personas; pero no, las relaciones humanas reales no causan adicción; no nos angustiamos ni nos desesperamos por no tener una conversación cara a cara con un semejante. Así pasa.