/ domingo 22 de diciembre de 2019

La regla de oro: una buena intención

"Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes” Mateo 7:12

Las reglas para guiar moralmente nuestra convivencia son producidas principalmente por el daño que frecuentemente causamos con nuestra conducta. La regla de oro es la expresión de un anhelo moral: hacer el bien o, al menos, no hacer el mal.

Cada ser humano se esfuerza en acomodarse para llevar una buena vida. La vida parece ser, en el fondo, no más que eso –que ya es mucho-: la lucha constante por que sea buena, con el importante reto de vivirla junto a otros, poniendo en juego conceptos, valores y juicios.

La ética (que a muchos les parece ya pasada de moda), en tanto disciplina reflexiva que se ha dedicado tradicionalmente a auscultar los lazos morales que surgen en la sociedad, suele ocuparse muy seguido de una regla de convivencia que surge de relaciones humanas: la regla de oro.

Dicha regla aparece prácticamente a lo largo de toda la historia de la humanidad, expresada de múltiples maneras, siendo considerada prácticamente como una ley universal que sirve para dignificar moralmente a la persona en su trato con los demás y para que la calidad de la vida comunitaria sea mayor.

La regla de oro, también llamada “regla dorada”, se expresa de dos maneras, una positiva y otra negativa, cada una centrada en la intención del agente moral; la primera es: “trata a los demás como te gustaría ser tratado”; la segunda: “no hagas a otros lo que no te gustaría que te hagan a ti”.

Esta regla de convivencia moral se funda en la expectativa que tenemos sobre la forma de comportarnos. Es decir, se finca en lo deseable, mas no en el hecho. El hecho, es decir, la mala conducta de las personas, la origina; sin embargo, es lo que esperamos lo que le da fundamento. Se trata de una buena intención.

Es la regla de oro, entonces, la manifestación de nuestro interés –tanto individual como colectivo- por generar el efecto de bondad que esperamos de nuestro trato cotidiano con los demás. Alguien lo expresa de manera sencilla diciendo que si no haces el bien (forma positiva) por lo menos no hagas el mal (forma negativa).



"Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes” Mateo 7:12

Las reglas para guiar moralmente nuestra convivencia son producidas principalmente por el daño que frecuentemente causamos con nuestra conducta. La regla de oro es la expresión de un anhelo moral: hacer el bien o, al menos, no hacer el mal.

Cada ser humano se esfuerza en acomodarse para llevar una buena vida. La vida parece ser, en el fondo, no más que eso –que ya es mucho-: la lucha constante por que sea buena, con el importante reto de vivirla junto a otros, poniendo en juego conceptos, valores y juicios.

La ética (que a muchos les parece ya pasada de moda), en tanto disciplina reflexiva que se ha dedicado tradicionalmente a auscultar los lazos morales que surgen en la sociedad, suele ocuparse muy seguido de una regla de convivencia que surge de relaciones humanas: la regla de oro.

Dicha regla aparece prácticamente a lo largo de toda la historia de la humanidad, expresada de múltiples maneras, siendo considerada prácticamente como una ley universal que sirve para dignificar moralmente a la persona en su trato con los demás y para que la calidad de la vida comunitaria sea mayor.

La regla de oro, también llamada “regla dorada”, se expresa de dos maneras, una positiva y otra negativa, cada una centrada en la intención del agente moral; la primera es: “trata a los demás como te gustaría ser tratado”; la segunda: “no hagas a otros lo que no te gustaría que te hagan a ti”.

Esta regla de convivencia moral se funda en la expectativa que tenemos sobre la forma de comportarnos. Es decir, se finca en lo deseable, mas no en el hecho. El hecho, es decir, la mala conducta de las personas, la origina; sin embargo, es lo que esperamos lo que le da fundamento. Se trata de una buena intención.

Es la regla de oro, entonces, la manifestación de nuestro interés –tanto individual como colectivo- por generar el efecto de bondad que esperamos de nuestro trato cotidiano con los demás. Alguien lo expresa de manera sencilla diciendo que si no haces el bien (forma positiva) por lo menos no hagas el mal (forma negativa).