/ jueves 4 de enero de 2018

La relatividad de la felicidad

Con motivo de la iniciación del año 2018 como es lo habitual, se desea un feliz año nuevo a nuestras familias y amistades, me he puesto a pensar en qué consiste la felicidad para los diferentes seres humanos y, realmente hay una gran diferencia en ese sentimiento entre las distintas clases, según sea su status social.

El desear un “feliz año nuevo” no es más que una costumbre, sin ir a fondo de lo que ello significa; los personajes muy adinerados perciben la felicidad cuando su capital aumenta en varios millones de pesos; la mayoría de los que pertenecen a la clase media se sienten felices al convivir en familia las fiestas de Navidad y del Año Nuevo; ellos se conforman con lo que tienen y ganan con su esfuerzo cotidiano; otros desearían incrementar sus bienes en la mayor cantidad posible.

La gente de la clase humilde se siente feliz de convivir en familia y tener para una comida o una cena de mayor calidad y cantidad de la que consumen cotidianamente; los niños de esas familias se sienten felices al recibir como regalo una muñeca, un carrito de juguete, un trompo, un balero o una pelota lo cual, para los niños de la clase media y alta no les produciría ninguna felicidad; ellos desearían un iPad, una computadora, una bicicleta de carreras, videojuegos y algunos de ellos ya estarían aprendiendo a manejar uno de los automóviles de la familia.

Los que trafican con droga se sentirían muy satisfechos, si es que no felices, cuando venden más mercancía o cuando se adhieren a su grupo o cártel más simpatizantes o cuando le ganan territorio a otros cárteles.

Ahora, cuando ya estamos viendo las campañas preelectorales para la Presidencia de la República, gubernaturas de varios estados, así como decenas de presidencias municipales, todos los candidatos a ocupar alguno de esos puestos ofrecen hasta lo imposible por llegar al puesto por el que contienden y se sentirían felices si lo lograran, además de que están prometiendo muchas cosas a sus posibles electores, que de cumplirse, los haría felices.

Cotidianamente llegan a la puerta de mi casa uno o varios tarahumaritas pidiendo “kórima”, les doy una pequeña cantidad de dinero y una paletita de dulce y se les ve sonrientes y se sienten felices; siempre vienen acompañados de su mamá o algún familiar, sólo que ellos no se acercan a la reja donde está pidiendo “kórima” el pequeño; lamentablemente, en las casas de la mayoría de los vecinos no les hacen caso, no se interesan en ayudarlos, en proporcionarles unos momentos de felicidad; “kórima” significa “comparte conmigo algo de lo que te sobra”.

Como lo he comentado en otras ocasiones, todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Dios N.S., cuando podemos ayudar y proporcionar cierta felicidad a los demás, es él el que lo hace a través de nosotros.

Es por todo lo anterior que, como lo afirmé al principio de esta colaboración, que tenemos la obligación moral de proporcionar felicidad a nuestros familiares, a nuestras amistades y sobre todo, a los que padecen hambre y toda clase de carencias; será “allá arriba” cuando recibiremos la compensación por los actos que hemos hecho aquí en la tierra; ni un solo centavo de lo aquí acumulado, nos llevaremos “al más allá”.

Es algo para meditar y en consecuencia, actuar.

 

Con motivo de la iniciación del año 2018 como es lo habitual, se desea un feliz año nuevo a nuestras familias y amistades, me he puesto a pensar en qué consiste la felicidad para los diferentes seres humanos y, realmente hay una gran diferencia en ese sentimiento entre las distintas clases, según sea su status social.

El desear un “feliz año nuevo” no es más que una costumbre, sin ir a fondo de lo que ello significa; los personajes muy adinerados perciben la felicidad cuando su capital aumenta en varios millones de pesos; la mayoría de los que pertenecen a la clase media se sienten felices al convivir en familia las fiestas de Navidad y del Año Nuevo; ellos se conforman con lo que tienen y ganan con su esfuerzo cotidiano; otros desearían incrementar sus bienes en la mayor cantidad posible.

La gente de la clase humilde se siente feliz de convivir en familia y tener para una comida o una cena de mayor calidad y cantidad de la que consumen cotidianamente; los niños de esas familias se sienten felices al recibir como regalo una muñeca, un carrito de juguete, un trompo, un balero o una pelota lo cual, para los niños de la clase media y alta no les produciría ninguna felicidad; ellos desearían un iPad, una computadora, una bicicleta de carreras, videojuegos y algunos de ellos ya estarían aprendiendo a manejar uno de los automóviles de la familia.

Los que trafican con droga se sentirían muy satisfechos, si es que no felices, cuando venden más mercancía o cuando se adhieren a su grupo o cártel más simpatizantes o cuando le ganan territorio a otros cárteles.

Ahora, cuando ya estamos viendo las campañas preelectorales para la Presidencia de la República, gubernaturas de varios estados, así como decenas de presidencias municipales, todos los candidatos a ocupar alguno de esos puestos ofrecen hasta lo imposible por llegar al puesto por el que contienden y se sentirían felices si lo lograran, además de que están prometiendo muchas cosas a sus posibles electores, que de cumplirse, los haría felices.

Cotidianamente llegan a la puerta de mi casa uno o varios tarahumaritas pidiendo “kórima”, les doy una pequeña cantidad de dinero y una paletita de dulce y se les ve sonrientes y se sienten felices; siempre vienen acompañados de su mamá o algún familiar, sólo que ellos no se acercan a la reja donde está pidiendo “kórima” el pequeño; lamentablemente, en las casas de la mayoría de los vecinos no les hacen caso, no se interesan en ayudarlos, en proporcionarles unos momentos de felicidad; “kórima” significa “comparte conmigo algo de lo que te sobra”.

Como lo he comentado en otras ocasiones, todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Dios N.S., cuando podemos ayudar y proporcionar cierta felicidad a los demás, es él el que lo hace a través de nosotros.

Es por todo lo anterior que, como lo afirmé al principio de esta colaboración, que tenemos la obligación moral de proporcionar felicidad a nuestros familiares, a nuestras amistades y sobre todo, a los que padecen hambre y toda clase de carencias; será “allá arriba” cuando recibiremos la compensación por los actos que hemos hecho aquí en la tierra; ni un solo centavo de lo aquí acumulado, nos llevaremos “al más allá”.

Es algo para meditar y en consecuencia, actuar.