/ martes 21 de agosto de 2018

Raúl Sánchez Küchle

Parece mentira pero son muchos los hombres y mujeres que, en distintos órdenes y por diversas causas, llevan una doble vida. Aparecen frente a los demás con un rostro y determinadas posturas, pero por otra parte realizan acciones, públicas o privadas –generalmente estas últimas-, que los desdicen.

Ello recuerda aquello de vicios privados, virtudes públicas. Una vida en apariencia resplandeciente de cara a los otros, y otra oculta conocida por muy pocos o vivida en su interior.

Cuando por casualidad, por otra causa o por investigaciones periodísticas o de otra índole sale a relucir esa doble vida –sobre todo si las personas se mueven en un ambiente público- el escándalo puede volverse mayúsculo.

Casos conocemos de artistas, empresarios, funcionarios, políticos, personas juzgadas de impecable moral, matrimonios al parecer bien avenidos, gente considerada honorable, sacerdotes inclusive que, al hurgar un poco o un mucho en su vida, o al conocerse su trayectoria, decepcionan con su actuar de doble cara y doble vida.

Más no se trata de ventilar los errores en los que caen algunos personajes y quedarnos tan tranquilos, sino más bien de reflexionar cada uno sobre la coherencia de nuestras posturas y nuestros actos. Podemos manifestar ante los demás que tenemos y nos movemos por determinados principios y por firmes convicciones, pero a la hora de la hora movernos en sentido opuesto o girar hacia “donde calientan gordas”.

Todos estamos expuestos a fallar en algún momento de nuestra vida, mas todos podemos rectificar a tiempo. Es importante, por ello, trazarnos una ruta en nuestro camino por este mundo, y presentarnos ante los demás con nuestra cara, una sola, aunque a veces pueda manifestar achaques, heridas o desavenencias, sin ocultamientos o falsas posturas.

Y, además, buscar que quienes han caído en una doble vida, sean personas públicas o desconocidas para la inmensa mayoría, puedan rectificar, y, si fuera necesario, pagar por aquel mal –si lo hubo- que haya causado su actitud. Y, más, si fuera el caso, impedir que se siga con esa doble cara o denunciar si es necesario hacerlo cuando exista, por ejemplo, un delito de por medio.

Pensemos no en otros sino en nuestra propia manera de ser y actuar. ¿Lo ven?


Parece mentira pero son muchos los hombres y mujeres que, en distintos órdenes y por diversas causas, llevan una doble vida. Aparecen frente a los demás con un rostro y determinadas posturas, pero por otra parte realizan acciones, públicas o privadas –generalmente estas últimas-, que los desdicen.

Ello recuerda aquello de vicios privados, virtudes públicas. Una vida en apariencia resplandeciente de cara a los otros, y otra oculta conocida por muy pocos o vivida en su interior.

Cuando por casualidad, por otra causa o por investigaciones periodísticas o de otra índole sale a relucir esa doble vida –sobre todo si las personas se mueven en un ambiente público- el escándalo puede volverse mayúsculo.

Casos conocemos de artistas, empresarios, funcionarios, políticos, personas juzgadas de impecable moral, matrimonios al parecer bien avenidos, gente considerada honorable, sacerdotes inclusive que, al hurgar un poco o un mucho en su vida, o al conocerse su trayectoria, decepcionan con su actuar de doble cara y doble vida.

Más no se trata de ventilar los errores en los que caen algunos personajes y quedarnos tan tranquilos, sino más bien de reflexionar cada uno sobre la coherencia de nuestras posturas y nuestros actos. Podemos manifestar ante los demás que tenemos y nos movemos por determinados principios y por firmes convicciones, pero a la hora de la hora movernos en sentido opuesto o girar hacia “donde calientan gordas”.

Todos estamos expuestos a fallar en algún momento de nuestra vida, mas todos podemos rectificar a tiempo. Es importante, por ello, trazarnos una ruta en nuestro camino por este mundo, y presentarnos ante los demás con nuestra cara, una sola, aunque a veces pueda manifestar achaques, heridas o desavenencias, sin ocultamientos o falsas posturas.

Y, además, buscar que quienes han caído en una doble vida, sean personas públicas o desconocidas para la inmensa mayoría, puedan rectificar, y, si fuera necesario, pagar por aquel mal –si lo hubo- que haya causado su actitud. Y, más, si fuera el caso, impedir que se siga con esa doble cara o denunciar si es necesario hacerlo cuando exista, por ejemplo, un delito de por medio.

Pensemos no en otros sino en nuestra propia manera de ser y actuar. ¿Lo ven?