/ sábado 25 de septiembre de 2021

Retrato de Fernando Vallejo tras Escombros

Por: Mario Saavedra

Acabo de leer absorto y de un hilo Escombros (Alfaguara, 2021), el más reciente libro de Fernando Vallejo que me ha calado hondo por el vívido retrato que nos ofrece de David Antón ––como en El desbarrancadero lo hace de su hermano Darío–– a quien igual mucho quise y admiré. Tan autobiográfica como casi toda su obra, inicia con una desgarradora rememoración del sismo del 2017 y la dolorosa muerte de David, apenas poco más de tres meses después. Entonces Fernando decidió romper amarras con México y volver a la caótica Medellín de sus recuerdos donde Casablanca La bella, personaje de otro de sus libros que el mismo David remozó con devoción durante los últimos años de su extensa y fructífera vida, aparece como oasis en el desierto

Fue un año particularmente difícil para Fernando, y Escombros un detallado recuento de esos meses y días aciagos, de pérdidas muy dolorosas, incluido ese famoso gran departamento de Ámsterdam 122 donde ha pasado la mayor parte de su vida y al que por cierto llegué a protagonizar su primer largometraje Crónica roja, cuando dedicaba sus esfuerzos a aquel Gran Embeleco del Siglo XX, como le llama con desencanto ahora al cine.

Hombre sabio y sensible, Fernando sigue fiel a su esencia, congruente consigo mismo, firme en sus convicciones, tan apegado a sus escasos afectos como implacable con sus muchas fobias, y las causas de sus inquebrantables batallas, con la defensa de los animales nuestros hermanos como la primera de ellas, lo mantienen lúcido y perspicaz. Un escritor tan necesario como insustituible, su obra resulta incómoda porque pone los puntos sobre las íes y les llama a las cosas por su nombre, de frente a un mundo en crisis que ha tenido a la humanidad como su único estigma depredador, que desde su condición de Homo sapiens se ha dado a la tarea de levantar un entreverado andamiaje de prácticas y de abusos homocéntricos, de toda clase de mentiras y de vendas morales, de costumbres simuladoras, en pocas palabras, diría Fernando, de atropellos y falsedades.

Mi querido amigo el actor Carlos Bracho me invitó con otros colegas a escribir en un colectivo que lleva por nombre El libro de los homenajes, y en él escribí un largo ensayo que lleva por nombre, parafraseando a Stefan Zweig, “Tres tiempos, tres grandes maestros”. Uno de esos declarados débitos es precisamente para con Fernando Vallejo, personaje y escritor de una pieza, porque quien traiciona la amistad, afirma, lo ha perdido todo; los otros dos testimonios son para con Rafael Solana y René Avilés Fabila que en vida igual me dispensaron con su generosidad y su sabiduría. Fernando, el más atípico de los tres, el más extremo y radical, no sólo me trajo a México para protagonizar su primera película, sino que, entre otras muchas enseñanzas librescas y sobre todo de la vida, me transmitió parte de esa claridad de juicio que no lo deja a uno dormir en paz, aunque, como él, creo igualmente tener la conciencia tranquila.

Por: Mario Saavedra

Acabo de leer absorto y de un hilo Escombros (Alfaguara, 2021), el más reciente libro de Fernando Vallejo que me ha calado hondo por el vívido retrato que nos ofrece de David Antón ––como en El desbarrancadero lo hace de su hermano Darío–– a quien igual mucho quise y admiré. Tan autobiográfica como casi toda su obra, inicia con una desgarradora rememoración del sismo del 2017 y la dolorosa muerte de David, apenas poco más de tres meses después. Entonces Fernando decidió romper amarras con México y volver a la caótica Medellín de sus recuerdos donde Casablanca La bella, personaje de otro de sus libros que el mismo David remozó con devoción durante los últimos años de su extensa y fructífera vida, aparece como oasis en el desierto

Fue un año particularmente difícil para Fernando, y Escombros un detallado recuento de esos meses y días aciagos, de pérdidas muy dolorosas, incluido ese famoso gran departamento de Ámsterdam 122 donde ha pasado la mayor parte de su vida y al que por cierto llegué a protagonizar su primer largometraje Crónica roja, cuando dedicaba sus esfuerzos a aquel Gran Embeleco del Siglo XX, como le llama con desencanto ahora al cine.

Hombre sabio y sensible, Fernando sigue fiel a su esencia, congruente consigo mismo, firme en sus convicciones, tan apegado a sus escasos afectos como implacable con sus muchas fobias, y las causas de sus inquebrantables batallas, con la defensa de los animales nuestros hermanos como la primera de ellas, lo mantienen lúcido y perspicaz. Un escritor tan necesario como insustituible, su obra resulta incómoda porque pone los puntos sobre las íes y les llama a las cosas por su nombre, de frente a un mundo en crisis que ha tenido a la humanidad como su único estigma depredador, que desde su condición de Homo sapiens se ha dado a la tarea de levantar un entreverado andamiaje de prácticas y de abusos homocéntricos, de toda clase de mentiras y de vendas morales, de costumbres simuladoras, en pocas palabras, diría Fernando, de atropellos y falsedades.

Mi querido amigo el actor Carlos Bracho me invitó con otros colegas a escribir en un colectivo que lleva por nombre El libro de los homenajes, y en él escribí un largo ensayo que lleva por nombre, parafraseando a Stefan Zweig, “Tres tiempos, tres grandes maestros”. Uno de esos declarados débitos es precisamente para con Fernando Vallejo, personaje y escritor de una pieza, porque quien traiciona la amistad, afirma, lo ha perdido todo; los otros dos testimonios son para con Rafael Solana y René Avilés Fabila que en vida igual me dispensaron con su generosidad y su sabiduría. Fernando, el más atípico de los tres, el más extremo y radical, no sólo me trajo a México para protagonizar su primera película, sino que, entre otras muchas enseñanzas librescas y sobre todo de la vida, me transmitió parte de esa claridad de juicio que no lo deja a uno dormir en paz, aunque, como él, creo igualmente tener la conciencia tranquila.