/ sábado 18 de noviembre de 2023

Alban Berg: Expresionismo poético en todo su esplendor

Por Mario Saavedra

El más talentoso de los discípulos de Arnold Schönberg, y quien al menos en el terreno lírico-musical superó claramente a su maestro, en Alban Berg (Viena,1885-1935) se vieron potenciadas algunas de las cualidades del padre del dodecafonismo, entre otras, su disciplina mental y su fuerza expresiva. El expresionista más dotado de la llamada Escuela, obras suyas como las óperas Wozzeck y Lulú y su Concierto para violín forman parte ya del repertorio universal.

\u0009Durante la Primera Guerra Mundial y los años inmediatos trabajó exhaustivamente en la creación de su ópera Wozzeck, que implicó un salto decisivo tanto en su visión del mundo como del papel que debe jugar la música de frente a su tiempo. Auténtica obra de confesión, Wozzeck tuvo su estreno en Berlín en 1925, y constituyó un verdadero acontecimiento en la historia de la música contemporánea, por su novedosa concepción tanto musical como dramática que la colocaba a la cabeza de lo que podía lograrse en un escenario, sin dilación ni eufemismos. Basado en un homónimo dramático de Georg Büchner de 1837, Berg echó aquí mano del poder de la síntesis y lo redujo a una pieza breve, si bien siguiendo al pie de la letra la prosa realista del original, resignificando su honesta preocupación social para con los desamparados que son aquí su razón de ser. Ciertamente el autor no trabajó tal y como lo hacían los poswagnerianos en sus dramas sinfónicos, sino que basó cada una de sus quince escenas en formas musicales independientes, a decir, suite, sinfonía, fuga, rondó, scherzo, pasacalle y variación.

\u0009Ya un clásico de la lírica musical del siglo XX, una auténtica vuelta de tuerca, el Wozzeck de Alban Berg supuso un complejo trabajo de sujeción sólo posible a partir de un pleno conocimiento de la crítica situación que implica la supresión de los sólo hasta después probados y seguros medios de la tonalidad, de todas las posibilidades creacionales a partir de ella. Obra predominantemente atonal, si bien no utiliza todavía la técnica serial, conserva sin embargo en varias escenas el sentido de la tonalidad, y ese contraste es precisamente uno de sus grandes hallazgos, que exacerban el propio sentido dramático de un todo profundamente conmovedor. A la par, aquí y allá, saltan, al azar, canciones populares armonizadas por el mismo compositor, como sucede por ejemplo en la canción de cuna que entona María.

\u0009Alban Berg no llegó a terminar su segunda ópera maestra Lulú (del tercer acto sólo dejó dos escenas y algunos bocetos), escrita a partir de la síntesis y la unificación de dos piezas teatrales de Frank Wedekind de problemática muy distinta a su título anterior: Genio de la tierra y La caja de pandora. Estrenada dos años después de la muerte del compositor en Zúrich, en 1937, comenzó a imponerse en los teatros operísticos tras las revolucionarias y audaces puestas en escena de Günther Rennert y Wieland Wagner. Instinto escénico e imaginación hacen de Lulú una obra perfecta, en cuyo fascinante panorama se despliegan los más intrincados abismos y pasiones del ser humano, haciendo coincidir severo formalismo con ardorosos sentimientos típicos del romanticismo.

Por Mario Saavedra

El más talentoso de los discípulos de Arnold Schönberg, y quien al menos en el terreno lírico-musical superó claramente a su maestro, en Alban Berg (Viena,1885-1935) se vieron potenciadas algunas de las cualidades del padre del dodecafonismo, entre otras, su disciplina mental y su fuerza expresiva. El expresionista más dotado de la llamada Escuela, obras suyas como las óperas Wozzeck y Lulú y su Concierto para violín forman parte ya del repertorio universal.

\u0009Durante la Primera Guerra Mundial y los años inmediatos trabajó exhaustivamente en la creación de su ópera Wozzeck, que implicó un salto decisivo tanto en su visión del mundo como del papel que debe jugar la música de frente a su tiempo. Auténtica obra de confesión, Wozzeck tuvo su estreno en Berlín en 1925, y constituyó un verdadero acontecimiento en la historia de la música contemporánea, por su novedosa concepción tanto musical como dramática que la colocaba a la cabeza de lo que podía lograrse en un escenario, sin dilación ni eufemismos. Basado en un homónimo dramático de Georg Büchner de 1837, Berg echó aquí mano del poder de la síntesis y lo redujo a una pieza breve, si bien siguiendo al pie de la letra la prosa realista del original, resignificando su honesta preocupación social para con los desamparados que son aquí su razón de ser. Ciertamente el autor no trabajó tal y como lo hacían los poswagnerianos en sus dramas sinfónicos, sino que basó cada una de sus quince escenas en formas musicales independientes, a decir, suite, sinfonía, fuga, rondó, scherzo, pasacalle y variación.

\u0009Ya un clásico de la lírica musical del siglo XX, una auténtica vuelta de tuerca, el Wozzeck de Alban Berg supuso un complejo trabajo de sujeción sólo posible a partir de un pleno conocimiento de la crítica situación que implica la supresión de los sólo hasta después probados y seguros medios de la tonalidad, de todas las posibilidades creacionales a partir de ella. Obra predominantemente atonal, si bien no utiliza todavía la técnica serial, conserva sin embargo en varias escenas el sentido de la tonalidad, y ese contraste es precisamente uno de sus grandes hallazgos, que exacerban el propio sentido dramático de un todo profundamente conmovedor. A la par, aquí y allá, saltan, al azar, canciones populares armonizadas por el mismo compositor, como sucede por ejemplo en la canción de cuna que entona María.

\u0009Alban Berg no llegó a terminar su segunda ópera maestra Lulú (del tercer acto sólo dejó dos escenas y algunos bocetos), escrita a partir de la síntesis y la unificación de dos piezas teatrales de Frank Wedekind de problemática muy distinta a su título anterior: Genio de la tierra y La caja de pandora. Estrenada dos años después de la muerte del compositor en Zúrich, en 1937, comenzó a imponerse en los teatros operísticos tras las revolucionarias y audaces puestas en escena de Günther Rennert y Wieland Wagner. Instinto escénico e imaginación hacen de Lulú una obra perfecta, en cuyo fascinante panorama se despliegan los más intrincados abismos y pasiones del ser humano, haciendo coincidir severo formalismo con ardorosos sentimientos típicos del romanticismo.