/ sábado 23 de abril de 2022

De Ucrania para el mundo | El ángel de fuego, de Prokófiev, en el Teatro Real de Madrid

Por: Mario Saavedra

La sexta y quizá más entreverada de las diez óperas acabadas del notable compositor ucraniano Serguéi Prokófiev, El ángel de fuego ––a partir de la novela homónima de Valeri Briúsov–– representó un muy vigoroso impulso de búsqueda en varios sentidos. Relata el transitar sinuoso de su protagonista poseída por espíritus malignos, a través de una trama delirante que entreteje alquimia y brujería, símbolos cabalísticos y exorcismo, en la Alemania oscurantista pre-luterana donde la Iglesia Católica imponía todavía su poder hegemónico a través de la Inquisición.

Su prolija y policromática partitura está concebida por el compositor en un lenguaje de matices expresionistas, muy al margen de la tradición nacionalista impuesta por el regimen soviético, con el predominio de tonos sombríos y la incorporación de frases disonantes, de melodías ásperas y declamaciones arraigadas a la prosodia del idioma ruso. La orquestación en cambio es feroz y oscilante, de contrastes obsesivos, de cargados visos oníricos y un lirismo a la vez ríspido y seductor.

Puesta por primera vez como se debe hasta 1991 para los festejos del centenario de Prokófiev, ha vuelto a los escenarios hace apenas cinco años en la Opernhaus de Zúrich, en una ambiciosa coproducción reestrenada ahora en el Teatro Real de Madrid, de la mano del talentoso y polémico director de escena Calixto Bieito. Una nueva dramaturgia de Beate Breidenbach la ubica en la segunda posguerra, al margen de los elementos esotéticos del original simbolista, y centrando ahora la atención en las circunstancias realistas que acosan el inconsciente y el entorno más inmediato de la protagonista, marcada desde su infancia por una violación particularmente violenta y desgarradora.

Sin renunciar en cambio a los matices expresionistas de la lectura del original del propio compositor, la diestra e incisiva puesta de Bieito subraya los traumas que persiguen la atribulada sensibilidad de una joven apresada en su interior por los fantasmas del pasado, por los recuerdos de una traumática infancia donde la libertad se proyecta apenas como una ilusión. Los creativos diseños de escenografía de la alemana Rebeca Ringst y de iluminación del francés Frank Evin, así como los videos ad hoc de la suiza Sara Derendinger, han contribuido a reforzar el sentido de movilidad por el entreverado mundo interior del personaje en crisis.

La dirección musical ha corrido a cargo del no menos experimentado músico valenciano Gustavo Gimeno al frente de la Orquesta y el Coro del Teatro Real. Con dos multinacionales repartos de formidables voces en los papeles protagonistas de mayor exigencia, han manifestado estar además muy conmovidos de participar en este ambicioso proyecto de recuperación de una compleja y apasionante obra del más célebre compositor nacido dentro de un país entonces adherido al régimen soviético y hoy presa otra vez del acoso ruso. Con voces de la talla de las sopranos lituana Ausrine Stundyte y rusa Elena Popovskaya, dentro de una nutrida nómina de probados intérpretes de diez distintas nacionalidades, esta obra especialmente querida para su autor ha sido por fin montada como se debe en Europa occidental.


Por: Mario Saavedra

La sexta y quizá más entreverada de las diez óperas acabadas del notable compositor ucraniano Serguéi Prokófiev, El ángel de fuego ––a partir de la novela homónima de Valeri Briúsov–– representó un muy vigoroso impulso de búsqueda en varios sentidos. Relata el transitar sinuoso de su protagonista poseída por espíritus malignos, a través de una trama delirante que entreteje alquimia y brujería, símbolos cabalísticos y exorcismo, en la Alemania oscurantista pre-luterana donde la Iglesia Católica imponía todavía su poder hegemónico a través de la Inquisición.

Su prolija y policromática partitura está concebida por el compositor en un lenguaje de matices expresionistas, muy al margen de la tradición nacionalista impuesta por el regimen soviético, con el predominio de tonos sombríos y la incorporación de frases disonantes, de melodías ásperas y declamaciones arraigadas a la prosodia del idioma ruso. La orquestación en cambio es feroz y oscilante, de contrastes obsesivos, de cargados visos oníricos y un lirismo a la vez ríspido y seductor.

Puesta por primera vez como se debe hasta 1991 para los festejos del centenario de Prokófiev, ha vuelto a los escenarios hace apenas cinco años en la Opernhaus de Zúrich, en una ambiciosa coproducción reestrenada ahora en el Teatro Real de Madrid, de la mano del talentoso y polémico director de escena Calixto Bieito. Una nueva dramaturgia de Beate Breidenbach la ubica en la segunda posguerra, al margen de los elementos esotéticos del original simbolista, y centrando ahora la atención en las circunstancias realistas que acosan el inconsciente y el entorno más inmediato de la protagonista, marcada desde su infancia por una violación particularmente violenta y desgarradora.

Sin renunciar en cambio a los matices expresionistas de la lectura del original del propio compositor, la diestra e incisiva puesta de Bieito subraya los traumas que persiguen la atribulada sensibilidad de una joven apresada en su interior por los fantasmas del pasado, por los recuerdos de una traumática infancia donde la libertad se proyecta apenas como una ilusión. Los creativos diseños de escenografía de la alemana Rebeca Ringst y de iluminación del francés Frank Evin, así como los videos ad hoc de la suiza Sara Derendinger, han contribuido a reforzar el sentido de movilidad por el entreverado mundo interior del personaje en crisis.

La dirección musical ha corrido a cargo del no menos experimentado músico valenciano Gustavo Gimeno al frente de la Orquesta y el Coro del Teatro Real. Con dos multinacionales repartos de formidables voces en los papeles protagonistas de mayor exigencia, han manifestado estar además muy conmovidos de participar en este ambicioso proyecto de recuperación de una compleja y apasionante obra del más célebre compositor nacido dentro de un país entonces adherido al régimen soviético y hoy presa otra vez del acoso ruso. Con voces de la talla de las sopranos lituana Ausrine Stundyte y rusa Elena Popovskaya, dentro de una nutrida nómina de probados intérpretes de diez distintas nacionalidades, esta obra especialmente querida para su autor ha sido por fin montada como se debe en Europa occidental.