/ miércoles 16 de junio de 2021

Hechos y criterios | “El asesinato del padre”

El origen de la conmemoración del Día del Padre se remonta a 1910, aunque pasaron años para apoyar la idea y que se hiciera oficial. Muchos países adoptaron la celebración. En México, a partir de 1972, se festeja a los papás el tercer domingo de junio.

Celebrar a los padres es reconocer el papel que desempeñan en la formación de los hijos, es poner de manifiesto su autoridad como guía de conducta. Del mismo ser del padre se desprende la herencia que transmiten a sus vástagos.

Al hablar del padre, hablamos de la familia, a pesar de la existencia actual de muchas familias desintegradas por causas diversas, y también la existencia de casos de lejanía no sólo física sino también afectiva entre padres e hijos.

Donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia, o bien, a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre, en y por la familia, son de una importancia única e insustituible.

El amor a la esposa madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la comprensión y la realización de su personalidad.

Los hijos necesitan vitalmente la presencia del padre y de la madre en su desarrollo. El hijo(a) requiere acompañamiento, cariño, ternura, disciplina, ayuda, ejemplo, conducción, amor.

El Papa Francisco expuso en una de sus catequesis: “Toda familia necesita al padre. Me detengo sobre el valor de este rol. Inicio por algunas expresiones del Libro de los Proverbios, palabras que un padre dirige a su propio hijo: ‘Hijo mío, si tu corazón es sabio, también se alegrará mi corazón: mis entrañas se regocijarán, cuando tus labios hablen con rectitud’”. Es el orgullo de ser padre.

Hoy, por desgracia, asistimos a una visión deshumanizada y deshumanizante del hombre y de la vida. La familia, en nuestros tiempos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y la cultura. Se aprecia un rechazo abierto a todo principio de autoridad en todos los órdenes, y se representa la figura del padre como una fuerza represiva que impide a los hijos seguir sus deseos. Sigmund Freud definía esa tendencia como el “asesinato del padre”. Se tiende también a desplazar, a suprimir “la necesidad del padre”. Escuchamos a mujeres que sólo quieren tener el hijo sin importar el padre; el padre es desechable. Hay una experiencia profundamente negativa de la paternidad.

El filósofo francés Jean Lacroix exponía: Que no nos desconcierte la dura expresión “asesinato del padre”, se trata en el fondo de desaparecer la función rectora del padre, su autoridad y su carácter de necesidad.

Juan Pablo II expuso: “La familia es esa primerísima e insustituible escuela de humanidad”. Y hoy resulta imprescindible para la sociedad. Ni el Estado, ni la Iglesia, ni el DIF, ni ninguna otra institución pueden suplir su ausencia. ¿Lo ven?

El origen de la conmemoración del Día del Padre se remonta a 1910, aunque pasaron años para apoyar la idea y que se hiciera oficial. Muchos países adoptaron la celebración. En México, a partir de 1972, se festeja a los papás el tercer domingo de junio.

Celebrar a los padres es reconocer el papel que desempeñan en la formación de los hijos, es poner de manifiesto su autoridad como guía de conducta. Del mismo ser del padre se desprende la herencia que transmiten a sus vástagos.

Al hablar del padre, hablamos de la familia, a pesar de la existencia actual de muchas familias desintegradas por causas diversas, y también la existencia de casos de lejanía no sólo física sino también afectiva entre padres e hijos.

Donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia, o bien, a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre, en y por la familia, son de una importancia única e insustituible.

El amor a la esposa madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la comprensión y la realización de su personalidad.

Los hijos necesitan vitalmente la presencia del padre y de la madre en su desarrollo. El hijo(a) requiere acompañamiento, cariño, ternura, disciplina, ayuda, ejemplo, conducción, amor.

El Papa Francisco expuso en una de sus catequesis: “Toda familia necesita al padre. Me detengo sobre el valor de este rol. Inicio por algunas expresiones del Libro de los Proverbios, palabras que un padre dirige a su propio hijo: ‘Hijo mío, si tu corazón es sabio, también se alegrará mi corazón: mis entrañas se regocijarán, cuando tus labios hablen con rectitud’”. Es el orgullo de ser padre.

Hoy, por desgracia, asistimos a una visión deshumanizada y deshumanizante del hombre y de la vida. La familia, en nuestros tiempos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y la cultura. Se aprecia un rechazo abierto a todo principio de autoridad en todos los órdenes, y se representa la figura del padre como una fuerza represiva que impide a los hijos seguir sus deseos. Sigmund Freud definía esa tendencia como el “asesinato del padre”. Se tiende también a desplazar, a suprimir “la necesidad del padre”. Escuchamos a mujeres que sólo quieren tener el hijo sin importar el padre; el padre es desechable. Hay una experiencia profundamente negativa de la paternidad.

El filósofo francés Jean Lacroix exponía: Que no nos desconcierte la dura expresión “asesinato del padre”, se trata en el fondo de desaparecer la función rectora del padre, su autoridad y su carácter de necesidad.

Juan Pablo II expuso: “La familia es esa primerísima e insustituible escuela de humanidad”. Y hoy resulta imprescindible para la sociedad. Ni el Estado, ni la Iglesia, ni el DIF, ni ninguna otra institución pueden suplir su ausencia. ¿Lo ven?