/ martes 31 de octubre de 2023

Hechos y criterios | La vida eterna

Estamos a punto de celebrar el Día de los fieles difuntos. Muchos son quienes hacen oración por aquellos familiares, amigos, compañeros, conocidos o por todos quienes han fallecido. Muchos son, también, creyentes o no, los que mantienen la esperanza en una vida más allá de la muerte, y muchos, quienes confiesan su fe en la vida eterna, manifestada en el Símbolo de los Apóstoles.

No faltan sin embargo las voces que expresan, cuando alguien fallece, frases como las siguientes: “En donde quiera que esté”, “ha pasado a mejor lugar o a mejor vida (sin especificar cuáles)”, “siempre, desde allí, está a nuestro lado”, “era tan buena persona que ya está gozando de Dios”. Locutores, presentadores, periodistas expresan lo mismo con esas u otras frases semejantes cuando muere algún famoso. Ello indica que para no pocos la existencia de una vida después de la muerte está dudosa y también lo está el lugar a donde van quienes mueren

Algunos se preguntan, ¿o afirman?, lo de la canción Sube y baja de Mario Molina Montes, popularizada entre otros por el “Piporro”: ¿A dónde irán los muertos?, ¡quién sabe a dónde irán!

No son pocos, también, los que piensan que tras la muerte no hay nada más allá, que todo acaba ahí, lo cual ha derivado en filosofías donde la vida humana pierde o carece de sentido (y el número de suicidios va en aumento). Algunos más, sobre todo sectarios, pregonan la destrucción por Dios, en distintas formas o tiempos, de quienes fallecen.

En el Credo, cada domingo, los cristianos al menos afirmamos creer “en la resurrección de la carne y en la vida eterna”, según expone el Símbolo de los Apóstoles, o “en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”, como lo afirma el Credo Niceno-Constantinopolitano.

La Biblia sustenta lo anterior al expresar: “Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales” (Rm 8,11).

En el Prefacio de difuntos se lee: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina y se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Entonces, el “dondequiera que esté”, que parece dejar de lado el cielo, o el “quién sabe a dónde irán”, resultan inaceptables para un cristiano.

La afirmación tajante que algunos hacen: “Ya está gozando de Dios en el cielo” u otra semejante, desde luego con ánimo de consuelo a familiares y amigos, es contraria o desdice, también de modo tajante, lo expuesto en la Carta a los Hebreos: “Está establecido que los hombres mueren una sola vez, y después de esto el juicio” (9,27). El juicio corresponde a Dios y, por tanto, encomendamos al difunto a su Misericordia y su Justicia, y le rogamos que “pronto esté con Él en el cielo”.

Muchos creyentes, aunque manifiestan estas verdades, no las han meditado en su corazón y, aun sin caer en la cuenta, manifiestan lo que el sentir mundano señala como dudoso, improbable, falso o incluso como un engaño. ¿Lo ven?


Estamos a punto de celebrar el Día de los fieles difuntos. Muchos son quienes hacen oración por aquellos familiares, amigos, compañeros, conocidos o por todos quienes han fallecido. Muchos son, también, creyentes o no, los que mantienen la esperanza en una vida más allá de la muerte, y muchos, quienes confiesan su fe en la vida eterna, manifestada en el Símbolo de los Apóstoles.

No faltan sin embargo las voces que expresan, cuando alguien fallece, frases como las siguientes: “En donde quiera que esté”, “ha pasado a mejor lugar o a mejor vida (sin especificar cuáles)”, “siempre, desde allí, está a nuestro lado”, “era tan buena persona que ya está gozando de Dios”. Locutores, presentadores, periodistas expresan lo mismo con esas u otras frases semejantes cuando muere algún famoso. Ello indica que para no pocos la existencia de una vida después de la muerte está dudosa y también lo está el lugar a donde van quienes mueren

Algunos se preguntan, ¿o afirman?, lo de la canción Sube y baja de Mario Molina Montes, popularizada entre otros por el “Piporro”: ¿A dónde irán los muertos?, ¡quién sabe a dónde irán!

No son pocos, también, los que piensan que tras la muerte no hay nada más allá, que todo acaba ahí, lo cual ha derivado en filosofías donde la vida humana pierde o carece de sentido (y el número de suicidios va en aumento). Algunos más, sobre todo sectarios, pregonan la destrucción por Dios, en distintas formas o tiempos, de quienes fallecen.

En el Credo, cada domingo, los cristianos al menos afirmamos creer “en la resurrección de la carne y en la vida eterna”, según expone el Símbolo de los Apóstoles, o “en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”, como lo afirma el Credo Niceno-Constantinopolitano.

La Biblia sustenta lo anterior al expresar: “Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales” (Rm 8,11).

En el Prefacio de difuntos se lee: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina y se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Entonces, el “dondequiera que esté”, que parece dejar de lado el cielo, o el “quién sabe a dónde irán”, resultan inaceptables para un cristiano.

La afirmación tajante que algunos hacen: “Ya está gozando de Dios en el cielo” u otra semejante, desde luego con ánimo de consuelo a familiares y amigos, es contraria o desdice, también de modo tajante, lo expuesto en la Carta a los Hebreos: “Está establecido que los hombres mueren una sola vez, y después de esto el juicio” (9,27). El juicio corresponde a Dios y, por tanto, encomendamos al difunto a su Misericordia y su Justicia, y le rogamos que “pronto esté con Él en el cielo”.

Muchos creyentes, aunque manifiestan estas verdades, no las han meditado en su corazón y, aun sin caer en la cuenta, manifiestan lo que el sentir mundano señala como dudoso, improbable, falso o incluso como un engaño. ¿Lo ven?